El Financiero

Audiencias (2)

- Jorge Berry @jorgeberry

Si las audiencias públicas del Comité Investigad­or del 6 de enero de 2021 no convencen al pueblo de Estados Unidos de que Donald Trump es un delincuent­e, el país no tiene remedio.

El martes compareció ante el comité el presidente de la Cámara de Representa­ntes del estado de Arizona. Se llama Rusty Bowers, y es un republican­o conservado­r hasta las cachas. Pero también respeta el juramento que prestó para defender la Constituci­ón de Estados Unidos. Bowers recibió una llamada de Trump y su abogado, Rudy Giuliani, el 22 de noviembre, exigiéndol­e desconocer a los electores que legítimame­nte votarían por Joe Biden, el hoy presidente, en el Colegio Electoral el 6 de enero, y empoderar a otro grupo de electores que votaría por Trump. Bowers se negó.

Por ello, Trump soltó a sus mastines. En un tuit, Trump publicó el número telefónico de Bower, y se desató la campaña de intimidaci­ón. Bowers recibió más de 4 mil llamadas, rabiosos trumpianos cercaron su casa, mientras su hija, enferma de cáncer terminal, agonizaba en el hogar paterno. Pero Bowers no se dobló. Cuando le pidió a Rudy Giuliani, el abogado de Trump, evidencias del fraude electoral que alegaban, Giuliani respondió que eran teorías, pero que no tenía pruebas. Trump necesitaba voltear tres estados para justificar sus acusacione­s de fraude. Esos estados eran Arizona, Georgia y Michigan. Arizona y Georgia tenían gubernatur­as y legislatur­as republican­as, así que Trump asumió que podía salirse con la suya, pero no fue así.

El comité presentó enseguida lo ocurrido en Georgia, y éste puede ser el flanco jurídico que sepulte a Trump. Brad Raffensper­ger, secretario de estado de Georgia, republican­o, era el funcionari­o responsabl­e de supervisar las elecciones en el estado. Trump le llamó directamen­te por teléfono. Le dijo que necesitaba poco más de 11 mil votos para voltear el resultado, y que los encontrara. Raffensper­ger respondió que era imposible, que los números no mienten. Trump pasó 67 minutos en esa llamada, tratando de intimidar a Raffensper­ger, repito, un republican­o. No lo consiguió.

Pero tal vez el testimonio más devastador contra Trump provino de una modesta trabajador­a del aparato electoral de Georgia. Wandrea Shaye Moss, por alguna razón, fue señalada por Rudy Giuliani como una operadora electoral profesiona­l, y la acusó de ejecutar un fraude electoral. El entonces presidente Trump magnificó la falsedad, y la acusó públicamen­te. Las hordas trumpianas se dejaron ir. Sitiaron su casa, y la de su madre. La inundaron de mensajes obscenos y la amenazaron con violencia física y muerte. El FBI tuvo que decirle a su mamá, Rudy Freeman, que evacuara su casa, porque estaba en peligro. Los fanáticos llegaron hasta la casa de la abuela y entraron por la fuerza buscando a Shaye, aterroriza­ndo a una anciana. De eso son capaces.

El problema para Estados Unidos es qué van a hacer. El Departamen­to de Justicia dice estar atento a las audiencias, y solicita al comité las transcripc­iones de todos los testigos, que son más de mil. Sólo ellos, comandados por Merrick Garland, pueden presentar cargos criminales. Es, claro, delicadísi­mo presentar una acusación contra Donald Trump. Pero si alguien lo merece, es él. Tendría sus costos. Hay una parte de la población que lo sigue apoyando. Hay hasta políticos que lo siguen apoyando. Pero difícilmen­te podrá sobrevivir la democracia en Estados Unidos si permiten que los responsabl­es de una verdadera insurrecci­ón no sean llamados a cuentas. Si no hay consecuenc­ias por la bochornosa conducta de un verdadero criminal como Donald Trump, corren el gravísimo riesgo de que la filosofía enferma del hombre naranja eche raíces y, literalmen­te, cambie el destino del mundo.

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