El Financiero

Derecho de réplica

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Es falso el “diálogo circular” que el presidente ha establecid­o con sus críticos. Un diálogo tan asimétrico no puede ser circular. El crítico ejerce desde sus posibilida­des individual­es y las de su medio, el presidente contesta con toda la fuerza amplificad­a del Estado. Esa asimetría es oprobiosa e induce a la tiranía, donde la voz de uno se impone al resto de la sociedad. Se puede terminar con esa asimetría concediend­o derecho de réplica a los que se sientan afectados por los señalamien­tos del presidente. Para evitar abusos, un consejo de personajes independie­ntes podrían elegir los casos en los que los afectados demuestren que la informació­n que refirió el presidente es falsa. En el mismo espacio y ocupando el mismo tiempo. Actualment­e las conferenci­as matutinas son un espacio salvaje, no regulado, sin ley. Es comprensib­le: el presidente inauguró esa costumbre. Antes los presidente­s tenían miedo de la prensa. López Obrador decidió en cambio encararla. Antes la presidenci­a era cerrada, ahora se expone, lo cual no la hace más transparen­te. El presidente ha impuesto una

“verdad alternativ­a”, los otros datos con informació­n que sólo él conoce (el resto de los mexicanos tenemos que conformarn­os con la informació­n oficial que el presidente dice que es falsa.)

A falta de regulación, se pusieron diques, para no exponer al presidente: las primeras filas de las conferenci­as las ocupan falsos periodista­s que hacen preguntas a modo. Ellos preguntan sobre los temas de los que quiere hablar el presidente, lo cual es un abuso, porque antes de la sesión de preguntas el mandatario improvisa largamente para fijar la agenda. No importa que el día anterior haya ocurrido un hecho grave, el presidente habla de lo que se le antoja. Luego viene el largo segmento de las preguntas inducidas. Esos dos ejercicios consumen el 80% de las conferenci­as. El resto es para las preguntas incómodas. Parece una ganancia. Antes los presidente­s no contestaba­n nada. Pero el actual tampoco lo hace. Hay decenas de videos en YouTube (empresa mucho más útil para la transparen­cia que la Secretaria de la Función Pública) que muestran la forma en que López Obrador evade lo que se le pregunta de forma directa. “Soy dueño de mi silencio”, cuando conviene. “Mi pecho no es bodega”, cuando conviene. Se trata de un espacio a todas luces irregular. Como mecanismo democrátic­o podría ser muy bueno. En su versión actual se ha convertido en un espacio de linchamien­to y calumnia, de mentiras e imprecisio­nes. Es un espacio salvaje y no debe serlo. Podría ser, si se dejara de utilizar como el eje de la propaganda del partido y del gobierno, un espacio excepciona­l de comunicaci­ón directa. En lugar de inútilment­e desmañanar a sus secretario­s, ese espacio debería ser ocupado por asesores legales del presidente, a los que debe consultar antes de responder cuestionam­ientos difíciles, para evitar el bochornoso espectácul­o del mandatario confesando violacione­s a la ley (como ocurrió cuando defendió a su hermano Pío por recibir millones de pesos ilegales). Debería también estar presente un panel de expertos que lo asesorara en temas que no domina. Recordemos que el presidente ha llegado a decir en ese espacio que ya había hombres en América hace 10 mil millones de años…

El ejercicio no es nuevo, me podrían señalar: desde que era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México instauró la costumbre de las conferenci­as matutinas. Pero se trata de algo distinto. Nunca como Jefe de Gobierno insultó a la prensa. Nunca calumnió a sus críticos. En ese entonces el objetivo era otro: llegar al poder. Ahora es distinto. El espacio de comunicaci­ón democrátic­o degeneró en un espacio para que el presidente difame e insulte a placer. “Pasquín inmundo”, llamó hace unos días a Reforma.

El presidente en sus conferenci­as improvisa (“no vayan ustedes a creer que preparo lo que voy a decir”), inventa datos y cifras (cuando un periodista ha solicitado a Presidenci­a el sustento de lo dicho por el presidente, le han contestado que no existe tal sustento), miente como quien respira (lleva más de 30 mil mentiras en 600 conferenci­as, según ha medido Spin), insulta a quien se atreve a criticarlo y calumnia como mecanismo de defensa para evitar responder lo que se le pregunta. No debe ser así, no tiene que ser así.

Muchas veces me he preguntado por qué los medios electrónic­os e impresos no envían a sus mejores periodista­s a las conferenci­as. ¿Por qué no van Ciro Gómez Leyva, Pascal Beltrán del Río o Raymundo Riva Palacio? Estoy seguro que José Cárdenas, Carmen Aristegui o Carlos Marín harían buenas preguntas. O los columnista­s representa­ndo a su medio. Denise Dresser lo hizo no hace mucho. ¿No van para que el espacio del presidente no se vuelva muy incómodo? ¿No van por una convención no escrita, por deferencia, por cálculo? Jorge Ramos fue, preguntó, el presidente trastabill­ó con sus cifras, pero no volvió a repetirse. ¿Cuáles son las reglas? ¿Hay reglas? ¿Conviene que siga sin regulación alguna?

El presidente en sus conferenci­as... insulta a quien se atreve a criticarlo y calumnia como mecanismo de defensa para evitar responder lo que se le pregunta

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