El Financiero

El infinito en un junco (Alejandría)

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @Pablohiria­rt

MIAMI, FL.- Uno de los libros que más gusto me dio leer este año fue El infinito en un junco, de Irene Vallejo, editado por Siruela, que consiste en una investigac­ión acuciosa, maravillos­amente bien escrita y sin alardes de erudición, acerca de la invención de los libros. Tomo sólo lo referente a Alejandría por razones de espacio y otros tres motivos: la ciudad fue diseñada por el más grande conquistad­or de la historia, que nunca perdió una batalla y expandió por el mundo una cultura inmortal; porque ahí se creó la primera gran biblioteca, y Vallejo lo narra de una manera tan emotiva que es digna de aplaudir al cabo de algunos párrafos; y por una vivencia personal en un grato momento de mi carrera (llegué a medianoche a la ciudad, procedente de Libia, durante la revolución contra Khadafi, en plena Primavera Árabe, a escribir la crónica en una habitación donde alguna vez durmió Mohamed Alí). “La Alejandría de Egipto nació, no podía ser menos, de un sueño literario, de un susurro homérico. Estando dormido, Alejandro sintió acercarse a un anciano de pelo cano. Al llegar a su lado, el misterioso desconocid­o recitó unos versos de la Odisea que hablan de una isla llamada Faro, rodeada por el sonoro oleaje del mar, frente a la costa egipcia. La isla existía, estaba situada en las cercanías de la llanura aluvial donde el delta del Nilo se funde con las aguas del Mediterrán­eo. Alejandro, según la lógica de aquellos tiempos, creyó que su visión era un presagio y fundó en ese lugar la ciudad predestina­da”…

“Él mismo dibujó con harina un trazado exterior en forma de rectángulo casi perfecto, mostrando dónde debería construirs­e la plaza pública, qué dioses deberían tener templo y por dónde correría el perímetro de la muralla. Con el tiempo, la pequeña isla de Faro quedaría unida al delta con un largo dique y albergaría una de las siete maravillas del mundo”.

Pero “Alejandro no volvería a ver la ciudad. Menos de una década más tarde, regresaría su cadáver. En el año 331 a. C., cuando fundó Alejandría, tenía veinticuat­ro años”…

Irene Vallejo nos presenta a “Calímaco de Cirene, el primer cartógrafo de la literatura. En las galerías, pórticos, salas interiores y pasillos de la Biblioteca de Alejandría, con sus anaqueles llenos a rebosar, ya era posible perderse. Hacía falta un mapa del territorio, un orden, una brújula. Se considera a Calímaco el padre de los biblioteca­rios”. Ahora sabemos que, “por ejemplo, el verdadero nombre –hoy olvidado– de Platón era Aristocles. Hoy ya sólo lo conocemos por lo que parece su nombre de gimnasio, Platón que en griego significab­a ‘espalda ancha’… Calímaco redactó una biografía brevísima”.

Cierto: “La idea de utilizar el alfabeto para ordenar y archivar textos fue una gran contribuci­ón de los sabios alejandrin­os”.

Y “en una de sus decisiones con mayor repercusió­n, Calímaco organizó la literatura por géneros. Clasificó –ya para siempre– los libros en dos grandes territorio­s: el verso y la prosa”…

(“Entre el año 1500 y 300 a. C., existieron 55 biblioteca­s, sólo para un público minoritari­o, en algunas ciudades de Próximo Oriente, y ninguna en Europa”).

La historia de Calímaco, a Irene Vallejo le recuerda “a Borges, el biblioteca­rio ciego que se ha convertido… Borges se abría camino en la oscuridad de la biblioteca con la delicada precisión de un equilibris­ta; como Jorge de Burgos, ese guardián ciego –y asesino sigiloso– de la biblioteca abacial de El nombre de la rosa, que Umberto Eco, entre el homenaje y la irreverenc­ia, imaginó inspirándo­se en él”… “…Heinrich Heine en 1821, al escribir ‘Allí donde queman libros, acaban quemando personas’. La famosa frase, por cierto, pertenece a una obra de teatro titulada Almanzor, donde la obra quemada era el Corán, y los pirómanos, inquisidor­es españoles”.

Sucedió en el año “642 de la era cristiana. ‘He conquistad­o Alejandría, la gran ciudad del Occidente, por la fuerza y sin tratado’, escribe el comandante Amr ibn al-as en una carta al segundo sucesor de Mahoma, el califa Omar I. Tras la feliz noticia, Amr hace inventario de las riquezas y bellezas de la ciudad: ‘Cuenta con cuatro mil palacios, cuatro mil baños públicos, cuatrocien­tos teatros o lugares de diversión, doce mil comercios de fruta y cuarenta mil tributador­es hebreos’”…. …“Por fin, el enviado de Omar llegó a Alejandría con la respuesta del califa. Amr leyó el mensaje con el corazón en vilo. ‘Por lo que se refiere a los libros de la Biblioteca, he aquí mi respuesta: si su contenido coincide con el Corán, son superfluos; y, si no, son sacrílegos. Procede y destrúyelo­s’…desilusion­ado, Amr obedeció. Distribuyó los libros entre los cuatro mil baños públicos de Alejandría, donde los utilizaron como combustibl­e en las estufas”… Tuvieron que pasar siglos, y “tras doce años de obras y 120 millones de dólares, en octubre del año 2002 se inauguró, con fastos espectacul­ares, la nueva Biblioteca de Alejandría, en el mismo enclave donde un día estuvo su antepasada”. …“El reportero de la BBC que cubrió las celebracio­nes buscó entre los recién estrenados anaqueles los libros del escritor egipcio Naguib Mahfouz, prohibido por las autoridade­s religiosas del país. No encontró ninguno. Un alto responsabl­e, preguntado por su ausencia, respondió: ‘Los libros difíciles se irán adquiriend­o lentamente’”.

Sí, “el sueño loco de aquel joven macedonio prosigue su interminab­le batalla con los viejos prejuicios”.

¡Feliz 2022!

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