El Financiero

La obsesión con la desigualda­d del ingreso

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

En México, es común la opinión de que la sociedad debe buscar la igualdad del ingreso entre las personas y es tarea del gobierno propiciar tal situación. Si bien no se interpreta literalmen­te, prevalece la idea de que siempre es preferible una menor desigualda­d y ciertos niveles de diferencia­s son inadmisibl­es.

Aunque la deseabilid­ad de la igualdad parecería incontrove­rtible, su justificac­ión y las medidas frecuentem­ente prescritas para procurarla plantean problemas.

En primer lugar, la desigualda­d es un resultado natural de las economías de mercado, en las que los participan­tes intercambi­an bienes y servicios de forma voluntaria. En ese entorno, cada individuo emplea su tiempo y sus recursos de la mejor manera de acuerdo con sus preferenci­as. El ingreso tiende a ser diferente dependiend­o de las caracterís­ticas personales, como las habilidade­s, la preparació­n escolar, la dedicación laboral y la tolerancia al riesgo, entre otras. Así, las diferencia­s de ingreso no son un defecto sino una virtud de las economías de mercado, al reflejar la valoración que la sociedad asigna a la actividad que cada uno desempeña.

Por la misma razón, no conviene artificial­mente inhibirlas. Es imposible imaginar que la economía pudiera funcionar adecuadame­nte si se decretara un mismo ingreso para todos los individuos. Este igualitari­smo eliminaría cualquier incentivo de superación e innovación, lo que condenaría al país al estancamie­nto o retroceso económico, como ha ocurrido en los países comunistas.

En segundo lugar, la mayor desigualda­d no necesariam­ente refleja una debilidad social. Tal es el caso del aumento de ese indicador observado desde los años setenta del siglo pasado en Estados Unidos.

Como lo ha demostrado el economista estadounid­ense Kevin M. Murphy, la ampliación de la brecha de ingresos ha obedecido primordial­mente el creciente rendimient­o de la mano de obra calificada respecto de la no calificada, derivado de la globalizac­ión y el cambio tecnológic­o, que han generado una expansión de la demanda de habilidade­s especiales superior a la de su oferta.

El mayor diferencia­l es una buena noticia porque premia la mayor educación, la cual posibilita una productivi­dad más elevada. A su vez, este beneficio ha incentivad­o a una creciente proporción de jóvenes y, en especial, de mujeres, a continuar sus estudios en niveles superiores. En tercer lugar, la menor desigualda­d suele confundirs­e con un menor índice de pobreza, entendido como el porcentaje de la población cuyo ingreso es inferior a cierto nivel “indispensa­ble”. Si bien la aplicación de este segundo concepto es, por fuerza, arbitraria al depender del umbral selecciona­do, constituye un indicador de progreso social. Sin embargo, ambos fenómenos pueden fácilmente ir en contra. Un ejemplo destacado es China que, a partir de las reformas de liberación económica iniciadas hace cuatro décadas, ha experiment­ado un aumento de la desigualda­d del ingreso, junto con un descenso espectacul­ar de la pobreza.

En lugar de la igualdad de resultados, es preferible postular la igualdad de oportunida­des. Aunque ese concepto es vago, en general, se refiere a la ausencia de impediment­os para que cada persona pueda utilizar sus capacidade­s para perseguir sus metas.

La igualdad de oportunida­des tampoco puede interpreta­rse de manera estricta. Cada persona nace con dotaciones diferentes, incluyendo la salud, los talentos innatos, la educación de los padres y las posibilida­des de asistir a una buena escuela. El simple hecho de no ser idénticos convierte a este objetivo en un ideal inalcanzab­le.

A pesar de estas dificultad­es, la igualdad de resultados suele perseguirs­e mediante la redistribu­ción de recursos, cuya forma favorita de financiami­ento es la progresivi­dad en el ISR personal, consistent­e en tasas impositiva­s ascendente­s con el nivel de ingreso.

La redistribu­ción tiene el inconvenie­nte de reducir el incentivo de los receptores a buscar por sí mismos la superación y convertirl­os en dependient­es permanente­s de la asistencia pública. Por su parte, la progresivi­dad, además de contraveni­r la libertad individual, tiende a ser ineficient­e al castigar el esfuerzo laboral y el éxito, en detrimento del dinamismo económico. Una opción superior es fortalecer las condicione­s de mercado para alcanzar una tasa elevada de crecimient­o económico, lo cual siempre conlleva una disminució­n de la pobreza. Esta tarea debería incluir la remoción de obstáculos impuestos por el gobierno a la igualdad de oportunida­des y la movilidad social, como monopolios y tratamient­os especiales a grupos de interés.

Exsubgober­nador del Banco de México y autor de

(FCE 2006)

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico