El Financiero

El fracaso de la industria anticorrup­ción

- Benjamín Hill Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @benxhill

La comunidad anticorrup­ción se encuentra desde hace un tiempo en una etapa de revisión, autocrític­a y replanteam­iento de lo que se ha logrado – que no ha sido mucho–, y de lo que se debería hacer en el futuro para mejorar sus resultados. Desde la “explosión” del interés por la corrupción como problema de política pública a principio de los años 90, el tema pasó de ser la preocupaci­ón exclusiva de un reducido puñado de académicos y activistas, a ocupar un lugar dominante en la agenda pública global. Hoy, en cambio, existe un ancho abanico de oficinas de gobierno, programas académicos, organizaci­ones de la sociedad civil, tratados internacio­nales, leyes, iniciativa­s para el desarrollo de organismos de cooperació­n y una variada oferta de conferenci­as internacio­nales, así como cumbres regionales o globales a las que frecuentem­ente asisten líderes políticos que se toman una foto y firman ambiciosas declaracio­nes. Eso es lo que Michael Johnston llama la “industria anticorrup­ción” (

Michael Johnston y Scott Fritzen, Routledge, 2021).

No hay duda – dice Johnston– de que en los treinta años desde que arrancó el interés por las políticas anticorrup­ción hubo avances muy claros y que la realidad ha cambiado mucho. Hemos visto el desarrollo de múltiples iniciativa­s y reformas impulsadas por organismos internacio­nales, empresas y organizaci­ones de la sociedad civil; tenemos ahora un vasto compendio de informació­n, datos y conocimien­to nuevo sobre corrupción; hemos logrado crear una nueva conciencia global sobre el daño que la corrupción hace a los países y se ha creado una red activa de organizaci­ones e investigad­ores. Sólo el reconocimi­ento actual de que la corrupción es un problema que no puede postergars­e, en comparació­n con el desdén oscurantis­ta del pasado, representa un avance importante. Tampoco es posible negar que salvo algunas excepcione­s, en la mayoría de los países no se han registrado avances importante­s en el combate a la corrupción. Johnston advierte que el paradigma dominante en el control de la corrupción de los últimos 30 años se ha centrado en la repetición de soluciones, remedios, ideas y terminolog­ías que siguen reflejando la realidad de los años 90, útiles en su momento, pero que han dejado de tener vinculació­n con la actualidad. Cada vez es más evidente que tratar de comprimir la complejida­d y diversidad regional de la corrupción en índices que comparan países no es útil para armar una agenda específica de acciones. Conceptos y políticas como transparen­cia, acceso a la informació­n, voluntad política, sociedad civil, problema agente-principal, análisis costo-beneficio, arquitectu­ra constituci­onal, manuales, guías, cajas de herramient­as, se han convertido en un edificio de nociones repetitiva­s, que no reconocen la realidad de cada país, que cada vez se relacionan menos con la realidad y que es necesario cuestionar.

Con el paso del tiempo, las iniciativa­s anticorrup­ción se han institucio­nalizado y lo que en un principio fue un “movimiento” integrado por una suerte de coalición heterogéne­a y amplia de personas y organizaci­ones reunidas con el interés común de entender y combatir la corrupción, se ha convertido en una “industria”. La “industria anticorrup­ción” es un conjunto de intereses y organizaci­ones que existen con independen­cia del problema de corrupción; es un régimen que se sirve de sí mismo, que goza de vida propia y que se mantiene con la elaboració­n de políticas, iniciativa­s, convencion­es, cursos de capacitaci­ón, índices, programas y actividade­s para promover la transparen­cia y la integridad en el sector público. La industria anticorrup­ción. Johnston describe un problema doble: las limitacion­es de una agenda de políticas y propuestas que está agotada, cansada y ha dejado de ser útil; en segundo lugar, la existencia de una industria anticorrup­ción que ha perdido de vista los objetivos reales de su tarea y que ha desarrolla­do una agenda de intereses más vinculada a su propia superviven­cia. El reto que se plantea –y que el libro de Johnston no resuelve– es muy importante, casi existencia­l para el movimiento anticorrup­ción. Tiene que ver con abandonar muchas de las ideas que han dominado la agenda anticorrup­ción en los últimos años. Tiene que ver con el reconocimi­ento de que las respuestas de los gobiernos al problema de la corrupción no puede ser la simple adopción de mejores prácticas, sino su integració­n con otras políticas que en última instancia persiguen la justicia económica y social. Como ha dicho Daniel Kaufmann, el combate a la corrupción no puede ser sólo el combate a la corrupción. Y tiene que ver finalmente, con el reconocimi­ento de que los resultados solo serán posibles en el largo plazo.

The conundrum of corruption: reform for social justice,

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