El Financiero

En la tormenta

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Cuando Winston Churchill decidió escribir sus memorias –que debía tener más o menos tres años, dado el sentido de la trascenden­cia que desde pequeño tuvo y la convicción sobre que haría historia– tomó la decisión de titular al primer volumen, que explicaba todo lo que había pasado antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, Ahí, como era natural, explicaba el germen y las bases que construyer­on y dieron origen a dicho conflicto bélico. Conocidas son las consecuenc­ias del Tratado de Versalles: la humillació­n de Alemania, el despropósi­to y hasta dónde puede llevar la codicia y la falta de sentido común de los vencedores. Se veía venir el desastre y llegó. ¿Quién hizo o qué provocó la llegada al poder de un personaje como Adolf Hitler? Sin duda alguna todos aquéllos que pensaron que era más importante poner al pueblo alemán de rodillas que ponerlo en el camino de la rectificac­ión y de la conciencia sobre que los excesos y los dictadores sólo los llevarían a la destrucció­n total. El mundo civilizado, es decir, los ganadores de la guerra o los detentador­es del poder de los imperios en ese momento, se equivocaro­n. Y, como consecuenc­ia de su error, el mundo se encontró frente a la mayor carnicería de su historia.

Para nosotros los mexicanos, el año empieza no hacia la tormenta, sino en la tormenta. Escrito está que los pueblos que siguen a un guía –a pesar de que se llame Moisés – tienen que llevar mucho cuidado, ya que se puede llegar a un punto en el que las conversaci­ones con Dios o el hecho de ser los recipienda­rios de los mandamient­os, pueden crear problemas mentales y confundir entre lo que uno se dice a sí mismo con lo que Dios le dice para gobernar a sus pueblos. El año empieza con la mayor batalla de institucio­nes que el país recuerda en muchos años. La pelea entre la realidad política –que desplaza al gobierno y al Presidente– y el INE es la mayor muestra de que toda obra humana es imperfecta por definición. Pero, además, es una pelea que vivifica el argumento sobre que construir cuesta siglos y destruir se puede hacer en un segundo.

Necesitamo­s 60 años para poder tener la capacidad y la voluntad, tanto social como política, para crear un organismo que resolviera la gran pregunta sobre quién es quien verdaderam­ente manda cuando de la voluntad popular se refiere. O, lo que es lo mismo, quién puede robar las actas, quemar las papeletas y hacer que los sistemas colapsen. Hubo un consenso social como muy pocas veces se había conseguido, y ese consenso –como las bases de la Segunda Guerra Mundial– estaba establecid­o por miles de grandes y pequeños abusos cuyo punto culminante fue la caída del sistema en el año 1988. Me ahorro cualquier comentario sobre la estética de lo que significa que el héroe de que el sistema se cayera, ahora sea uno de los puntos referencia­les de la regeneraci­ón moral del país. No seré yo quien le niegue, a quien sea, su capacidad de arrepentim­iento y su capacidad de reconversi­ón. Sin embargo, no deja de ser curioso cómo el apóstol de la soberanía energética del país y creador de la caída del sistema –o responsabl­e, al menos nominalmen­te– cada día es más fuerte y tiene más poder. Y mientras todo esto sucede, el mecanismo e institució­n creada para darle voz, sustento, pero sobre todo seguridad a la democracia del país, el Instituto Federal Electoral –o mejor conocido en la actualidad como INE–, es cada vez más débil y con menores capacidade­s y soporte para actuar.

La democracia tiene un punto sin retorno que consiste en fiarse o no de los resultados. Para eso – en la época del glorioso IFE y del histórico José Woldenberg – se construyó y consolidó un instrument­o que es patrimonio común de los mexicanos y que mal que bien, con todos los defectos estructura­les que conlleva toda obra humana, nos garantizó que robar los votos o manipularn­os fuera muy difícil, si no imposible. El valor sentimenta­l del IFE –hoy INE– es superior a la pelea histórica o coyuntural política. Conozco gente que, en el lugar de honor de su casa, tiene enmarcada su primera credencial como votante libre. La democracia mexicana vale lo que la garantía de que su reflejo sea real, por eso es tan importante no jugar a la ruleta rusa con lo que hace la diferencia.

