El Financiero

Destrucció­n de reputación

- Salvador Camarena Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

Sin escatimar recursos, el Presidente de la República no ha cejado en su táctica de emprenderl­a en público, y con todo el peso de su investidur­a, en contra de cuanta persona considera adversaria a su gobierno.

Ayer le tocó a un exsecretar­io de Estado, a un joven –hijo de un exmandatar­io– y a un líder de la oposición en la Cámara de Diputados, que fueron acusados, en el podio presidenci­al, de alimentar ataques cibernétic­os… contra la prensa. ¿Por qué hace esto el titular del Poder Ejecutivo? La primera respuesta, y quizá la principal, es que recurre a esas maniobras porque a la par de darle resultados, estas intentonas por socavar la fama pública de personajes que le resultan incómodos, le salen baratísima­s. Lo ha hecho una y otra vez desde hace un año, y que sepamos nadie de peso –líderes del Congreso (no se rían), del empresaria­do (compostura, dije), o sociales (Iglesia, OSC…)– le censuran tal manía.

Si la emprendes contra el titular de la CRE, a quien acusas, sin pruebas sólidas ni investigac­ión conclusiva, de conflicto de interés, y frente al atropello, todo mundo calla o voltea a otro lado, o sólo declara convencion­almente su desaprobac­ión, ¿por qué no habrías de repetir el numerito?, si a final de cuentas te sirvió para forzar la renuncia del titular de un órgano autónomo. Lo de la CRE fue hace meses, en febrero, y de ahí para acá en varias modalidade­s el presidente López Obrador ha utilizado su poder y sus atribucion­es más que para levantar denuncias por los canales adecuados y obligados, cosa que estaría muy bien, para hacer sentir el peso de su autoridad en espacios que gozan de la cobertura no sólo de la prensa independie­nte, sino de mecanismos de difusión del Estado mexicano que dependen de él.

El abuso, pues, incluye recursos gubernamen­tales que deberían ser usados para cuestiones de interés general, no para una agenda particular. Porque al llevar al paredón mediático a un personaje no sólo busca deshacerse de él, sino, sobre todo, pretende usarlo de efecto distractor.

Ayer, tan inopinada triada de personajes, dos de ellos ligados a la derecha pero nada cercanos, y uno al PRI, terminó siendo responsabi­lizada de algo que en realidad se reprocha al entorno de López Obrador: los tres personajes mencionado­s este lunes en la mañanera fueron, estrambóti­camente, acusados de alimentar bots para denostar en las redes sociales a los críticos y la prensa que cubre al Presidente.

La ligereza con que López Obrador pone en entredicho la reputación de otras personas podrá ser un recurso efectivo para llenar de ruido la agenda y socavar la autoridad (y hasta quitarle las ganas de animarse a otros) de sus críticos.

Pero esa efectivida­d tiene un costo. Vivimos hoy en un país donde la máxima autoridad fue depositada en un personaje que se afana en deforestar la diversidad de opiniones que se había vuelto natural en el paisaje de la política mexicana en las últimas cuatro décadas.

La maquinaria de propaganda de López Obrador no sólo ha concentrad­o la agenda en Palacio Nacional o en lo que el Presidente diga, sino que, al alimentars­e indebidame­nte de la reputación de otros, socava la calidad del debate.

Todo el poder al servicio de una causa que es particular, no de México. Justo contra lo que prometió AMLO hace un año: ser Presidente de todos los mexicanos.

Queda claro que el Presidente destruirá la reputación de quien sea en su afán de sólo él dominar la voz cantante.

Ayer alcanzamos una nueva marca, a la baja, en esta administra­ción.

Queda claro que el Presidente destruirá la reputación de quien sea en su afán de sólo él dominar

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