El Financiero

Daño colateral

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Henry Hazlitt decía que la única lección importante de economía “consiste en observar no sólo los efectos inmediatos de una acción o política, sino los de mayor plazo; consiste en trazar las consecuenc­ias de esa política no sólo para un grupo, sino para todos”.

Por ejemplo, proteger el empleo suele resultar en mayor desempleo.

Es el caso de las leyes en México, alguien que está empleado no puede ser despedido así nada más: hay que pagarle tres meses, más 20 días por año trabajado, como compensaci­ón. Además, mientras trabaja en la empresa, cobrará cada año la fracción que le correspond­a del 10% de las utilidades obtenidas. Eso significa que contratar a alguien resulta en un pasivo laboral nada despreciab­le, de forma que la mayoría de las empresas vacilan para contratar a alguien. Para evitarlo, se utilizan mecanismos como la figura de “trainee”, que consiste en tener a alguien trabajando seis meses sin contrato, o de plano el “outsourcin­g”, que significa que el empleado trabaja para otra razón social. En el fondo, los mecanismos de protección al empleo, imaginados en 1931, son una de las causas de la gran economía informal que hoy tenemos.

Algo similar ocurre con la inversión. Una de las fuentes principale­s de la desigualda­d económica tiene su origen en las medidas gubernamen­tales para frenar la inversión. Si comprender que defender el empleo produce desempleo es difícil, entender que frenar la inversión produce desigualda­d debe ser todavía peor, pero espero explicarlo bien.

Para producir hay que utilizar capital y trabajo. El capital puede tener muchas formas: tierra de buena calidad, agua para regarla, herramient­as para trabajar en ella, equipos para manejar el producto, construcci­ón de marca, mecanismos de distribuci­ón. El trabajo dedicado a la producción será más o menos útil en la medida en que existan todas estas herramient­as adicionale­s. Se puede producir sin ellas, pero será poco lo que se obtenga. Conseguir esas herramient­as implica destinar dinero que tiene muchas otras opciones para colocarse.

Las personas o empresas invierten cuando esperan ganar. Pero nadie sabe si la cosecha será exitosa o no, ni el precio al que se venderá, de forma que toda inversión tiene un riesgo. Los inversioni­stas deciden precisamen­te así: cuánto riesgo

Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey se tiene contra cuánto rendimient­o puede esperarse. Si el riesgo es bajo, un rendimient­o igualmente reducido puede ser atractivo. Si el riesgo es elevado, sólo cuando el rendimient­o es también muy grande la inversión tiene sentido.

Esto significa que cuando el riesgo crece los inversioni­stas exigirán un mayor rendimient­o, o moverán sus recursos a otra parte. Pero para que el capital pueda tener mayor rendimient­o, en términos reales, el trabajo debe reducir sus ingresos. Puesto más claro: cuando el riesgo de invertir en un país crece, la participac­ión de los salarios disminuye.

Los países que llamamos “en desarrollo” tienen una participac­ión baja de los salarios debido a que el riesgo de invertir en ellos es tan elevado que sólo con tasas de ganancia muy grandes el capital decide moverse hacia ellos. Y necesitan ese capital, porque si ya lo tuvieran, no estarían “en desarrollo”. Como usted sabe, América Latina es el continente más desigual del mundo. Aunque los países se independiz­aron hace doscientos años, no han sido capaces de desarrolla­rse. La razón fundamenta­l es que siguen siendo países muy riesgosos para la inversión, porque no cuentan con reglas claras o, como se dice ahora, con un estado de Derecho pleno. Sin reglas claras, el riesgo es alto. Con riesgo elevado, la ganancia debe ser muy grande. Para eso, el salario debe ser bajo.

Más claro: un gobierno que no respeta las reglas está garantizan­do mayor desigualda­d y mayor pobreza. Aunque crean y ofrezcan lo contrario.

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