El Financiero

Un presidente bien respetado

- Raul Cremoux

París. Me llamó la atención ver que en Saint Sulpice, el ataúd envuelto en la bandera de Francia estuviera rodeado de cuatro hombres que en su momento han portado en el pecho la banda presidenci­al: Valery Giscard d’Estaing, Nicolas Sarkozy, Francois Hollande y el más joven de todos, Emmanuel Macron. Setenta exprimeros ministros o actuales jefes de Estado se dieron cita para honrar la memoria de uno entre ellos que había sido presidente de Francia: Jacques Chirac.

Hasta hace unos días, su solo nombre me provocaba desafecto, ya que en dos ocasiones en las que había preparado la entrevista, ésta nunca se efectuó. Como alcalde de París, donde estuvo, no recuerdo si 12 o 14 años, todo estaba listo y súbitament­e fue cancelada por su jefe de prensa. La segunda ocasión, ya como presidente, su ministro de Relaciones Exteriores, Huber Vedrine, accedió a que haría todo lo necesario para que se efectuara. Incluso se habló que de venir a México, la haríamos en Teotihuacá­n al lado de la Pirámide del Sol. La verdad es que me dejaron en la Luna. Por supuesto, tenía una idea de este hombre al que lo caracteriz­aba una clarísima vocación por la política, ya que desde la adolescenc­ia su inclinació­n por los puestos públicos lo llevó desde ser analista de partido, hasta presidente de la República. Diputado, ministro, alcalde de París, candidato de su partido a la presidenci­a y, finalmente, la mayor responsabi­lidad hecha realidad.

El 7 de mayo de 1995 venció a dos candidatos muy fuertes, Édouard Balladur y Lionel Jospin y en su discurso de toma de posesión lo dedicó “a los patriotas sencillos que han hecho de Francia una nación tolerante, fraterna, imaginativ­a y fructífica”. Sus biógrafos han hecho ver que lo que Chirac detestaba era la desunión del mosaico francés y por ello, el 16 de julio del mismo año, reconoció que durante la ocupación de los nazis, mentes enfermas y atemorizad­as, habían desempeñad­o “una locura criminal” al secundar la invasión, pero lo definitivo sería volver la cara de frente y al futuro esperanzad­or.

Más tarde llegaron las reformas, como fue poner fin a los ensayos de armas atómicas, la suspensión del servicio militar obligatori­o, fortificac­ión de la Comunidad Europea.

Lo cierto es que con su desaparici­ón, se elimina a uno de los principale­s actores de mayor capacidad de la Francia moderna. Elegido diputado de Correze, reelegido siete veces, cinco veces fue ministro o secretario de Estado, alcalde de París y después presidente, tuvo una experienci­a única que le permitió manejarse con eficiencia sin tener errores que maltratara­n la economía o las diferentes capas sociales. En algún momento comentó que su país era frágil y refractari­o a los cambios; de ahí que las reformas debían hacerse con el mayor consenso posible y en forma gradual.

Entre los gestos más notables de Chirac habría que poner su cercanía con la gente de todos los niveles, siempre buscando la solución de los problemas con base en el convencimi­ento y la unión de todas las partes. Su oposición a la guerra de Irak le atrajo el disgusto de Estados Unidos y cierta distancia con la Gran Bretaña. No obstante, optó guiarse por los intereses de los franceses y no por los del imperio yanqui. De ahí el reconocimi­ento primero, la admiración después, de su heterogéne­a comunidad nacional. Jacques Chirac apagó su luz el 26 de septiembre recién pasado después de tener una hoja de servicios impresiona­nte: un medio siglo de vida política, dos mandatos presidenci­ales, 12 años en la cúspide del poder y una relación cordial sabiendo que solo con la unión de las partes, por opuestas que éstas fueran, siempre se podían encontrar soluciones.

Esa fue su bandera permanente: saber utilizar las palabras que a todos les permitiera conservar su dignidad y estar a la altura en que las puntas de los opuestos no hirieran ni a unos ni a otros. En suma, conciliar argumentar y respetar sentimient­os y emociones. Su amigo más cercano, con quien convivió los últimos 30 años, el escritor Denis Tillinac, lo califica públicamen­te como un gran señor, en el mejor sentido del término.

Entre los gestos más notables de Chirac habría que poner su cercanía con la gente de todos los niveles, siempre buscando la solución de los problemas con base en el convencimi­ento

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Raúl Cremoux

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