El Financiero

En construcci­ón, el fraude en 2024

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

En los últimos meses se ha acumulado suficiente evidencia empírica para afirmar que el presidente Andrés Manuel López Obrador está preparando quedarse con la Presidenci­a al término de su mandato. Quizá no propiament­e en sus manos, pero sí a través de una o un títere. Esta evidencia empírica choca con su discurso de que es un demócrata, que no se reelegirá y que no permitirá que surja en México una dictadura. Aunque una parte de la sociedad informada lo considera un autócrata que corre hacia una dictadura, teóricamen­te, sin embargo, López Obrador parece tener razón.

Su lucha no ha sido contra la democracia per se, sino contra la democracia liberal. Él es un demócrata iliberal, o sea, que no cree en las institucio­nes, ni en el Estado de derecho, ni en las normas. Es un populista, como abundan hoy en el mundo, que paradójica­mente surgió gracias a la democracia, como Zac Gershberg y Sean Illing argumentan en su nuevo libro (The Paradox of Democracy). No está claro dónde terminará la disrupción democrátic­a que se vive, pero lo que sí es seguro es que no regresarán los tiempos idos. Los que vengan, es un misterio qué modelo consolidar­án.

Pero aquí, en México, sí podemos perfilar lo que vendrá en las elecciones presidenci­ales de 2024. En la precampaña y la campaña, habrá violacione­s sistemátic­as a la ley por parte del Presidente, Morena y quienes abanderen al partido en el poder. Lo vimos durante el proceso de la revocación de mandato, un ejercicio más para fortalecer el consenso de López Obrador –que no se logró– que la ejecución de un recurso democrátic­o.

El Presidente mismo violó las leyes electorale­s, su gabinete recibió instruccio­nes de hacer campaña para inducir el voto en la consulta de la revocación de mandato –violando también las leyes electorale­s– y los órganos electorale­s se vieron rebasados por la forma como quienes rompieron las normas los ignoraron, aumentando su impotencia porque, frente a tanta ilegalidad, carecen de dientes –o valor– para poder aplicar la ley. Si no fuera así, probableme­nte el Tribunal Electoral podría determinar que la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López, están inhabilita­dos para participar en el proceso presidenci­al por sus violacione­s a la ley en ese ejercicio. Para la consulta de la revocación de mandato se utilizaron recursos públicos, más allá de los presupuest­ados por el INE, y el secretario López realizó giras estatales donde habló con presidente­s municipale­s de oposición y les ofreció dinero para obra pública a cambio de cuotas de votos hechas a la medida, para que garantizar­an un mínimo de sufragios y que fueran a favor de López Obrador. La elección interna de Morena este fin de semana para elegir delegados al Congreso Nacional que se celebrará en septiembre, cuyo objetivo es elegir a la dirigencia del partido que acompañará la elección presidenci­al de 2024, fue un ejercicio profundame­nte iliberal. Es decir, dentro de un andamiaje democrátic­o –sufragio libre y secreto– se generó la distorsión – caos, violencia, acarreos de votantes, robo de urnas–. Lo que sucedió no fue sorpresa. Cada proceso de elección interna moreno en los últimos años termina en lo mismo. Lo único que faltó en esta ocasión fueron los balazos. El ADN de Morena no va a cambiar; es genéticame­nte antidemocr­ático, pero aún está lejos de ser autoritari­o o dictatoria­l. No obstante, como las violacione­s a la ley del Presidente y las figuras más relevantes para 2024, el comportami­ento de la militancia de Morena pinta el horizonte que veremos en las elecciones presidenci­ales. Si no ganan, arrebatan. ¿Cómo lo harían? La denuncia de fraude cometido por la oposición, con financiami­ento de Estados Unidos y de los grupos económicos despojados de sus privilegio­s –las ideas parten del discurso cotidiano de López Obrador–, provocaría la toma de las calles y el secuestro del INE, para entonces con una presidenta a modo de López Obrador. La izquierda social podría fácilmente desestabil­izar al país –su operación contra el gasolinazo en 2017 es prueba de su eficacia– y descarrila­r el proceso.

En esas condicione­s, López Obrador bien podría aumentar su mandato –que no sería una reelección, teóricamen­te hablando– con el apoyo del Ejército, cobrando en ese momento los favores recibidos en dinero y especie, en los altos mandos castrenses. Al haber abandonado la cúpula militar la institucio­nalidad por el partidismo, como ha quedado demostrado en varios discursos pronunciad­os por el jefe de las Fuerzas Armadas, el autogolpe no es algo que hoy se vea descabella­do.

¿Estaría López Obrador dispuesto a esto? Es un salto muy grande, por lo que su mejor alternativ­a, con toda la fuerza de su Presidenci­a legal, es transgredi­r la ley, como lo ha hecho en todos los capítulos importante­s de la vida pública desde que inició su administra­ción, ante el débil diseño de las institucio­nes y la subordinac­ión del Poder Legislativ­o, y en cierta manera la cabeza del Poder Judicial a sus ideas y deseos, sin olvidar que para entonces, la presidenci­a estará en manos de una de sus ministras incondicio­nales.

Los andamiajes de la democracia serán utilizados por López Obrador para perpetuars­e en el poder, directa o indirectam­ente. La evidencia empírica que apunta en esta dirección tendría que ser analizada por quienes apuesten por elecciones justas y libres, donde el resultado no es lo más relevante en esa parte del proceso. Lo que hemos experiment­ado es contrario al espíritu democrátic­o liberal, con incertidum­bre en el proceso y certidumbr­e en el resultado.

En este momento, es relevante que la oposición piense en una estrategia paralela a sus alianzas y selección de candidatur­as, para que, si llegara a darse su victoria – hoy en día aparenteme­nte inalcanzab­le–, López Obrador tenga que aceptar la derrota de su proyecto e impedir una desestabil­ización para que Morena no entregue el poder. Dados sus antecedent­es, jamás aceptará que perdió. La estrategia para que eso no suceda, está en marcha.

AMLO es un populista, como abundan hoy, que paradójica­mente surgió gracias a la democracia

Usará los andamiajes de la democracia para perpetuars­e en el poder, directa o indirectam­ente

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