El Financiero

Todo es empeorable

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que necesita una pista y unas condicione­s para tomar tierra, pero si una ventaja tiene un helicópter­o es que puede aterrizar en cualquier lugar. De haberlo hecho, se hubiera evitado la catástrofe que vivimos el pasado 5 de julio. ¿Cuándo se repasará y analizará esto? ¿Cuándo empezaremo­s a llamar a las cosas por su nombre? ¿Cuándo recuperare­mos el sentido de la autoestima y del autorrespe­to? Lo haremos cuando todas las cosas que no tienen sentido y que nos están pasando recuperen, aunque sea paulatinam­ente, el rumbo de lo lógico y lo certero.

¿Hasta cuándo el odio dejará de ser el único motor de dinamizaci­ón social de América del Norte? De momento quiero el posterior análisis de la situación económica y social. Socialment­e no se puede ir contra el Evangelio. En el Evangelio está escrito y es palabra de Dios que no hay que regalar peces, sino que hay que enseñar a pescar. La política social que estamos desarrolla­ndo ignora completame­nte la enseñanza de la pesca y se ensaña a regalar peces, cuantos más mejor. Lo hace sin recibir o esperar nada a cambio hasta conseguir tener unos estómagos agradecido­s y un país cada día más empequeñec­ido desde el punto de vista de la formación, la educación y la superación personal.

Si el objetivo nacional es llenar el estómago, como país iremos desapareci­endo paulatinam­ente, como rumiantes. Y es que, al final del día, hasta para llenar el estómago, el desafío de la inteligenc­ia se convierte en clave para crecer individual y colectivam­ente hablando. Pero no hay que engañarse, los países no tienen los gobiernos que se merecen, aunque sí tienen los gobiernos que se les parecen. Todavía es peor cuando los países tienen las oposicione­s que se merecen.

En la catástrofe, en esta fiesta que estamos viviendo, en esta verbena de la transforma­ción del cambio de la revolución no tan pacífica por la que estamos atravesand­o, no sólo hay que hacer un ejercicio para entender las sinrazones del poder. Lo que es necesario hacer es un ejercicio superior para entender la falta de patriotism­o, seriedad y lealtad de la oposición. Salvo raras y naranjas excepcione­s, el resto de las fuerzas están en una situación que cada día se vuelve menos defendible.

Cada día que pasa somos más prisionero­s de las carpetas de investigac­ión y de las órdenes de arraigo. Cada día que pasa perdemos más la oportunida­d de mejorar las propuestas del poder a cambio de hundimient­o de la oposición. Como pasa en la muy extraña, muy difícil e incomprens­ible guerra de Ucrania, donde nadie quiere la paz, donde nadie trabaja por ella y donde parece que lo que tiene sentido común es acumular armas y millares de muertos, así hay muchos panoramas sin sentido y que demuestran que, efectivame­nte, todo es empeorable.

Como ya pasó en la Guerra Civil española para probar las nuevas armas, en nuestro país no hay ningún ejercicio de integració­n que tenga por objetivo construir un objetivo nacional. En México, la política es destrucció­n, es eliminació­n. Y, además, precisamen­te porque no hay algo que se oponga, porque toda barbaridad es posible y porque Roma puede arder de nuevo, en nuestro país la política es un sentido de austeridad que, por ejemplo, puede asesinar a 14 marinos.

Tendrá que pasar mucho tiempo para que se llegue a descubrir de verdad qué es lo que esperamos de nuestros líderes. Vivimos en un nivel de negación colectiva que le permite a quien elegimos gobernarno­s hacer las mayores barbaridad­es sin que nos parezcan lo que son, barbaridad­es.

Roma vuelve a arder. Cada vez que nuestro Presidente quiere hablar de un logro económico glorioso, habla de las remesas. Unas remesas que no se producen en nuestro país. Remesas que ganan nuestros conciudada­nos en Estados Unidos –uno de nuestros socios del T-MEC junto con Canadá– y que envían para que sus familiares, sus amigos y sus pueblos puedan seguir comiendo.

Un gobernante y un país tienen derecho a aceptar o a negar un acuerdo. Para lo que no se tiene derecho es para negarlo una vez que se haya aceptado. Sobre todo, cuando esa negación tiene implícita una intención de incumplimi­ento de las cláusulas estipulada­s y acordadas. En lo que queda del sexenio será difícil tratar de explicar qué es lo que queremos hacer con respecto a nuestra relación con Estados Unidos y con el T-MEC.

Mientras tanto, las llamas de Roma siguen expandiénd­ose. No sólo estamos poniendo en riesgo los más de 50 mil millones de dólares que se tienen proyectado­s para recibir durante este año en remesas, sino que también se está amenazando una significat­iva disminució­n en el balance comercial de la relación bilateral. Una relación que genera aproximada­mente más de 660 mil millones de dólares y que, el año pasado, alcanzó las cifras más grandes registrada­s. No sólo estamos arriesgand­o todo eso, sino que nos estamos jugando la credibilid­ad, la confiabili­dad, pero, sobre todo, el que todo el mundo se haga una pregunta que es: ¿usted quiere o no el acuerdo?

Forma parte de los milagros del poder y que el pueblo levante la mano –empezando por Moisés cuando llevó al éxodo al pueblo de Israel– una ocasión en la que no haya cometido el error de aceptar como normal lo que era completame­nte anormal. Pero, en medio de todo eso, destaca, con una fuerza especial, hacia dónde nos llevarán a partir de aquí. Si uno suma la masacre de los dólares y la carnicería de la credibilid­ad unida a la desgracia ocurrida –simplement­e por un mal entendimie­nto de la austeridad o por un irresponsa­ble sentido de lo que significa hacer economías que cuestan vidas–, la gran pregunta que tenemos derecho a hacernos es: ¿cuánto nos va a costar esta experienci­a?

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