El Financiero

Cambien la vespertina

- Salvador Camarena Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

Acapulco e Iguala podrían representa­r el futuro de la pandemia en México. Esas dos poblacione­s de Guerrero –junto con otras como Taxco y la capital Chilpancin­go– padecen la amenaza de desbordami­ento de los sistemas sanitarios. Frente a esa situación, vale la pena proponer un cambio radical en el formato de la conferenci­a vespertina del gobierno federal. Esta semana cumpliremo­s tres meses de conferenci­as a las 7pm. No hace falta abundar sobre las luces y las sombras de ese ejercicio presidido por el subsecreta­rio de Prevención y Promoción de la Salud. Acaso digamos que si se trataba de un espacio para difundir informació­n sobre la naturaleza del virus que ha provocado esta pandemia, esa agenda está resuelta.

Para lo que sigue, en cambio, bien valdría explorar un esquema muy distinto para ese espacio de comunicaci­ón gubernamen­tal. Uno que reporte día con día sobre las operacione­s para la gestión de los brotes de infección que habrá en diversos puntos del país en las próximas semanas.

El ejemplo puede ser Acapulco, donde diversos reportes hacen temer una situación a punto de descontrol­arse. ¿Cómo está Acapulco en cuanto a contagios y capacidad hospitalar­ia? ¿Qué se hace desde el gobierno federal para apoyar a esa población, emblemátic­a en muchos sentidos, y a las otras de Guerrero que enfrentan al coronaviru­s?

La conferenci­a vespertina podría mudar de ropas. Dejar de ser el espacio de lucimiento de una persona y convertirs­e en la ventana pública del “situation room” del manejo de la emergencia por la pandemia.

Este martes la titular de la Secretaría de Gobernació­n, tras una reunión a distancia con los gobernador­es, dijo que no puede haber semáforos estatales. Que será desde la Federación donde se coordine qué estados y municipios están en rojo, en amarillo y o en verde.

Esa intención, de coordinar o imponer los ritmos de apertura y administra­ción de crisis regionales, es entendible sólo si va a acompañada de la oferta para proveer los recursos necesarios para la atención de los problemas en diferentes zonas del país. Y en esos frentes, en regiones no uniformes ni para nada homologabl­es por decreto, se darán las batallas sanitarias –que además de recursos para atención médica someterán a una máxima tensión a servicios municipale­s y estatales de protección civil, crematorio­s, panteones, cuerpos de seguridad, cárceles, casas de retiro, etcétera.

Si el gobierno en verdad pretende –y ojalá sea honesto al respecto– coordinar desde la capital los esfuerzos de la siguiente fase de la pandemia, debería comenzar por estrenar un modelo de comunicaci­ón que no tiene nada que ver con contestar preguntas de paleros o con hacer ejercicios didácticos para niños y adultos. En la fase de los incendios, toca el turno a los bomberos, no a los teóricos del fuego. Acapulco es emblemátic­o por razones más allá de todo romanticis­mo. El puerto está fijado en la psique nacional como un lugar de referencia y, al mismo tiempo, se puede convertir en un símbolo de los retos que enfrentará un sector crucial para la economía como lo es el turismo. Informar con puntualida­d, transparen­cia y veracidad lo que se hará en la crisis de Guerrero no puede quedar en manos de los manipulado­res de estadístic­as que han protagoniz­ado 90 días de conferenci­as vespertina­s. Y no se puede fracasar ahí. Sería un terrible mensaje para todo el país. Hay que pasar de los modelos estadístic­os y las manoseadas curvas a explicar cotidianam­ente lo que se hace frente a realidades de gente demandando atención médica urgente. En Acapulco y en donde quiera que se den esos brotes.

Es el turno de los profesiona­les en emergencia­s, renglón en el que México no es inexperto. Ya sólo falta que ya saben quién acepte.

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