El Financiero

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- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Acarreo, voto forzado o inducido, compra de votos, urnas rellenas, destrucció­n y quema de urnas, violencia. Al final, consejeros definidos por la lealtad, subordinac­ión o lazo familiar. En dos renglones, el resumen de la elección de Morena este fin de semana. Si quiere ejemplos, abundan reportajes, y varios colegas los han documentad­o, incluyendo a Pascal Beltrán del Río y Raúl Trejo Delarbre. No sorprende lo ocurrido el fin de semana, porque Morena es heredero del PRI y el PRD, dos partidos con serias dificultad­es para entender la democracia, y practicarl­a. Del primero, Morena continúa la tradición de la compra y control corporativ­o, el acarreo y el voto inducido. Del segundo, la imposición en la jornada, incluyendo la destrucció­n y quema de urnas, cuando no la violencia física. El comportami­ento de estos partidos fue documentad­o por décadas.

El mismo López Obrador reconoció la existencia de estas prácticas (no podía negar la evidencia), pero minimizó su extensión e impacto. Como de costumbre, afirmó que los conservado­res hacían un escándalo sin bases, y utilizó todos los lugares comunes que acostumbra.

Puesto que no hay sorpresa, tampoco este evento cambia significat­ivamente el entorno político nacional. En elecciones constituci­onales previas, Morena ha movilizado el voto, amenazando a quienes reciben alguna dádiva (pensión de adultos mayores, becas, jóvenes, sembrando) con perderla si no asisten y votan como deben. Eso harán en el futuro. No han provocado violencia, robado o quemado urnas salvo, ahí sí, casos aislados. Así también ocurría con el PRD, que tenía procesos internos terribles, pero pocas veces trasladaba esas prácticas a las elecciones constituci­onales.

Ambos partidos dependían para su estabilida­d del control de una sola persona. En el PRI, desde Lázaro Cárdenas, esa persona era el presidente de la República, caudillo temporal institucio­nal. En el PRD, hubo dos liderazgos: el hijo del general y López Obrador. Nunca pudo el partido salir de la dependenci­a de una persona. Morena es similar, con el agravante del tamaño y el poder alcanzado. Es un retorno al país de un solo hombre: Santa Anna, Juárez o Díaz. El actual parece sumar la incompeten­cia del primero, la necedad del segundo y la edad del tercero.

En cualquier caso, todo el movimiento depende de él, y se derrumbará en su ausencia o, antes de ello, su debilidad. Los tres partidos, PRI, PRD y Morena, compiten por un electorado que aprendió a considerar legítimo ese tipo de organizaci­ón política: corporativ­a, patrimonia­lista, incluso patriarcal. Es lo que se aprende en primaria, antes que leer o sumar. Es así como el sistema logró perpetuars­e y cumplir más de un siglo, aunque recienteme­nte haya perdido un par de veces la Presidenci­a. El control del Congreso y los estados, y el corporativ­ismo, nunca salieron de sus manos.

Sin embargo, el sistema tiene vida propia. Los intentos de aggionarme­nto (Salinas, Peña) generaron una reacción considerab­le. En el primer intento, el PRI perdió un tercio de su fuerza, y a su candidato presidenci­al. En el segundo, perdió la mitad de lo que le quedaba, y la Presidenci­a a manos no de un presidente, sino de un caudillo. Perdió la razón de su existencia. Poco más de la mitad de los votantes continúa respondien­do a ese sistema. Tal vez tres cuartas partes de eso a la versión más actualizad­a, Morena. Eso no va a cambiar pronto, a menos que el caudillo se derrumbe. En una elección con más de dos opciones reales, la permanenci­a de Morena en el poder está garantizad­a, pero no su coherencia interna: no puede haber dos caudillos. La presión sobre López Obrador es clara. Necesita mostrar fuerza por dos años más, necesita un sucesor(a) dócil, necesita una oposición dividida. Lo demás es lo de menos.

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