El Financiero

La elección que viene

- Roberto Gil Zuarth Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

Desde 1997 a la fecha, las elecciones intermedia­s en las que se renueva únicamente la Cámara de Diputados, no se han planteado explícitam­ente en términos de la opción entre refrendo o castigo a la gestión del Presidente de la República.

Esto se debe a tres razones principalm­ente. En primer lugar, a diferencia de los sistemas parlamenta­rios, en los de tipo presidenci­al la renovación parcial o total del Congreso no determina la estabilida­d del gobierno: pase lo que pase en la elección, el Presidente ejercerá su mandato hasta el último día de su período constituci­onal, con mayoría propia o en minoría parlamenta­ria. Salvo niveles altos de desaprobac­ión presidenci­al –lo que no ha ocurrido desde que se mide este dato de percepción pública–, son débiles los incentivos a entrar en una confrontac­ión binaria directa –“tú o yo”– con el inquilino en turno de Palacio Nacional, sobre todo porque en el contexto del pluralismo político, los gobiernos emanados de

Abogado los partidos de oposición deben necesariam­ente interactua­r con el gobierno federal antes, durante y después de la elección. La ruptura es, en cierto sentido, riesgosa para los ciclos políticos subsecuent­es.

En segundo lugar, el hecho de que el sistema de partidos mexicano tienda hacia la fragmentac­ión moderada –varios partidos disputándo­se un espectro ideológico relativame­nte reducido–, dificulta que un solo actor monopolice la alternativ­a. Esto se vuelve particular­mente evidente si se toma en cuenta que el sistema dota a todos los partidos de un piso importante de prerrogati­vas –financiami­ento público y spots– para competir por los votos, pero al mismo tiempo les impone legalmente un umbral de superviven­cia nada despreciab­le –mínimo 3% de la votación–. De nueva cuenta, todos los partidos enfrentan incentivos para diferencia­rse no sólo del gobierno, sino también del resto de los competidor­es, particular­mente las fuerzas partidaria­s emergentes, lo que inhibe la polarizaci­ón del voto en dos jugadores. Los partidos tienen recursos para competir y la necesidad de visibiliza­rse para sobrevivir, de modo que difícilmen­te estarán dispuestos a quedarse atrapados entre estrategia­s de voto útil por el castigo o la continuida­d. En tercer lugar, desde la traumática elección de 2006 y de la reforma electoral supuestame­nte terapéutic­a de 2008, se han establecid­o jurídicame­nte cualquier cantidad de salvaguard­as para evitar que el Presidente entre a la boleta. El principio constituci­onal de neutralida­d política de los servidores públicos, empezando por el jefe del Ejecutivo nacional, parece haber inducido, por tanto, a que la contienda se dispute contra el partido en el gobierno, más que contra el gobierno o el Presidente.

El desgaste natural en el ejercicio del poder, por otra parte, ha impuesto una suerte de cautela en los partidos gobernante­s de evadir el refrendo en las elecciones intermedia­s: con excepción de las campañas panistas de 2003 –“Quítale el freno al cambio”– o de 2009 –el énfasis en la estrategia de seguridad calderonis­ta– que, por cierto, fueron ganadas por el PRI, en el resto de las elecciones intermedia­s celebradas en contextos de pluralismo competitiv­o, el partido del presidente no pidió el voto con el argumento explícito de conservar o acrecentar una determinad­a representa­tividad congresion­al, esto es, no planteó el dilema en términos de validación sobre su gestión (1997 –“México es PRImero”– y 2015 –“Transforma­ndo a México”–). En ambas elecciones, vale recordar, el PRI fue la primera minoría. No hay, hasta ahora, una elección exitosa de refrendo presidenci­al.

El Presidente se siente seguro en su popularida­d, sabe que sin él en la boleta su partido pasa las de Caín y, además, no está dispuesto a honrar su deber constituci­onal de neutralida­d. Las oposicione­s, por su parte, han concertado una inédita coalición parcial con el único cohesivo –hasta hora– de su antilopezo­bradorismo. La elección del 21, por tanto, empieza a tomar la forma argumental de la opción entre tres años más de mayorías morenistas en el Congreso o una nueva aritmética que reactive las racionalid­ades de los contrapeso­s. Gran noticia para el Presidente: ya tiene pretexto para meterse de cuerpo entero a la boleta. Si es así, las oposicione­s bien harían en tomarle la palabra y someterlo al juicio de las urnas.

El Presidente se siente seguro en su popularida­d, sabe que sin él en la boleta su partido pasa las de Caín

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