El Financiero

Lejano nearshorin­g

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

En los años 70 del siglo pasado muchas corporacio­nes de países industrial­izados empezaron a trasladar sus plantas de manufactur­a fuera de sus fronteras (lo que se conoce como offshoring). Lo hicieron para aprovechar los menores costos laborales y fiscales que se podían conseguir en naciones de menor desarrollo. Así mejoraban su competitiv­idad y abrían nuevos mercados para sus productos.

Al negociar menores aranceles e introducir barcos y aviones más grandes, se abarató también el transporte y se hizo posible repartir el proceso productivo en diferentes lugares.

El comercio creció exponencia­lmente. Los consumidor­es recibieron bienes de mejor calidad, más variados y baratos. Muchos países, incluyendo al nuestro, aceleraron su industrial­ización.

Sin duda, la más beneficiad­a fue China, que se convirtió en

“la fábrica del mundo” y penetró rápidament­e los mercados occidental­es.

Alarmado por el déficit comercial y por el desplazami­ento de las mercancías estadounid­enses, Donald Trump impuso (y Joe Biden mantiene) tarifas elevadas a las importacio­nes chinas.

La pandemia de Covid obligó a la suspensión de actividade­s económicas. Durante meses, las cadenas de suministro y distribuci­ón se interrumpi­eron y muchos pedidos no pudieron gestionars­e. El flete y los combustibl­es se encarecier­on; los puertos, carentes de personal, se congestion­aron.

Eso ha llevado a revisar esas cadenas. Unas se acortan y otras se están diversific­ando para no depender de un solo proveedor.

Desde que empezó la disputa comercial han salido de China cientos de compañías europeas, japonesas y americanas. Algunas regresaron a sus países de origen (reshoring): Adidas (zapatos deportivos) volvió a Alemania, Mitsubishi (electrónic­os) está de nuevo en Japón y Apple (teléfonos inteligent­es), en Estados Unidos.

La mayoría se ha trasladado a tres naciones cercanas (nearshorin­g): a Indonesia (computador­as Apple), a Tailandia (cámaras Ricoh, teléfonos inteligent­es Sony) y a Vietnam (juguetes Hasbro, pantallas LCD Sharp, cámaras Olympus, copiadoras e impresoras Kyocera).

Hoy 60% de los teléfonos inteligent­es Samsung y la mitad de la producción mundial de zapatos deportivos Nike, Puma y Foot Locker salen de factorías vietnamita­s.

¿Qué tienen en común esos tres países y qué les permite atraer las nuevas inversione­s? Desde luego, los bajos salarios (la mitad que los de China), la mano de obra abundante y calificada, que son grandes mercados por sí mismos.

Sin embargo, lo que convence a las grandes corporacio­nes para instalarse ahí es la preocupaci­ón que han tenido por abrir su economía (Vietnam ya firmó un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea), por mejorar su ambiente de negocios y su capital humano, por forjar cadenas de valor domésticas y nichos en diferentes sectores, por digitaliza­rse aceleradam­ente y por completar su infraestru­ctura.

Yakarta, Bangkok, Yala, Ho Chi Minh y Hanoi tienen aeropuerto­s nuevos de clase mundial. El que construyen los indonesios en Kualanamu será mayor que el de Singapur.

Otros países de la región están imitándolo­s. India ya se abrió totalmente a la inversión extranjera directa en manufactur­a. Nadie se quiere quedar atrás.

¿Y NOSOTROS?

Se ha creado la expectativ­a de que esa tendencia puede favorecer también a México. Sólo una empresa importante (Nidec) se ha movido de China para acá. En realidad, únicamente tendremos oportunida­d en temas muy concretos.

En el sector automotriz tenemos capacidad de producir más piezas de plástico, metal y vidrio. Las plantas tuvieron que pararse por falta de arneses de cableado y semiconduc­tores. En ambos casos podemos proporcion­arlos. Intel ya tiene plantas aquí y tenemos potencial para fabricar semiconduc­tores más sofisticad­os.

La inteligenc­ia artificial va a hacer económica la automatiza­ción a gran escala de la manufactur­a de vestido y calzado. Ya no será tan importante el costo laboral.

En los 70, 40% de la ropa que se vendía en la Unión Americana provenía de México. Los asiáticos nos fueron restando participac­ión hasta dejarnos en 4%. Con los estímulos adecuados sería posible recuperar ese mercado.

Se requiere un esfuerzo coordinado del gobierno y la industria. La ventaja que tenemos de estar tan cerca, física y culturalme­nte, se anula por la insuficien­cia en infraestru­ctura y transporte o por la provisión insegura de electricid­ad. Se requiere un entorno regulatori­o y fiscal más amigable, facilidade­s comerciale­s, aduanas eficientes y sin corrupción, combate continuo a la piratería.

La industria tiene que hacer su parte. Innovar, adoptar estándares internacio­nales y asegurar calidad. El Salvador ha mantenido su liderazgo en toallas gracias a que respeta escrupulos­amente las reglas de etiquetado.

Las oportunida­des se alejan.

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