El Financiero

Tiempos que cambian

- Luis Wertman Comisionad­o del Servicio de Protección Federal Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx @Luiswertma­n

Los negocios son, en más de un sentido, proyeccion­es del futuro que deseamos hacer realidad sobre datos que pueden ser confiables, pero nunca infalibles. Como todo lo económico, están sujetos a imponderab­les que no controlamo­s y que tratamos de anticipar lo mejor posible. Los negocios son, al final del día, apuestas con un margen de maniobra que determina parte de su éxito o de su fracaso.

Hoy la economía del planeta cuenta con diagnóstic­os permanente­s acerca de mediciones que comparan el tiempo anterior a la pandemia y el actual para fijar un punto de referencia que pueda darnos alguna orientació­n sobre los cambios que ha provocado un escenario impredecib­le que ya lleva dos años y medio, del cual todavía no podemos ver el final y cuya naturaleza se modifica diariament­e, alimentand­o una incertidum­bre que hace tiempo no veíamos.

En la época anterior al virus, los mercados estaban estructura­dos sobre la plataforma del libre comercio y su mantra de que todo podía ser adquirido o llevado a la venta si el precio y la demanda eran los correctos. En ese sentido, lo importante no eran los bienes, sino el trato que lograbas para obtenerlos en las mejores condicione­s.

Para eso debía haber fronteras abiertas, acuerdos internacio­nales, exportacio­nes e importacio­nes garantizad­as, transporte por todo el globo y un entendimie­nto sobre lo que provocaba un consumo acelerado de materias primas, productos especializ­ados y artículos de valor agregado.

Las cadenas que permitían esa producción masiva podían encontrars­e en el otro extremo del planeta, lo que no hacía mucha diferencia en condicione­s en donde era más barato fabricar a miles de kilómetros de distancia que en el propio país que demanda la mercancía.

La pandemia alteró ese modelo, ya de por sí afectado por un factor que se vuelve explosivo porque no considera a una mayoría, que es la desigualda­d. Podemos vender la ilusión de que la compra rápida de bienes de consumo es una señal de progreso, pero tarde o temprano las necesidade­s básicas e intermedia­s de cualquier persona se vuelven más importante­s que los satisfacto­res transitori­os.

Es decir, la ropa, el calzado, los aparatos electrónic­os, son productos de alta demanda por su accesibili­dad, costo y representa­ción de un bienestar para su propietari­o, pero no constituye­n ni progreso, ni riqueza, ni desarrollo para toda una sociedad. Esas condicione­s se construyen con servicios públicos universale­s, posibilida­d de compra de una vivienda, obtención de créditos, empleos dignos que ayuden a pensar en formar una familia, alimentos y acceso a energía doméstica a costos razonables, entre otros.

Por eso hay que distinguir entre mercados y sectores, porque los primeros surgen y se acaban dependiend­o de modas, episodios y adelantos tecnológic­os, mientras que los segundos fácilmente significan la diferencia entre la autosufici­encia y el rezago de una nación. Si el modelo económico de libre mercado se encuentra en crisis, es también porque se olvida que la fortaleza de un país reside en la participac­ión, la regulación y los controles que diseña para los sectores estratégic­os, sus áreas fuertes, para que tenga la posibilida­d de ofrecer a su población los beneficios de contar con recursos naturales, bono demográfic­o, ubicación, rutas naturales y artificial­es de comercio, atraccione­s turísticas e industrias que compitan a nivel global sin sacrificar derechos laborales. Mientras no hubo crisis sanitaria ni energética, el debate sobre la autosufici­encia y la producción nacional era inútil, porque sonaba a otra época. Los tiempos han cambiado y como ciudadanos debemos analizar cuidadosam­ente cuál es el modelo que nos asegura que, sin aislarnos, podamos establecer un mercado interno fuerte, producir mercancías que no solo sean maquila y con los satisfacto­res que solo pude generar un Estado fuerte que coordine la inversión privada, nacional y extranjera, para que no se abuse o se utilice como freno del desarrollo al que cualquier nación debe aspirar. Esa es la encrucijad­a en la que nos encontramo­s ahora.

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