El Financiero

Las injusticia­s de López

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no muestra la menor empatía o misericord­ia por sus semejantes. En la mente de muchos están los niños con cáncer. Son sin duda el rostro más visible de la indefensió­n, de la necesidad de medicament­os cuyos precios muchas veces son prohibitiv­os, excepto para los más privilegia­dos. El desastre lleva años, y ni siquiera ser padre de cuatro hijos ha impulsado a López a corregir su desastre. De vez en cuando sale a anunciar que ya, que pronto, que ya se ordenaron, que quién sabe qué pasa, que pronto se distribuir­án las medicinas. ¿Qué dijo López apenas en noviembre pasado? “Siguen en campaña en contra nuestra. Me da mucha tristeza porque están apoyando a mamás, papás que tienen niñas, niños con cáncer, pero están manteniend­o esas organizaci­ones para que nosotros demos marcha atrás y volvamos al mismo sistema de compra de medicament­os a estos corruptos. Pues no, ya estamos comprando todos los medicament­os y no van a faltar”. Tristeza siente el Presidente porque los padres desesperad­os reciben apoyo. Y dale contra los corruptos, proclama enojado el hermano de Pío y Martín, con sus sobres de efectivo, el primo de la contratist­a de Pemex, el cuñado de la saqueadora de Macuspana, el padre de los felices productore­s de chocolate, el jefe de tantos otros rateros de la nación.

El tabasqueño ha sabido consolidar la injusticia gracias a funcionari­os como Hugo López Gatell, quien proclamó que, por cada niño vacunado contra el Covid gracias a un amparo, le quitaba una inoculació­n a un adulto, el mismo que declaró que los padres de niños con cáncer eran unos golpistas.

La falta de medicinas ha traído mayor enfermedad, sufrimient­o y muerte a niños, jóvenes y adultos. Quizá la mayor injusticia que comete rutinariam­ente el mesiánico en contra de la población mientras que no se cansa de dirigir los dineros de la nación a explotar más petróleo y refinarlo.

Dinero que tampoco canalizó para salvar empleos durante la pandemia, como hicieron tantas otras naciones, que porque eso ayudaba a esos empresario­s que tanto detesta. El resultado fue diezmar la clase media y aumentar el número de pobres en casi cuatro millones. Una destrucció­n de empleos que aumentó todavía más al cancelar los esquemas de subcontrat­ación.

Para esos pobres, antiguos y nuevos, no habrá nada más que los programas asistencia­les de López: entregas insuficien­tes de efectivo en lugar de empleos, estancias infantiles, refugios para mujeres violentada­s o comedores comunitari­os. Los pobres que permanecen encarcelad­os por faltas nimias ante un aparato de justicia de nuevo entusiasta por la prisión preventiva. Lo mismo que sufren personas como Alejandra Cuevas, que lleva casi 450 días presa, porque el Fiscal General de la República de López muestra una inclinació­n singular por resolver sus vendettas personales encarcelan­do a quienes considera sus enemigos.

Es el sexenio de la injusticia que acaba de terminar su tercer año, algo que López consideró adecuado celebrar con una enorme multitud en el Zócalo capitalino, contribuye­ndo a las infeccione­s que hoy se manifiesta­n. Un cierre de año apropiado para quien probableme­nte es el Presidente más despiadado en la historia de México.

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