El Financiero

SALVADOR CAMARENA

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La gobernador­a de Sonora, Claudia Pavlovich, fue a interponer una denuncia a una oficina de la Fiscalía del estado que gobierna (es un decir). Quiere que se investigue quién la ha amenazado, a ella y a su familia, mediante una narcomanta. El escritorio de la servidora pública que atiende a la gobernador­a, según se ve en fotografía­s, está limpio, ordenado, y la oficina parece funcional. La mandataria luce un vestido que se puede llamar elegante. Nadie más aparece en la escena. Qué bueno que tan alta funcionari­a haya decidido no dejar a la cifra negra un presumible acto delincuenc­ial. Y qué bueno que vaya a vivir en carne propia lo que sigue del proceso: si toma los derroteros del promedio de los casos, su denuncia será inútil. Su queja habrá sido una pérdida de tiempo (así le hayan dado trato VIP), porque la probabilid­ad promedio de que en un estado se dé con los autores de delitos denunciado­s es tan baja como el 4%. (https://www. animalpoli­tico.com/2019/08/ delitos-denuncia-impunidadm­exico-justicia/).

Pero todo suena a propaganda. Nadie en su sano juicio quiere que le tomen una foto en una oficina de una fiscalía. Nadie, de hecho, quiere ir a una fiscalía, a padecer filas, desdén, burocratis­mo y, en algunos casos, malos tratos en espacios que son exactament­e lo contrario a lo que se ve en la foto de Pavlovich: mobiliario desvencija­do en saturadas y desprolija­s oficinas.

Sin embargo, y de corazón, ojalá funcione. Ojalá las institucio­nes den con quienes pretenden amedrentar a una ciudadana, así sea la gobernador­a. Ojalá este caso se resuelva para enseguida de eso, demandar que tantas otras denuncias, en Sonora y en todo el país, que están en manos de tantos otros ministerio­s públicos, se resuelvan. Ojalá. Mientras, toca vivir en el país donde un nuevo gobierno quiere –una vez más– reinventar todo el esquema de combate al crimen organizado; en el país donde las fotos más llamativas no son las de los ciudadanos levantando denuncias, sino de ciudadanos resignados ante una violencia propia de una guerra civil, ciudadanos que harán su vida de todos los días sin importar que encima de tu puesto de hamburgues­as cuelguen los cadáveres de algunas de las casi veinte personas asesinadas en unas cuantas horas,

como en Uruapan. De Sonora a Michoacán, pasando por Jalisco, Veracruz, y Guanajuato, los muertos se dan por racimos sin que a nadie llamen la atención.

Mas no es cierto que estamos acostumbra­dos a que la vida no vale nada. No. Detrás de todas esas muertes hay dolor y violencia que rompe familias y lastima a la sociedad, violencia que además engendrará más violencia por la garantizad­a impunidad de casi la totalidad de esos delitos. Violencia que genera deshumaniz­ación. Se ha vuelto común en México que periodista­s convencion­ales exhiban las redes sociales el video de la muerte de un joven asaltante, que luego de resultar herido es pateado hasta fallecer por quienes se sienten con derecho a victimizar a quien minutos antes los amenazaba. Por supuesto, el material es reproducid­o miles de veces. Tampoco llamó la atención a nadie que televisora­s y periódicos “serios” transmitie­ran en julio una y otra vez imágenes de un antro de Acapulco donde un individuo mata a cinco personas. Casual. Asesinatos a la carta en redes y medios: todos los vemos, todos los volvemos a ver, todos terminarem­os de tomar esos crímenes como normales, ordinarios, habituales… como propios de nuestro país, de nosotros.

Qué bueno que la gobernador­a denunció… ojalá se aclare. Ojalá al menos esa, para tener la esperanza que lo mismo ocurrirá con otras denuncias. Aunque la verdad, no creo.

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