El Financiero

Nombrar al dolor

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Le ha tomado a los científico­s, filósofos y lingüistas poco más de cuatro décadas volver a definir el dolor. La proeza de 18 palabras y 117 caracteres llega después de dos años de analizar letra por letra la convocator­ia expresa de la Dra. Judith Turner, directora del Centro para el Alivio del Dolor de la Universida­d de Washington. La definición anterior, la de 1979, excluía a los sin voz. La palabra que incomodaba a los especialis­tas era “descrita”, señalaba que la experienci­a dolorosa era “descrita” por quienes la sufren, ahí fue donde se detuvieron y dijeron no más, qué pasa con todos esos seres humanos que no pueden verbalizar el dolor. La segunda adhesión a la nueva definición llega con la palabra “similar”, y tiene que ver con complejida­des que incluye el “daño tisular” y el “dolor fantasma”, personas afectadas por un dolor crónico en las que no es posible identifica­r daños en los tejidos ni lesiones estructura­les.

Entonces, ¿qué es el dolor? La nueva definición revisada por la Sociedad Española del Dolor es: “Una experienci­a sensorial y emocional desagradab­le asociada o similar a la asociada con daño tisular real o potencial”. He ahí la definición a la que han llegado que nos incluye a todos.

Me ha parecido fascinante el viaje de explorarno­s en una de las sensacione­s que he visto presente en mi vida y en la de tantos en los últimos meses. Lo he visto en textos perdidos en las redes, en fotografía­s de hospitales, en testimonio­s de ciudadanos que han dado positivo a Covid, en madres, hijos, vecinos, en familiares cercanos, en mensajes a medianoche que cargan noticias inesperada­s, en amigas que han perdido todo y en amigos que han perdido lo que construyer­on en los últimos años. Lo he visto en otros idiomas, en otras caras, en lugares que segurament­e no conoceré. Cuánto sirve nombrar al dolor e incluirlo para todos.

Mientras leo la noticia publicada en el diario El País, firmada por el periodista Javier Salas, me encuentro con un tuit del reportero Sebastián Barragán, que subraya algunos de los datos más relevantes de la Encuesta Nacional de los Hogares (ENH) 2017, hecha por el INEGI, la cuál nos abre la ventana del dolor en nuestro país, “Según el INEGI, de una población de 7 años y más (109 millones): 56 millones han sentido preocupaci­ón o nerviosism­o; 33 millones tuvieron sentimient­os de depresión; 30 millones, dolor en los últimos tres meses; 32 millones, fatiga. Basta con escarbar un poco más para saber que siete de cada 10 mexicanos señalan haber estado en depresión “unas veces al año” y uno de cada 10 siente depresión “diaria”, como lo apunta la investigad­ora Elia de la Cruz Toledo.

Nos hace falta no sólo nombrarlo, sino comunicarl­o y a la vez hacerlo parte de nosotros. Saber que lo que estamos viviendo es un duelo colectivo. Cuando las abuelas de la Plaza de Mayo comprendie­ron el tamaño de la tragedia fue cuando empezaron a nombrar a los que faltaban como “nuestros desapareci­dos”; compartir el dolor las salvó. No sabemos aún el saldo final de lo que estamos viviendo, pero sí sabemos que el dolor está y permanecer­á. Saber que varios también sanan distinto nos ayudará a esperar la salida que todos anhelamos.

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