Tras 2000 (y pico) prebendas
Uno. ¿Prebendas? Sí. En su acepción de “Cargo o empleo lucrativo y cómodo, que es gratuitamente concedido por antiguos favores recibidos”. Y prebendas semejan los dos mil y pico de cargos de elección popular, que tiene a la clase política en rapaz suspenso. De ahí que se imponga una reflexión a calzón quitado, sobre el asunto de la representación política en el país. Se presume, se proclama, a tambor batiente: “¡Las elecciones más grandes de la historia!”. Pero, ¿para qué y con qué clase de contendientes? Dos. ¿Para que la nave pública, desarbolada, en escorzo, siga hundiéndose, con mal viento a proa y a popa, a babor y estribor? En medio de una pandemia que no respeta ni edad ni género, a todas luces ingobernable por más cambios de semáforo que se le ponga enfrente. Aunque sin duda razonada, auxilia a contenerla el cubrebocas.
Tres. Y como remate: apagones, en el Metro, en regiones de la como nunca antes sufrida República Mexicana; todo esto, y lo que falte, entre excusas, bateos de responsabilidad al equipo del pasado (que vaya si tiene lo suyo), cantos épicos a los trabajadores de la CFE. Porque toda ocasión es buena para salirse por peteneras. Añada usted el lío de una Auditoria Superior de la Federación que se da un tiro en el pie, y de un auditado que se lo machaca.
Cuatro. ¡Dioses!, ya no lo duro sino lo tupido.
Cinco. ¿Contienda de partidos históricos, obligados a morder el polvo de estrepitosa derrota en 2018, insistiendo en alianzas de probada impopularidad, y distribuyendo las candidaturas en el cogollo?
Seis. ¿Contienda de un partido más o menos reciente, más Partido de Estado que otra cosa, obsesionado con un cambio de estructura, de raíz (pútrida sin duda), pero rehuyendo el trámite que cumplieron, a cabalidad, Independencia, Reforma y Revolución? El trámite, lector, inexcusable, de la violencia social Y también lanzando a la palestra prospectos que levantan las cejas.
Siete. ¿Contienda de partiditos sacados de la manga, ofreciendo a los cuatro vientos lo que se les ocurre, mas cazando candidatos en el medio del espectáculo, del deporte, donde se pueda, donde se dejen?
Ocho. ¿Y los árbitros, el INE y el TRIFE? A todas luces, antes que, entablando una dialéctica de razonable interpretación jurídica, que puede discrepar, sacándose los ojos.
Nueve. No es de poca monta lo que está en juego. Gubernaturas, Presidencias Municipales, escaños legislativos estatales y federales. Con el añadido del estreno de la relección (palabra tanto tiempo maldita, mal agüero), sin más mérito que levantar el obediente dedo.
Diez. Tampoco es de poca monta el dinero público que se destina a un día, “Día de Fiesta Cívica” llegó a decirse tiempo ha, y sin rubor; costo (multimillonario, despilfarrador) de la democracia.
Once. ¿Democracia en serio? ¿Democracia cuando el electorado, masa acotada por el requisito de la edad ciudadana, el rejuego de banderías y el límite de un padrón, va siendo sustituido, en la retórica de algunos, por una entelequia, atemporal, de parecer monolítico, sin bordes: el Pueblo?
Doce. ¿Y la propaganda electoral, prodigada en Medios, paredes, edificios, espectaculares, carteles, cuanto espacio por diminuto que sea, se ofrezca?
Trece. ¡Haga usted la prueba, haciendo de tripas corazón, reprimiendo la indignación por la ofensa a la inteligencia, y el ayuno de ideas políticas, del color que sean, pero ideas, de soplársela en su sano juicio! Chantajes de baja estofa, promesas idiotas, falsedades. Lo sandio al cuadrado.
Catorce. Quien, promete el paraíso de la redención proletaria. Quien anuncia otro paraíso, el de la reconciliación de clases, ricos y pobres, riquísimos y de plano indigentes. Quien se declara, ni de izquierda, ni de derecha, ni de centro (franca confesión de inexistencia).
Quince. Quien, técnica que llamo del “Diablito Político” (robo de causas de cualquier tipo, en vez de fluido eléctrico, nomás recuerde lo que se hizo con la película Roma), se cuelga la medalla de la vacunación anti-covid.
Dieciséis. Quien lanza el cebo, a cambio de votos, de elevaciones de salarios mínimos que no resistirían nuestras endebles finanzas públicas. Quien, en suma, se reconoce casa de todos, afiliados, simpatizantes, mirones, gente que pasa por la calle (y, más adelante, supongo, mascotas, perros, gatos, peces; especies que, desde los tiempos del relamido Mancera, ya gozan de Derechos Humanos).
Diecisiete. Y la sospecha de mañas y artimañas, crece en vez de decrecer. De las reiteradas, en veces caricaturales “Mañaneras”, a la inauguración de una ciclovía (de la que más temprano que tarde, brotan su falta de planeación y abundancia de accidentes). No cabe duda que una nueva contaminación, se empalma a la del medio (miedo) ambiente: la electoral.
Diecinueve. Dados estos preocupantes precedentes, ¿qué es de esperarse en la fecha, que se presume, de grandeza histórica? ¿Un viraje? ¿Pero en qué dirección?
Veinte. Aunque brilla, no el consuelo, sino la prueba categórica, que no es esta la vez primera que la res pública (el país, la Nación), vacila ante el abismo, amenazando despeñare (no es indirecta). Y nos levantamos, y andamos. Lázaros.