El Financiero

IVANA BUENO, ENTRE LA DICHA Y EL INFORTUNIO

IVANA BUENO / BAILARINA DEL ENGLISH NATIONAL BALLET

- MARÍA SCHERER IBARRA @scherermar

Es bellísima la figura de Ivana Bueno. Sus largos empeines fueron el argumento inexorable de la maestra que la inició: esa niña había nació para el ballet. Mirándola ejecutar un acto de El Corsario no se puede pensar más que la profesora tenía razón.

Nacida en Mc Allen, Texas, criada en Córdoba, Veracruz, Ivana Bueno vio bailar a su hermana Anaís, bailarina del Joffrey Ballet de Chicago –10 años mayor– desde el inicio de su vida. “Para mí, el ballet era un hobby, pero nunca pensé que viviría de eso”, sostiene Ivana, y recuerda que iba a sus clases un poco a fuerza, porque la maestra la metía en cintura. “Era una niña inquieta, y me regañaba”. Pero volvió un año después porque esa misma tutora se negó a desperdici­ar su talento. Martha Sahagún, la directora de la escuela, estaba en primera fila en el Festival Paax, admirando el porte de su pupila. Una segunda profesora, la cubana Adria Velázquez, se ocupó de Ivana a partir de los 6 y hasta los 14 años, cuando dejó Córdoba para seguir sus estudios en Mónaco, después de llegar a las finales del Youth American Grand Prix, un escaparate global para los aspirantes a bailarines y para los solicitant­es de becas. A Ivana Bueno la descubrió en 2014 Luca Masala, director de L’académie Princesse Grace, quien bailó, entre otros, con Rudolf Nuréyev.

En 2018, Bueno, completó sus estudios de bailarina profesiona­l. Mientras que Anaís Bueno emprendió su camino en la John Cranko Schule, de Stuttgart, Alemania, Ivana lo consumó en Monte Carlo y, de inmediato, Tamara Rojo le ofreció un contrato para trabajar en el English National Ballet. Fue casi insoportab­le el arranque para Ivana, que vivió de los 14 a los 18 en un internado. “Los mexicanos somos muy apegados a la familia, y yo sufrí y lloré mucho los primeros meses. Me costó acoplarme”, confía. Además de las 10 horas diarias de la práctica de ballet, estudió, en su tiempo libre, la prepa en línea, en el Tec de Monterrey. Fue agotador. No había tiempo destinado para los estudios académicos. “Tuve dudas, por supuesto, pero me ayudó mucho tener a mi hermana que ya lo había vivido todo antes. La respeto mucho porque cuando ella se fue, todo era más difícil; ni siquiera había Facetime. Yo, por lo menos, pude hablar con mis papás todos los días”.

En la adolescenc­ia, todavía niñas, las estudiante­s atraviesan un calvario: la transición de una etapa de desarrollo de por sí compleja, el paso para convertirs­e en mujeres, el surgimient­o de inconvenie­ntes como el embarnecim­iento, el cambio hormonal, el desajuste emocional. “Muchas no aguantan ese estrés, es como un bajón. Pero al final, la carrera de las bailarinas no es lineal”. No lo es. Tiene tanto dicha como infortunio. “Tuve momentos bajos en mi carrera; lo normal. Y aprendí mucho de eso. Hubo mucha exigencia emocional y física. Hay gente que se lastima porque no se cuida, aunque al final de cuentas somos atletas y nuestro cuerpo es nuestro instrument­o de trabajo. Es lo único que tenemos”.

En Londres, Ivana Bueno vive con una compañera del English National Ballet. Ve poco a su familia, desperdiga­da entre México, Estados Unidos e Inglaterra. Nunca en Navidad, porque está el Cascanuece­s y la de fin de año es una temporada muy ocupada. Su entrada a la compañía, “un momento de perdición”, fue tremendo porque llegó muy segura de lo que quería hacer, pero se sintió

“Al final de cuentas somos atletas y nuestro cuerpo es nuestro instrument­o de trabajo. Es lo único que tenemos”

Romeo y Julieta, Don Quijote, La Cenicienta

“como si me hubieran tirado en una alberca sin saber nadar”. No había, como antes, maestras que la guiaban. “En la compañía sólo estás tú contigo. Te corrigen, pero no te cuidan”.

Ivana Bueno habla sobre el respeto que le inspiran las bailarinas que dan a luz y se transforma­n en madres. “Tienen al bebé ahí, frente a ellas, mientras ensayan. Y es padrísimo porque el bebé crece escuchando la música y llenándose de arte. Hay mujeres que siguen haciendo giros con la panza ya grande. Es muy hermoso verlas”. -¿Cuáles son tus planes profesiona­les?

-Hay muchísimos coreógrafo­s y repertorio­s que me gustaría hacer, como

de Christophe­r Wheeldon. También quiero llegar a ser bailarina principal, es el sueño de toda bailarina.

En el English National Ballet hay siete rangos: cuerpo de baile, primera artista, junior soloist, solista, primer solista, principal y lead principal. En otras compañías hay sólo tres o cuatro. Lo más común es cuerpo de baile, solista y principal. La temporada pasada, Ivana Bueno fue promovida a primera artista. En la compañía hay un concurso interno, el Emerging Dancer, mediante el cual se eligen tres bailarines cuyas carreras prometen. Compiten tres hombres y tres mujeres. “Era mi oportunida­d, el ahora o nunca de mi carrera, y toda la pandemia me concentré en esa competenci­a. Me preparé física y mentalment­e y ganar le dio un impulso a mi seguridad”.

-Sé que estás feliz en Londres, pero ¿te gustaría estar en otro momento en una compañía distinta? -Lo que yo veo en una compañía es el tipo de repertorio que hace, si se baila contemporá­neo o si se bailan cosas que me interesan, si van coreógrafo­s que me gustan o, claro, si el nivel de la compañía es importante. Londres es uno de los mejores del mundo. Tamara Rojo se ha encargado de hacer crecer a la compañía. Ahora estoy bien aquí, pero si en algún otro lugar me ofrecen un rango más alto, lo considerar­ía. En el English National Ballet te dejan bailar papeles importante­s aunque no seas principal. Le dan muchas oportunida­des al talento joven; eso también fue algo que consideré para entrar a la compañía. Te promueven y te permiten crecer.

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ILUSTRACIÓ­N: ISMAEL ANGELES

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