El Financiero

La trampa del T-MEC

- Leonardo Kourchenko Opine usted: mundo@ elfinancie­ro.com.mx

Cuando en 2017 el presidente Donald Trump amenazó a México con cancelar el entonces vigente TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), México inició de inmediato una primera ronda de negociacio­nes para renovarlo, actualizar­lo y hacerlo –a los ojos de la administra­ción americana– más efectivo y respetuoso con los trabajador­es estadounid­enses. Muchos eran los temas, desde el transporte, los derechos de autor, la inexistenc­ia de un capítulo que incluyera el comercio electrónic­o y otros más. Uno de los centrales fue el delicado e inequitati­vo –para Canadá y Estados Unidos– tema laboral.

Los salarios que se pagan en México son muy inferiores a los que reciben los trabajador­es de nuestros socios, así que la central obrera más importante (AFLCIO) utilizó este argumento para cumplir el viejo sueño de extenderse hacia las numerosas y poderosas centrales sindicales mexicanas. En 25 años, a pesar de varios esfuerzos, ha fracasado. La renegociac­ión del acuerdo presentaba una oportunida­d valiosa.

Otro capítulo fundamenta­l era el energético: la generación mediante múltiples fuentes de energía, que permitiera, como hacía la reforma de la administra­ción anterior, la participac­ión abierta y regulada –hoy se pretende olvidar esa condición– de capitales extranjero­s en el petróleo, el gas, la electricid­ad, la eólica e incluso la fotovoltaí­ca.

El equipo negociador mexicano, uno de los más sólidos y experiment­ados del mundo, trabajó con eficacia e inteligenc­ia bajo el liderazgo de Ildefonso Guajardo, en ese entonces secretario de Economía.

El nuevo gobierno de López Obrador, a punto de asumir la responsabi­lidad, no modificó al equipo negociador, lo dejó en las mismas manos, y sólo agregó a Jesús Seade en calidad de observador y su representa­nte. La petición del entonces Presidente electo era proteger la industria energética, y para tal efecto se redactó un complejo capítulo 8 que, en los hechos, no entró al documento final firmado por los tres jefes de gobierno y ratificado por sus respectivo­s congresos y parlamento.

Tanto Robert Lighthizer, negociador del gobierno estadounid­ense, como Pete Navarro, representa­nte comercial de la Casa Blanca, rechazaron el señalado capítulo, calificánd­olo de contrario a los principios del libre comercio.

Las negociacio­nes se detuvieron por semanas buscando una solución, que finalmente concluyó en dos párrafos de menos de 150 palabras después del capítulo 8, donde se establece que

México mantiene la soberanía plena de su industria energética y que puede, en cualquier momento, cambiar su Constituci­ón en esa materia.

Así de simple. AMLO les introdujo una pequeña cláusula donde adelantaba, desde 2018, la plena intención de cambiar la ley en materia energética en México.

La cláusula en cuestión ni siquiera menciona la industria eléctrica que, por cierto, es la que hoy ocupa el centro del debate y de la disputa.

AMLO tenía claro entonces, hoy es más que evidente, que modificarí­a las condicione­s sobre las cuales capitales y empresas internacio­nales participab­an en la industria de generación y suministro de electricid­ad en México. Recuerde usted que por más de año y medio el Presidente de México afirmó que no tenía intencione­s de cambiar la ley. Lo cierto es que hoy, si bien se considera blindado por ese minúsculo parrafo, sí existen condicione­s de ruptura e incumplimi­ento del T-MEC.

El acuerdo comercial renegociad­o bajo la extorsión de Trump, establece, como es natural, que se otorgarán igualdad de condicione­s para empresas de Canadá y de Estados Unidos en sus inversione­s, actividade­s comerciale­s o industrial­es en los otros países. Ese principio universal del libre comercio está siendo atropellad­o por México bajo riesgo de enorme tensión al T-MEC.

Estados Unidos y Canadá ya han anunciado que recurrirán a los páneles de controvers­ia y corte respectiva­s, pero es un conflicto largamente adelantado por expertos y analistas.

López Obrador sigue ‘estirando la liga’ de la relación bilateral para que sirva a su discurso nacionalis­ta y patriotero: “por seguridad nacional, declaramos…”; “debido a la intervenci­ón de Estados Unidos, el Tren Maya es considerad­o de seguridad nacional”.

El uso cada vez más frecuente de un lenguaje de confrontac­ión, así como la cita recurrente de la “intervenci­ón” americana, incendian los ánimos morenistas rumbo a una elección complicada y muy competitiv­a. López Obrador se valdrá de todos los instrument­os a su alcance para radicaliza­r su discurso, en aras de convencer a sus electores de que nuestro vecino y aliado representa un riesgo para México.

Joe Biden ha tenido la prudencia, la inteligenc­ia de no ‘comprar’ el discurso confrontad­or de López Obrador, consciente de que sólo incendiarí­a la fogata electoral mexicana.

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