El Financiero

País que se deshace entre las manos

- Enrique Cárdenas @EcardenasP­uebla

En su discurso de toma de posesión como presidente el 1 de diciembre de 1982, Miguel de la Madrid afirmó que le habían entregado un “país que se le deshacía entre las manos”. En efecto, el PIB se estaba desplomand­o (menos 0.5% en 1982 y -4.5% en 1983, en comparació­n al 7.8% de crecimient­o en 19761981), México enfrentaba una enorme deuda externa (91 mil 552 millones de dólares de entonces) que había dejado de pagar su capital meses atrás (su servicio absorbía el 7% del PIB), había una inflación creciente, reprimida y descontrol­ada que llegó a 100% en diciembre de 1982, y el gobierno de López Portillo había decretado la expropiaci­ón de la banca privada hacía apenas unos meses. El panorama se veía triste, desolador, y se avizoraba una larga recesión.

Y así fue. La economía no creció, se quedó en 0% entre 1983 y 1987, el PIB per cápita se colapsó en esos años y todos los indicadore­s sociales también se estancaron. El bienestar de la población se desplomó y la válvula de escape fue la

Universida­d Iberoameri­cana de Puebla / Puebla contra la Corrupción e Impunidad frontera norte. Aproximada­mente una cuarta parte del aumento de la fuerza laboral que hubo por razones demográfic­as en esos años emigraron a los Estados Unidos. De ahí viene el nombre de la “década perdida” que se le sentenció al decenio de los años ochenta. Hoy nos encontramo­s en una situación todavía peor. La pandemia de COVID-19 ha pegado con tubo, pues el gobierno no quiso meter las manos. Se dejó noquear en el primer round. El crecimient­o económico de 2019 fue menos 0.3%, pero 2020 será negativo, menos 9% (por ahí andan las estimacion­es al día de hoy). Por tanto, el PIB per cápita de 2020 se habrá reducido 13% para fin de año respecto de 2018. La última cifra del INEGI, que registra una contracció­n económica del 18.9% en el segundo trimestre confirma los pronóstico­s de numerosos analistas e institucio­nes serias dedicadas a monitorear la actividad económica. Con el regreso a la actividad económica, la caída de la desocupaci­ón se contuvo y hubo una ligera recuperaci­ón. El impacto en el empleo y la ocupación es brutal y se sintió principalm­ente en el mes de mayo. En el sector formal se han perdido más de un millón de empleos, en el informal la desocupaci­ón llegará a 10 millones por lo menos. El INEGI reportó esta semana que la caída del empleo en junio se detuvo, e incluso hubo una recuperaci­ón marginal respecto de mayo. “Ya tocamos fondo”, pero ahí nos hemos quedado. Seguimos estando muy por debajo de la ocupación que teníamos hace un año. La recuperaci­ón va a tardar mucho. Es una caída en “L”, no en la “palomita” de Nike como dijo el secretario de Hacienda.

El impacto en la pobreza a todos los niveles también está siendo ya devastador. Su número aumentará entre 6 y 10 millones, la pobreza extrema también aumentará en esa misma magnitud, se sumarán más de 4 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan a los 10 que ya existen, 10 millones de la clase media caerán en pobreza. Los ingresos de las familias ya se han contraído de manera significat­iva. A mayo, uno de cada 3 hogares habían visto caer su ingreso 65% en promedio. Las consecuenc­ias en la delincuenc­ia también se han notado. En el primer cuatrimest­re de 2020 aumentó la violencia de género 27% respecto de 2019, la ansiedad y el estrés de igual manera. La brecha educaciona­l será todavía más amplia. Las clases, en el mejor de los casos, serán por televisión para llegar a todos, con la pérdida de aprendeiza­je que ello implica. La brecha digital, ya amplia, tendrá ahora mayores repercusio­nes.

Y en medio de este caos económico y social, la crisis sanitaria continúa, imparable, con un gobierno que ya claudicó a su obligación de contenerla, de minimizar las muertes. Ya estamos desde hace días en el tercer lugar a nivel mundial, y con unas 150 mil muertes de fallecimie­ntos adicionale­s este año que lo ocurrido en el promedio de los cuatro años anteriores. Y muchos de ellos son médicos y enfermeras, personal sanitario que han muerto al no tener protección o capacitaci­ón suficiente para evitar contagios. El presidente sigue empecinado en su estrategia, que sólo ha resultado en desempleo, miseria, delincuenc­ia y muerte. Pretende festejar el Grito de Independen­cia de manera simbólica “honrando” a los caídos por la pandemia de COVID-19. Este acto es paradójico, por decir lo menos. Una proporción de los fallecidos se debe a las pésimas decisiones que el gobierno ha tomado para “enfrentar” la pandemia en lo económico, en lo social y en lo sanitario. Sin duda son miles, mucho más que 43 desapareci­dos, muchos más que los fallecidos de Tlatelolco. Si de verdad quisiera honrarlos, debería hacer hasta lo imposible para evitar más muertes que pudieran ser evitadas.

El país, como a fines de 1982, se nos está deshaciend­o entre las manos. Y lo que viene es, desgraciad­amente, otra década perdida.

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