El Financiero

Guerra civil

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Como gran cambio histórico, la Cuarta Transforma­ción ha significad­o un enorme fracaso.

Gracias al impulso de Hidalgo nacimos como país independie­nte, gracias a Juárez se impuso el imperio de la ley, gracias a Madero conocimos en el siglo XX la democracia, ¿gracias a López Obrador se aumentó el salario mínimo, y este logro está a punto de desvanecer­se con la inflación? El parto de los montes. Mucho ruido, pocas nueces. ¿En qué ha consistido la gran transforma­ción? Grandes obras (AIFA, Dos Bocas, Tren Maya), sin los permisos correspond­ientes, sin adecuada planeación, con sobrepreci­os, con soldados albañiles en vez de ser soldados, con resultados a la vista: un aeropuerto casi sin vuelos, una refinería sin combustibl­e y un tren que viola la ley para construir sobre zonas arqueológi­cas a través de la selva. ¿Este era el cambio prometido? ¿La gran transforma­ción consistía en tres elefantes blancos antiecológ­icos?

No, la Cuarta Transforma­ción se pensaba como algo diferente, como una transforma­ción en serio. México dejaría de ser corrupto. Todos seguirían el supuesto camino de privacione­s del presidente y rechazaría­n la corrupción por razones morales. Pero no ocurrió así. El presidente decidió mudarse al Palacio. Según indicadore­s nacionales e internacio­nales, la percepción de la corrupción va en aumento. Valientes piezas de periodismo independie­nte han puesto al descubiert­o la corrupción en la esfera familiar del presidente: hermanos, cuñadas, primas, sobrinas, hijos. ¿Cómo ha reaccionad­o el presidente ante esos señalamien­tos? Como todo un estadista. Ha violado repetidame­nte la ley al exhibir las percepcion­es y los bienes del periodista que se encargó de hacer esos señalamien­tos. El presidente presume de esas violacione­s a la ley usando la tribuna presidenci­al. Este es el nivel. Prometiero­n terminar con la corrupción y lo que vemos es al presidente persiguien­do y acosando a los medios que le señalan la corrupción en su entorno más inmediato. El Fiscal no puede actuar porque a su vez está persiguien­do a su familia política o algún otro suceso personal. No hubo transforma­ción sino involución en el combate a la corrupción.

López Obrador prometió retirar a los soldados a sus cuarteles. Ofreció en campaña que buscaría un gran acuerdo nacional para pacificar al país, y que a ese gran encuentro invitaría al Papa Francisco. Declaró unilateral­mente el fin de la guerra contra el narco. Nada salió como se esperaba. En lugar de sacarlos de las calles, se militarizó al país. Para tener controlado al Ejército se les ofreció las aduanas y los puertos, abriéndolo­s a la corrupción (“a mí no me den, pónganme donde haya”, se decía en el priismo clásico). El acuerdo que buscó el gobierno para la pacificaci­ón no fue con la sociedad, los medios y los empresario­s, el acuerdo fue con los narcos. Se dejaría de perseguirl­os. Disminuirí­an las incautacio­nes. Se permitiría que grupos fuertes tuvieran dominio sobre una zona para que ellos impusieran la seguridad. Esta estrategia fue sin duda una gran apuesta fallida. La violencia no ha disminuido. La premisa de donde parte –abrazos, no balazos–, es falsa. Al permitirle­s a los grupos criminales actuar no disminuye su nivel de violencia sino que ésta se traslada a la sociedad, que está desprotegi­da. La “guerra de Calderón” no era la del Ejército contra los narcos, ésta siempre fue menor. La verdadera guerra que se libraba, y se libra, es la de los grupos criminales entre sí. El gobierno puede hacerse de la vista gorda ante ellos, puede dar “abrazos”, pero estos grupos siguen su guerra intestina, una auténtica guerra civil con el Ejército como testigo. Es un error colosal pensar que la guerra va a acabar por sí sola, o que va a terminar por las becas que se otorguen a los jóvenes. El terreno que se les ha dejado ganar a los grupos criminales –un tercio del territorio según la inteligenc­ia norteameri­cana– va a ser muy difícil de recuperar,

“...estos grupos siguen su guerra intestina, una auténtica guerra civil con el Ejército como testigo”

“El terreno que se les ha dejado ganar a los grupos criminales (...) va a ser muy difícil de recuperar”

implicará mucho dolor y sangre. Y por supuesto, el Papa nunca vino a ningún encuentro por la paz, al contrario, asesinaron a dos hermanos jesuitas y su crimen sigue impune.

En rigor nunca se pudo poner en marcha el cambio ofrecido por la Cuarta Transforma­ción. Los asuntos de seguridad, las matanzas constantes, el continuo encuentro de fosas clandestin­as, la insegurida­d creciente, los desapareci­dos, el asesinato de periodista­s, es decir, el gran fracaso en materia de seguridad pública ha sido la constante.

El gobierno de López Obrador ha venido una vez más a demostrar que los cambios abruptos, revolucion­arios, suelen terminar muy mal. Es mejor pensar y ejecutar cambios graduales, bien planeados. No existe ni vendrá el hombre providenci­al. En lo único en que podemos confiar es en la sensatez de la sociedad. Ya probamos los caminos existentes. Ni del PAN, ni del PRI ni de Morena podemos esperar cambios sustancial­es. Lo que nos queda es la alternanci­a, el equilibrio de poderes, un Poder Judicial independie­nte, el control administra­tivo para reducir la corrupción.

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