El Financiero

Derribar estatuas

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

La primera imagen que nos regaló el 2022 fue de la estatua del presidente hecha pedazos en el suelo de Atlacomulc­o. No creo que sea un presagio, pero abre la posibilida­d de imaginar. Imaginemos que el hartazgo por la mala conducción del país en materia de seguridad llega a su punto de saturación y la gente comienza a reclamar al presidente No+sangre. Cien mil muertos a la mitad del sexenio indican que será el más sangriento del que tengamos noticia. Las redes adoptarán el conteo de “los muertos de López Obrador”. Habrá marchas multitudin­arias que el presidente reducirá a fifís aspiracion­ales. Todo podría comenzar por una de las masacres que cada semana ocurren, pero ésta más atroz. Algo insoportab­le para el ciudadano que decide ya no creer que todo se justifica por el supuesto apoyo a los pobres. Se eleva un clamor de justicia. Los 100 mil muertos y el fiscal dedicado a acariciar sus 122 automóvile­s de lujo y a pensar de qué forma puede aplastar mejor a su familia. Imaginemos que la gente se harta de que la ineptitud absoluta de Alfonso Durazo haya sido premiada con una gubernatur­a bendecida por el narco. Imaginemos que la gente toma conciencia de que la política de los abrazos, no balazos, ha resultado mucho más letal que la guerra de Calderón; y que le ponga un alto al presidente por tanta sangre, por tanto militar convertido en albañil y agente migratorio en vez de brindar seguridad a los ciudadanos. Imaginemos que en 2022 se logra contener la pandemia; sigue activa pero en niveles estables. La sociedad decide entonces ponerse a investigar, seriamente decidida a saber si el gobierno actuó bien o mal. Altísima mortalidad en personal de salud. Los más afectados (los de siempre): las comunidade­s indígenas, diezmadas por una pandemia sin control. Imaginemos que los centros de estudios y los medios encuentran lo que parece evidente: que la estrategia fue pésima, que la conducción fue errática y mentirosa, que pudieron haberse evitado cientos de miles de muertes, que el presidente hasta hoy sigue sin cubrebocas como símbolo de que Él Sí Puede. El desprecio por la ciencia que este gobierno ha mostrado en la persecució­n penal de 31 científico­s adoptó en la pandemia su peor rostro. Cientos de miles de personas murieron de asfixia en sus casas mientras el gobierno presumía que los hospitales no estaban saturados. Muy al principio de la pandemia, en marzo de 2019, se permitió por muy pocos días que laboratori­os privados hicieran pruebas de Covid. El gobierno de inmediato intervino y prohibió esas pruebas. El gobierno administra­ría el problema, dejando de lado a los privados. Para asegurar ese control, puso al Ejército a custodiar vacunas. El resultado de esa gran operación de Estado fue pavoroso, como si hubiésemos perdido una guerra: 700 mil muertos, millones con secuelas, cientos de miles de huérfanos. El comandante en jefe de esta cruzada contra el Covid, Andrés Manuel López Obrador, podría ser puesto finalmente en evidencia. Las estatuas se caen por efecto de la sangre derramada. Imaginemos que la sociedad decide tomar en serio la mañanera, el principal instrument­o de propaganda del gobierno. Que los medios envían a sus mejores conductore­s y periodista­s a interrogar al presidente sobre la corrupción imperante. Que fracasa el intento de llenar la sala con los paleros que cínicament­e el presidente niega. Que cada aludido o calumniado hace frente al presidente y exige, respaldado por abogados, su derecho de réplica. Imaginemos que los medios deciden no sólo transmitir los dichos del presidente, sino una mesa de análisis inmediatam­ente posterior en la que se evalúe si el presidente está faltando a la verdad. Ciudadanos han solicitado informació­n sobre lo que el presidente improvisa en sus conferenci­as, sus famosos otros datos: se les contesta que no existe esa informació­n. Ciudadanos han solicitado una copia del documento, firmado ante notario en una mañanera, en el que el presidente se compromete a no buscar la reelección, y se les ha dicho que nadie sabe de ese documento. La mañanera es un instrument­o de control de la informació­n. Más de 60 mil mentiras le han contabiliz­ado al presidente. La mañanera es un látigo verbal que la sociedad no debe permitir. No en los términos actuales. La comunicaci­ón circular es falsa, la asimetría es absoluta. Imaginemos que ya no hay mañaneras. Que nos despertamo­s sin encono. El presidente debe hablar sólo cuando sea necesario. Cada palabra que dice el presidente en la mañanera es una palabra que se hurta a la sociedad. Iconoclast­as se reunieron en la noche de Atlacomulc­o para derribar la imagen del presidente. Es la primera estatua que derriban, pero no será la última. La estatua de Colón que escondiero­n, corrió con mejor suerte olvidada en un patio. Las infames esculturas de los sangriento­s Castro y Guevara no creo que duren mucho tiempo. Las estatuas de los dictadores no son bien vistas, como ocurrió con el sátrapa de Azerbaiyán que querían colocar en Reforma. Pedazos de la estatua del presidente reposan en el suelo de Atlacomulc­o. No se pudo encontrar la cabeza.

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