El año de la revocación
Desde el año pasado hay en la oposición al menos dos visiones encontradas con respecto al ejercicio de revocación de mandato.
Un grupo propone hacerle el vacío, denunciarlo como un engañoso proceso de ratificación e incluso cuestionan su constitucionalidad. Leer a Luis Carlos Ugalde.
La otra expresión asume que, dado que la consulta existirá, lo mejor sería usarla para exhibir las fallas del gobierno federal y, de paso, medir fuerzas.
En el correr del segundo semestre de 2021 Andrés Manuel López Obrador dedicó incontables minutos a preparar el terreno de su propaganda, sobre todo desde agosto pasado.
Desde Palacio Nacional el mandatario ha criticado, mas no necesariamente con respuestas específicas sino panfletarias, a quienes cuestionan la pertinencia de un gasto multimillonario como el que supone tal ejercicio (en medio de una economía rengueante y de una pandemia), la rareza de que sea el gobierno y no la ciudadanía el que lo demanda y su tramposa renuencia a que Hacienda dé al INE los recursos económicos que ese instituto dice que se requerirían conforme a la ley.
En el ínterin Morena presentó antes de la Navidad millones de firmas para activar la convocatoria; así que salvo un desaguisado mayúsculo –en el INE se están evaluando esos apoyos para ver si constituyen el 3 por ciento del padrón electoral– es casi un hecho que habrá consulta. Esto nos regresa al párrafo inicial: qué hará la oposición, ¿jugar a ganar lo que se pueda o dejar solo al Presidente con los suyos?
El senador panista Damián
Zepeda es uno de los que más claramente se ha mostrado a favor de dar la pelea en el proceso de revocación. En un par de charlas que he tenido con él ha dejado en claro que no minimiza el uso propagandístico que el régimen quiere dar al ejercicio, pero está convencido de que, para la oposición, sería un error dejar de participar.
El legislador sonorense cree, y lo ha dicho también en entrevistas periodísticas, que la revocación puede servir para poner en el centro del debate si el de Andrés Manuel es un buen o mal gobierno (él está convencido de que es uno malo), un buen o mal gobierno en seguridad, en la economía o en el manejo de la pandemia, etcétera.
La revocación debería ser un recurso extremo de una ciudadanía harta de un mal gobierno, una que al menos tendría esa herramienta para decretar la conclusión anticipada del cargo por pérdida de confianza en un gobernante.
Quienes muestran renuencia a participar tienen razón en que las condiciones no configuran el escenario para tal recurso: el Presidente es popular aunque tenga un gobierno con serias deficiencias. Es decir, en forma alguna se puede decir que la ciudadanía haya mostrado su deseo de que se vaya López Obrador.
Pero si como opositor López Obrador lograba fijar la agenda, no sólo mediática sino incluso política, como Presidente ha sido además muy exitoso en evitar que nadie le imponga temas. Y ahora quiere la revocación, y en el camino busca desprestigiar no sólo a los opositores, sino a instituciones como el Instituto Nacional Electoral y sus consejeros. La oposición ha de definir claramente su postura. Y pronto. No, no es un tema prioritario para el país, y costaría demasiados recursos que servirían más en salud o educación, pero es el tema político que parece ineludible. Hacerle el vacío ya no parece opción, pero ¿estarán listos para crear campañas que realmente pongan en el centro la labor del gobierno en estos tres años y no a la persona que lo encabeza? Con esta primera columna del año, les deseo feliz 2022.
Qué hará la oposición, ¿jugar a ganar lo que se pueda o dejar solo al Presidente con los suyos?