Vacunas tibias
tranquilos, aunque en realidad es como si les hubieran inyectado gotas de agua destilada. Si se enferma posteriormente, incluso muere, será una estadística más que se agrega a cientos de miles. Qué raro, se había vacunado, pero murió.
Las vacunas tibias son el símbolo más reciente de un gobierno fantoche, que se regodea en las apariencias y presume las formas en tanto menosprecia realidades y fondo. No es serlo, sino parecerlo, clamar que se es, aunque la realidad lo desmienta. Es la redomada hipocresía que se puede permitir el cínico que se sabe protegido por el inmenso poder que le otorgaron las urnas.
Es el demagogo autoritario que presume de demócrata, el destructor de instituciones aduciendo que las mejora y el inepto que se dice campeón de la eficacia. La corrupción en los más bajos niveles de la administración está de regreso, alimentada por los recortes salariales y en prestaciones. La parentela del inquilino de Palacio Nacional se hincha de dinero, lo mismo que sus colaboradores cercanos. El Presidente, orondo, saca un pañuelo blanco y manifiesta que ya se terminó la corrupción gracias a su persona. La putrefacción personificada ondeando la blancura, porque cree que con eso basta. Hizo una campaña plena de verborrea, mintiendo sobre su persona y su patrimonio, e igual gobierna.
Si algo lo enfurece es cuando se muestra lo que existe detrás de esa fachada cuidadosamente construida, cuando se le pone ante un espejo y se contrastan las frases demagógicas contra la cruda realidad. Esos momentos durante la perorata mañanera en que una pregunta incómoda le obliga a abandonar el sobado sermón autocomplaciente. La mirada plácida se vuelve torva, la sonrisa se congela en mueca y la mirada se endurece mientras responde con enfado. Entonces asoma el autoritario que hace listas de sus críticos, el que habla de censurar las redes sociales, quien amenaza mientras dice ser el Presidente más atacado desde Francisco I. Madero. Ya encarrilado, se proclama el mártir de la democracia reloaded.
“Eso si calienta”, es una de sus frases. En cambio, muestra la más despiadada frialdad para aquellos dañados, empobrecidos, enfermos o muertos por sus acciones. Los hambrientos privados de comedores comunitarios, las madres sin estancias infantiles, las mujeres sin pruebas de cáncer, aquellas abusadas con albergues cerrados, los estudiantes sin becas, los artistas sin apoyos y los niños sin quimioterapias. Eso sí, mucho dinero para su refinería, tren y aeropuerto. Por eso quita recursos sin pudor o remordimiento, porque sus prioridades nada tiene que ver con las personas a las que juró servir, particularmente las más vulnerables porque son las que menos tienen. Destruye invariablemente con un pretexto: que está combatiendo la corrupción. El hermano de Pío, cuñado de Concepción y primo de Felipa proclama que ha destruido la distribución de medicamentos, cerrado fideicomisos, cancelado un aeropuerto o que combate las energías limpias porque está atacando a grupos que han medrado del erario. El paroxismo del cinismo en acción. Entre el ardor cuando se le expone y la frialdad con la que daña y destruye, quizá por ello considera que es suficiente ofrecer vacunas tibias.