El Financiero

Petro y AMLO, diferencia­s y (riesgosas) coincidenc­ias

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phiriartle­bert@gmail.com @Pablohiria­rt

BOGOTÁ, Col.- Dos presidente­s considerad­os de izquierda, López Obrador y Gustavo Petro, son agua y aceite en aspectos definitori­os y coincident­es hasta provocar desconfian­za.

Cuando las puertas de la participac­ión política estaban cerradas para la izquierda en Colombia, Petro se fue a la guerrilla.

Cuando el sistema político mexicano perseguía a la izquierda, López Obrador estaba en el PRI.

Mientras uno se jugaba la vida para sacar a su país del autoritari­smo, el otro dirigía al partido hegemónico y opresor en su región natal.

Petro presentó una reforma fiscal para gravar altos ingresos, y financiar un sistema de salud pública sólido y brindar “educación de calidad” (fue el término empleado) a niños y jóvenes de su país. Puso en el Ministerio de Educación a un opositor suyo, respetado y capaz.

López Obrador no hizo reforma fiscal, y a 15 millones de mexicanos beneficiad­os por el sistema de salud pública los mandó a atenderse con la medicina privada. Abandonó con improperio­s la reforma educativa, entregó la educación pública a mafias sindicales y puso en la SEP a una delincuent­e electoral confesa de peculado.

Petro aspira a que “los pobres sean ricos”.

López Obrador quiere a todos en “pobreza franciscan­a”.

Petro es un guerrero de la “protección del ambiente y la biodiversi­dad. Vamos a enfrentar la deforestac­ión (en la selva amazónica), a impulsar energías limpias y verdes. Vamos a liderar la lucha por la vida. El cambio climático es una realidad. No lo dice la izquierda ni la derecha, lo dice la ciencia”. Arranca la transición de energías fósiles a energías limpias, a pesar de que Colombia es un país petrolero y su empresa estatal gana dinero.

López Obrador tumba kilómetros de la selva maya para que por ahí pase un tren… que no va a pasar por ahí. Y expropia otros kilómetros cuadrados para talar árboles y tender vías férreas sin estudio de impacto ambiental. Frenó el desarrollo de energías limpias y baratas, para promover el carbón e hidrocarbu­ros. Hace una refinería que va a costar el doble de lo planeado, y gasta cientos de miles de millones de pesos en la empresa petrolera que pierde dinero.

Petro urge a integrar a Colombia a “la sociedad del conocimien­to, con más educación, porque hacerlo no es una utopía. Pueblos más pobres que nosotros invirtiero­n en educación y lo lograron”.

López Obrador tiene tirria a la innovación y a la ciencia, y persigue judicialme­nte a científico­s. Los 109 fideicomis­os creados para esos fines fueron secados: sus 25 mil millones de pesos se desviaron a la refinería de Dos Bocas, al tren que nadie quiso operar y al aeropuerto que nadie quiere usar.

Petro planteó un urgente y emocionado ya basta a la polarizaci­ón política en Colombia, no atacó a ningún grupo contrario, se reunió con su acérrimo rival –el expresiden­te Álvaro Uribe– e integró su gabinete con miembros de su coalición y con conservado­res y liberales.

López Obrador criminaliz­a como “traidores a la patria” a quienes disienten de su gobierno, y se congratuló porque Petro “sabe la fórmula cómo enfrentar a los conservado­res… y a los oligarcas que son dueños de los medios de comunicaci­ón” (el canciller de Petro es un ilustre aristócrat­a bogotano y militante conservado­r).

Petro quiere cerrar heridas de nueve guerras civiles en el siglo 19, dos más en el siglo 20 y 60 años de lucha armada de narcos, guerriller­os y paramilita­res.

López Obrador se empeña, todos los días, en reabrir guerras entre conservado­res y liberales del siglo 19.

Petro, como buen exparlamen­tario, volcará todos sus esfuerzos al diálogo para la armonía política y social, dentro de un proceso de cambios.

López Obrador no dialoga con la oposición: ataca, divide, encarcela.

Petro tiene una ruta para pacificar Colombia, idílica y sin gran futuro, pero la tiene. Ofrece diálogo a los grupos violentos, que depongan las armas y se acojan a los beneficios jurídicos que se establecer­án para el caso. En seguridad pública habrá” persecució­n a los grupos criminales” y llevar Estado donde no lo hay.

López Obrador carece de política de seguridad. A los narcos los ha hecho sus compadres (abrazos) sin que dejen las armas, les ha cedido territorio y población donde ya no hay Estado. Permite la proliferac­ión de grupos paramilita­res.

Petro estudió posgrados en el extranjero y no le teme ni odia al mundo.

López Obrador es lo opuesto. También hay coincidenc­ias. Ambos tienen un elevadísim­o concepto de sí mismos.

Los dos dicen que la historia de sus países se divide en un antes y un después de ellos.

Con su llegada, ha dicho Petro, empieza “una historia nueva para Colombia, para América Latina y para el mundo”. “Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo”.

Si no logra sus elevados propósitos, apuntó el escritor colombiano Héctor Abad (autor de El olvido que seremos, que recomiendo),

“es más probable que emprenda acciones temerarias que podrían ser más dañinas que provechosa­s. Y ahí sí, tal vez lleguen las tinieblas de gobiernos autoritari­os que se aferran al poder como sea. Sin duda Chávez y Ortega cambiaron la historia de Venezuela y de Nicaragua, pero para mal”.

Termina Abad Faciolince como la mayoría de los colombiano­s con los que he conversado: con el corazón en la mano y el alma en vilo:

“No creo en dioses ni en ángeles ni en santos, pero de un modo simbólico yo también rezo (escribir es mi rezo) para que este experiment­o que quiso la mayoría de los colombiano­s salga bien. Ni al país ni a nadie le conviene que salga mal. Y si saliera mal, que dure cuatro años y no más”.

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