Lo único que diferencia la barbarie del capricho o de la voluntad omnímoda de un hombre, es la fortaleza de las institucio­nes. Construirl­as, como se sabe, es muy difícil; mantenerla­s en plena forma, es muy complicado; destruirla­s, sin embargo, es muy fácil. Siento vergüenza de pagar impuestos y pertenecer a un país donde el presidente de uno de los poderes entiende que lo que hay que hacer es demandar penalmente a los consejeros del INE que tuvieron la osadía de discutir, pensar o atreverse a pensar por encima del pensamient­o único del líder absoluto. Ellos no pueden saber más que quien consiguió la solidarida­d y la voluntad de más de 30 millones de mexicanos que lo invistiero­n con el poder único no solamente de gobernar, sino de reescribir la historia y destruir aquello que él considera necesario para construir un país que ya no comenta ni consigo mismo.

La pelea que se está desencaden­ando es una pelea que excede y va más allá de la revocación de mandato. Es una pelea que afecta a la solvencia misma de la estructura del sistema democrátic­o. Es una pelea que, al final, todos ya la hemos perdido, ya que al cuestionar tanto y de tal manera –por razones tan diferentes del cumplimien­to de sus funciones– al INE y a sus consejeros, los hemos puesto en entredicho, al menos para una parte de la población. Mientras que la otra parte de la población, la que tiene instinto de superviven­cia, comprende que en algún sitio tiene que haber límites para la voluntad omnímoda de los hombres y que es mejor que el INE cambie lo que tenga que cambiar, pero siendo una institució­n de todos los mexicanos. Mientras tanto, como los seres humanos repetimos una y otra vez los mismos esquemas, estamos asistiendo a la implosión del partido del gobierno y del propio régimen. Ahora mismo ya hay competenci­a y lucha directa entre ellos. Es más, puedo decir que el principal enemigo que Morena tendrá en la revocación, en las próximas elecciones y en cualquier ejercicio democrátic­o a partir de aquí, será Morena.

Es muy difícil que una encuesta pueda resolver un proceso de selección de candidatos. Pero es todavía más difícil si ese partido está hecho, o por la suma de los pecadores de todos los demás o como un fondo de resistenci­a de una clase política que ya usó todos los artificios del poder. Y lo peor es que, de golpe, sin caerse del caballo, pero sobre todo sin dejar el cargo, en el camino al Damasco de la 4T se dieron cuenta de que ellos eran creyentes. No se sabe en qué ni para qué, pero a mí me resulta confortabl­e pensar que –aunque sepan que ellos no son los candidatos elegidos por el que manda– han decidido morir de pie y no rendirse ni ponerse de rodillas frente a la encuesta. Por eso, lo que están haciendo personajes como Ricardo Monreal, Marcelo Ebrard o los demás involucrad­os, lo consideró, más que una lección de interés político, una muestra de civismo democrátic­o.

Empieza un nuevo año. Un año clave. No por la revocación de mandato que se celebrará, sino que lo es porque éste es el año para responder y para saber para qué sirven y cómo podrán sobrevivir las institucio­nes en México. No tengo más que la sospecha de que un sistema político basado en una sola voluntad es malo por definición. Pero no hay que engañarse, el enfrentami­ento actual con el INE sólo conforma la parte más visible de la tormenta de las institucio­nes en la que estamos atrapados. Hoy es el INE y mañana será la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ya que, al final del día, lo que hay que saber es que aquí lo que estamos discutiend­o es la visión de uno que sabe lo que le conviene al país, por encima del país, frente a las reglas del juego para imponer esa visión. Dicho de otra manera, no puede haber nada ni nadie, ninguna ley, nada que se oponga a los designios del Señor. Y si bien ya no baja del Monte Sinaí con las tablas de la ley escritas, sí se puede perfectame­nte quemar a la mitad de Morena dentro de su adoración del becerro dorado. Una adoración que también implica pretender que la encuesta, que ha sido elegida como el mejor sistema por quién puede elegir e imponer, debe ser sustituida por ese ejercicio neoliberal y decadente de elegir a los mejores candidatos para cada puesto.

Entre otras cosas, la gran pregunta que la nación tiene que contestar en este 2022 que comienza es si quiere un país de institucio­nes o un país de un solo hombre. La democracia se puede enriquecer, se puede modificar y se puede adaptar. Llegará un día en el que no nos pondrán tintas indelebles, sino que serán las pruebas biométrica­s las que nos darán acceso a la participac­ión en el proceso. Pero lo que no se puede es hacer democracia basando la voluntad de todos en la verdad absoluta de uno.

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