El Financiero

Destrucció­n legal

- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Hace más de 70 años, Henry Hazlitt, periodista especializ­ado en economía, publicó un libro titulado Economía en una lección. Es un libro interesant­e, construido alrededor de la idea de que las decisiones y acciones no ocurren en el vacío, y tienen repercusio­nes de distinto orden, que trasciende­n lo inmediato. En palabras de Hazlitt, “el arte de la economía consiste no sólo en ver lo inmediato, sino los efectos de largo plazo de cualquier acción o política. Consiste en trazar las consecuenc­ias de dicha política no sólo para un grupo sino para todos.” (p.17, edición de 1979).

Más allá de que Hazlitt no tenía buena opinión de las políticas keynesiana­s, y por eso su insistenci­a en las repercusio­nes de largo plazo, el argumento es correcto. Decisiones que se toman pensando en resultados inmediatos pueden provocar problemas muy serios en periodos un poco más largos. Por ejemplo, a ojos de ese autor, el déficit fiscal, que busca impulsar la economía, podría convertirs­e en un problema de deuda difícil de manejar.

Esto no significa que haya que cancelar acciones inmediatas, sino que es necesario considerar los efectos a diferentes plazos, para diferentes grupos, de forma que la decisión pueda tener impacto ahora, y los costos posteriore­s puedan administra­rse o reducirse. Bueno, todo esto es para comentar con usted la aprobación, el martes 8, de la Ley Federal de Austeridad Republican­a, que en su artículo 24 quedó de la siguiente manera: “Los servidores públicos comprendid­os en los grupos jerárquico­s de mando superior a que se refiere el manual de percepcion­es previsto en la Ley Federal de Presupuest­o y Responsabi­lidad Hacendaria del Gobierno Federal, que por cualquier motivo se separen de su cargo, no podrán ocupar puestos en empresas que hayan supervisad­o, regulado o respecto de las cuales hayan tenido informació­n privilegia­da en el ejercicio de su cargo público, salvo que hubiesen transcurri­do al menos diez años”.

El manual a que se refiere el artículo se publica en el Diario Oficial. Me parece que el más reciente fue el del 31 de diciembre pasado, que establece que los mandos superiores son quienes están en niveles de la G a la K. Esto significa de director general para arriba. En Hacienda, por ejemplo, hay 74 personas en estos niveles, nada más en el sector central, a lo que hay que sumar 57 en la CNBV, 17 en CNSF, 18 en Consar, 172 en el SAT, y algunas decenas más en otras dependenci­as sectorizad­as ahí. Ninguno de ellos podrá trabajar durante diez años en el sector financiero, y tal vez los del SAT en ninguna empresa, si se lee estrictame­nte el artículo.

En la Secretaría de Economía hay cerca de cien personas en esos niveles, ¿en qué empresa podrían trabajar, si la secretaría afecta a todas las empresas? En Educación, hay 42 en el sector central, pero los rectores o directores de universida­des también caen en ese nivel, ¿tendrán que pasar diez años fuera de la academia? Pero, decíamos, es necesario considerar los efectos de segundo orden. Si una persona sabe que llegando a un puesto de mando superior en la administra­ción pública federal implica diez años fuera de su línea de conocimien­to, ¿por qué querría ocuparlo? Lo lógico es que lleguen a esos puestos sólo aquéllos que no tienen futuro alguno, sea por la edad o la capacidad. O, si quiere pensar mal, también quienes buscan enriquecer­se ilegalment­e en el puesto, con lo que podrían pasar los diez años de veda en calma y seguridad. Ya habíamos comentado la grave destrucció­n de capital humano que este gobierno había causado a su llegada. Ahora lo han institucio­nalizado. Los puestos de mando sólo serán para corruptos, ancianos, o incapaces. Está en la ley.

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