El sexenio del crecimiento negativo
Andrés Manuel López Obrador™ hará, como tanto ambiciona, historia: entregará un país mucho peor que el que recibió. Los especialistas del sector privado encuestados mensualmente por el Banco de México esperan, de acuerdo al ejercicio más reciente (publicado ayer), una contracción de -9.82% del PIB durante 2020 y una magra recuperación de 3.26% el año entrante, y una todavía más mediocre de 2.33% en 2022. Para los años subsecuentes (de 2023 a 2030), un crecimiento promedio anual de 1.74%. Lejos de la “V” de recuperación que no se cansa de predecir AMLO.
La brutal caída de este año no puede adjudicarse mayormente al Presidente, sino a la pandemia global, pero algo le corresponde. Sobre todo, será responsable de la pobrísima recuperación, como también lo fue de la recesión previa al Covid. La caída de la inversión no inició en febrero 2020, sino en los últimos meses de 2018, a raíz de la cancelación del aeropuerto de Texcoco. En 2019 no creció la economía, sino que se contrajo (en -0.3%), y esto fue responsabilidad completa de la administración del tabasqueño. El eterno crítico, con razón, del bajo crecimiento logrado en la “era neoliberal” empeoró la situación incluso ante de calzarse la banda tricolor. De seguirse los pronósticos publicados por el Banxico, el PIB habrá recuperado el nivel registrado en 2018 hasta 2025, ya cuando AMLO habrá un cumplido un año de haberse retirado a su rancho. Será el primer sexenio presidencial (esto es, de Lázaro Cárdenas a la fecha) en que un gobernante entrega una economía con menor valor de PIB al que recibió. En el sexenio de Miguel de la Madrid, el PIB de 1988 fue superior en 0.4% al de 1982. En el caso de AMLO, siguiendo los pronósticos, el PIB de 2024 será 1.7% inferior al de 2018.
No es lo más grave, puesto que además es necesario considerar el crecimiento poblacional. De cumplirse lo esperado en la encuesta, el PIB per cápita de 2018 se habrá alcanzado de nuevo en 2030, aunque por supuesto mucho dependerá de la administración 2024-2030.
Del que ya se sabe qué esperar es del autor de “Hacia una economía moral”. Lo que AMLO ha demostrado en los hechos es una profunda alergia por fomentar la inversión y la productividad, los grandes motores del crecimiento de corto y largo plazo. Su obsesión es el petróleo. Sus proyectos faraónicos son una oda a la ineficiencia y coladeras fiscales que necesitarán de subsidios sin fin hasta que un gobierno sensato los cierre: Dos Bocas, el Tren Maya y la terminal aérea de Santa Lucía. Pero el elefante blanco de mayor tamaño y que será el mayor lastre para las finanzas públicas y la economía es Pemex. Con la obsesión de regresar a CFE a su gloria como monopolio ineficaz, no le importa derruir la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros, aparte del retroceso ambiental. La obsesión por saquear presupuestalmente a su propio gobierno con tal de obtener recursos para sus ocurrencias, eliminando los fideicomisos públicos, es otro elemento, entre muchos, de la destrucción del crecimiento de largo plazo (dado el retroceso que implicará para actividades científicas). Por supuesto, alegando corrupción. Esto de la misma persona que aceptó recibir sobres llenos de billetes con su hermano como recaudador. Si hay algo que es inagotable en López Obrador junto con la irracionalidad económica es el cinismo. Irracionalidad que tendrá como uno de sus mayores monumentos el primer sexenio de crecimiento negativo del México moderno.