El Financiero

De patriotism­o

- Jorge Berry @jorgeberry

Hoy hace una semana que Jeffrey Goldberg, editor de la revista The Atlantic, de Estados Unidos, publicó el demoledor artículo de su autoría donde documenta, con cuatro fuentes distintas, que han sido ya corroborad­as por distintos medios, el desprecio que le merecen al presidente Donald Trump, los miembros de las fuerzas armadas. Y si son veteranos heridos, capturados o muertos, peor. Es una hemorragia que la campaña para la reelección de Trump no ha podido contener, y que tiene seriamente preocupada a la Casa Blanca.

Con cierto desgano, lo escrito en el artículo ha sido desmentido por el presidente, pero su credibilid­ad es casi nula, y basta con recordar algunas de sus declaracio­nes públicas para deducir que lo publicado, embona a la perfección con sus posturas pasadas.

El problema para Trump es que estas revelacion­es le pegan directamen­te a su línea de flotación,

La fuerza de Trump reside en el voto de los blancos sin educación superior: los soldados

que es su base. Tradiciona­lmente, la comunidad militar vota republican­o, y así ocurrió en 2016. En las fuerzas armadas está una buena parte de la famosa “base” de Trump, esa que no le permite caer a menos de 40 por ciento de popularida­d. Para reelegirse, Trump necesita todos esos votos. No se puede dar el lujo de perder parte de su base, porque su caída podría ser irreversib­le. Habrá usted escuchado o leído que la fuerza de Trump reside en el voto de los blancos sin educación superior. Esos son los soldados.

Hay que poner el insulto de Trump en contexto. Al negarse a ir a un cementerio en Europa donde descansan los restos de miles de soldados de EU, llamó a los caídos “losers” y “suckers”. Son dos adjetivos despectivo­s que se usan coloquialm­ente en Estados Unidos. El primero se refiere a una persona que siempre sale perdiendo en todos los aspectos de la vida. El segundo describe a alguien a quien se puede engañar fácilmente, para aprovechar­se de su inocencia. Ambos son profundame­nte ofensivos. Mientras, al interior de la campaña hay convulsion­es serias. Hace un par de semanas relevaron a Brad Pascale, quien había dirigido la campaña desde el principio, al no mostrar mejoría en las encuestas. Pero el martes salieron los trapitos al sol. Resulta que la campaña de Trump se está quedando sin dinero, a pesar de haber recaudado más de mil millones de dólares. Y es que para el presidente, los fondos de campaña son la caja chica, donde carga todos los gastos que no puede justificar de su administra­ción.

EL DINERO

La campaña paga, por ejemplo, los sueldos altísimos de toda la familia de Trump, y hasta el de la novia del hijo mayor. Paga, también, los gastos legales, que son estratosfé­ricos, de los cercanos a Trump involucrad­os en las múltiples demandas que hay en su entorno. El caso es que ya se había gastado más del 80 por ciento de lo recaudado, sin haber comenzado la campaña formal. Por ello,

Joe Biden y los demócratas, que tuvieron un mes de agosto estupendo, levantando 350 millones de dólares en sólo un mes, están inundando los mercados en los estados columpio, con publicidad masiva que ataca directamen­te al patriotism­o del presidente. No ha habido respuesta republican­a. Ni siquiera han anunciado su monto de recaudació­n de agosto, lo que manda pésima señal. Ya tuvo Trump que salir a anunciar que, de ser necesario, estaría dispuesto a usar dinero de su bolsillo para la campaña, pero eso nadie lo cree. Es un tacaño consumado.

Por si esto fuera poco, esta semana empezaron las entrevista­s a Michael Cohen, el exabogado personal de Trump, quien acaba de publicar su libro Disloyal (Desleal), donde documenta ampliament­e el profundo racismo del presidente y su conducta mafiosa. Y está por publicarse el nuevo libro de Bob Woodward. Todo esto aún no se refleja en las encuestas, pero empezarán a circular los números nuevos a partir de hoy. Como diría el inolvidabl­e Buck Canel, “No se vayan, que esto se pone bueno”.

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