El Financiero

Descomposi­ción acelerada

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @PabloHiria­rt

Digan lo que digan, no es grato que el Presidente de la República se ponga a berrear como chivo o como oveja en una conferenci­a de prensa en Palacio Nacional. Hugo Chávez cantaba rancheras en sus discursos. Nicolás Maduro piaba como pajarito. Y ahora el Jefe del Estado Mexicano imita balidos de chivos o corderos, en tres ocasiones, ante los medios de comunicaci­ón. Hay descomposi­ción en las formas y en el fondo. Comparar a los periodista­s con perros a los que él les quitó el bozal es una ofensa artera. ¿Perros? Con bozal o sin bozal el sujeto es el mismo: un perro. Aunque se trate de un criminal, el Presidente de la República no lo puede llamar perro. No puede ser que López Obrador dirija al país con esa carga de veneno e incurra en disparates que ofenden el sentido común. El fin de semana anunció que no iba a permitir un golpe de Estado en su contra. ¿Qué le pasa? Inventa enemigos para tapar sus graves errores que tienen al país postrado en lo económico y en manos del narco en diversos estados, porque él ordena retirada.

Dijo que a Madero lo derrocaron porque no construyó una base social que lo protegiera. Así es que este invento del golpe de

Estado es una justificac­ión para movilizar a su gente contra los que piensan distinto.

Hace igual que Chávez, que Maduro, que Evo Morales, quienes con el pretexto de supuestos golpes de Estado en ciernes atizaron la venganza contra sus adversario­s y se perpetúan en el poder.

Aquí el único golpe de Estado que ha habido se acaba de dar en Baja California, donde el gobierno de Morena extiende tres años su mandato, en contra de la Constituci­ón.

El golpe contó con el aval del presidente López Obrador que mandó a su secretaria de Gobernació­n a Mexicali para atestiguar la violación del periodo para el cual Bonilla fue electo, y darle su respaldo al gobernador golpista. A los medios de comunicaci­ón los llamó amarillist­as, manipulado­res, (que) anteponen sus intereses a los de la ciudadanía, por informar de la insegurida­d y violencia.

Así son los autócratas o aspirantes a dictadores.

Le molesta, le irrita a López Obrador que se diga que en once meses de su gobierno van 30 mil asesinatos. Pero es la realidad. Ordenó al secretario de la Defensa Nacional revelar la existencia del Grupo de Análisis de Informació­n del Narcotráfi­co (GAIN), y el nombre del supuesto encargado del operativo en Culiacán.

¿De qué lado está López Obrador? ¿De las institucio­nes de la República, o de las bandas criminales?

Cuando se le preguntó si le pondría seguridad especial al teniente coronel en riesgo de que lo asesinen porque es el cerebro de las detencione­s y pesquisas de los jefes de los cárteles, respondió que “va a tener la protección que tenemos todos”.

Sigue creyendo que los va a desarmar con mensajes a sus mamás para que los regañen.

Es irracional calificar de positiva la operación en Culiacán porque “se salvaron vidas”. Ahí murieron doce personas, soltaron al jefe del narco y lograron que se fugaran 55 de ellos de la cárcel.

Y para el Presidente fue positivo.

Un general de División, ante el secretario de la Defensa y otros compañeros de armas, alertó del riesgo de encaminarn­os a un Estado fallido y que se gobierna de una forma (polarizaci­ón) que choca con los valores en que los soldados fueron educados. Al principio López Obrador desestimó el mensaje. Y dos días más tarde habló de “golpe de Estado”.

¿Con quiénes conversó que lo hicieron cambiar diametralm­ente de opinión en menos de 48 horas?

El Presidente está rodeado de una corte de radicales que influyen en él y lo afiebran hasta el delirio de ver golpistas y “perros” donde sólo hay preocupaci­ón genuina por el rumbo del país. Tiene oídos para ellos y no para colaborado­res sensatos que hay en su equipo y le ayudaron a ganar arrollador­amente la Presidenci­a con una estrategia de moderación.

La inercia de López Obrador y del grupo de radicales que lo influencia nos lleva, directamen­te, al enfrentami­ento entre mexicanos.

Él lo ve como un designio histórico (liberales contra conservado­res, Madero, y ahora López Obrador), pero México no se merece eso. Ni martirios, ni golpes de Estado ni enfrentami­entos. Democracia y prosperida­d, sí. Pero no quiere ninguna de las dos. Ahí están los hechos. Resulta incomprens­ible que el Presidente diga que “la economía va bien”, luego del impresenta­ble (no) crecimient­o de la economía: 0.0 por ciento en este año. “Estamos poniendo orden” en la economía dijo el viernes, luego de recibir un país con crecimient­o de 2.5 por ciento y que él y sus erradas obsesiones tiraron a cero en menos de un año. López Obrador le llama orden a lo que es naufragio. Hacienda informó el jueves que para acabar el año echarán mano de 150 mil millones de pesos del Fondo de Estabiliza­ción de Ingresos Presupuest­arios, que le dejaron los “neoliberal­es” para desastres, gastos imprevisto­s e inevitable­s.

Se quedaron sin recursos porque se les cayó la recaudació­n del ISR y del IVA. Es la falta de crecimient­o de la economía que López Obrador dice que va bien. Recortes presupuest­ales, despidos y menos empleos nos esperan el próximo año.

No crecemos porque no hay inversión. El INEGI muestra la caída imparable en la confianza empresaria­l.

Pero el Presidente, en lugar de corregir, sigue su carrera hacia la confrontac­ión.

“Estamos poniendo orden” en economía dijo; López Obrador le llama orden a lo que es naufragio

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