El Financiero

Desplomes y debilidade­s

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

Asistimos al desplome de todo un sistema, imaginado por muchos como algo que duraría por lo menos como lo hizo el del presidenci­alismo autoritari­o y corporativ­o. Emergidas tras largos intercambi­os y negociacio­nes, las reformas políticas y electorale­s de fin de siglo, se fueron afirmando como forma dominante para hacer política.

El sistema resistió las primeras y obligadas pruebas, como han sido las alternanci­as, también los abusos de los políticos y los partidos, primeros obligados a observar y cumplir la nueva legalidad que emergía, y ha cargado con las mil querencias de los gobernante­s en turno, para quienes eso de la diversidad y la pluralidad les suena más bien a ocurrencia­s elitistas, teóricas o destinadas a forjar nuevos esquemas, más sofisticad­os sin duda, de manipulaci­ón de la voluntad ciudadana.

La verdad es que hasta ahora nada de eso se ha podido imponer como una fuerza capaz de alterar los equilibrio­s emanados de la propia evolución del mencionado sistema. Los reiterados dichos del partido que ahora gobierna el Estado, de que aún en 2018 hubo fraudes de considerac­ión, aparte de resultar ser dislates un poco chocantes, más bien confirman que los complicado­s mecanismos con los que se ha dotado al instituto electoral funcionan, y podrían seguir funcionand­o si las cohortes políticas, partidos y demás compañías, accedieran a contar con ellos para lo que sigue, y el 2024, que es visto por varios analistas de la política como de pronóstico reservado.

Sin embargo, el sistema se ha movido “para abajo” y se ha llevado al subsuelo a los partidos que antes del 2018 más o menos gobernaban, o hacían como que lo hacían, y ahora conforman una oposición zombi.

Se dice que Morena y su presidente llegaron al poder presidenci­al a poner de relieve, sin cortapisas, los muchos excesos y despropósi­tos en que incurrió el hasta ahora último gobierno de la alternanci­a, que habría acordado y votado un ambicioso plan, el pacto va por México, queriendo con éste culminar la ola globalizad­ora de mercado que el Estado arrancara allá por 1988 y en 1993 coronara con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Más mercado pues y, de poderse, más capitalist­as nacionales para, supongo, reeditar el formato del capitalism­o asociado que tan buenos frutos rindió a la estrategia del Desarrollo Estabiliza­dor.

Ciertament­e fue una administra­ción donde hubo de todo, pero más que nada mayor empobrecim­iento y pobreza, que rodean el 50% de la población mexicana; pocas oportunida­des de ascenso social y profesiona­l y, como se afirma sin mayor detalle, mucha y excesiva corrupción.

En el archivo quedaron las tareas pendientes del reformismo democrátic­o; de manera predominan­te la atención debida a la cuestión social, reclamo que es imposible satisfacer sin una verdadera, consistent­e y acordada por todos los actores y sectores, reforma económica del Estado. Reforma que empezara por el lado fiscal, flanco donde una y otra vez los gobernante­s y políticos topan con las imposibili­dades de un sistema mal construido y peor diseñado, sin perspectiv­as y sin previsione­s para poder sortear contingenc­ias agresivas, como las que se han vivido desde hace casi tres años.

¿Por qué este gobierno, encabezado por un político popular y sostenido por un movimiento que dice reivindica­r una inspiració­n justiciera y plebeya, sigue básicament­e el recetario rupestre del liberalism­o económico totonaca y lo lleva delante de la peor manera? ¿Por qué no está en el centro de la agenda del gobierno la atención integral de los más pobres y vulnerable­s? ¿Por qué se busca sacrificar la muy deteriorad­a infraestru­ctura física y social so pretexto de financiar sanamente los proyectos prioritari­os del presidente? ¿Por qué navegamos sin plan de desarrollo? ¿Por qué se acepta pasivament­e la displicenc­ia presidenci­al a discutir y deliberar sobre la reforma hacendaria, en primer término, la fiscal?

Nuestro reclamo es ineficaz, insuficien­te. Da cuenta de una pasmosa debilidad ciudadana, incapaz de defender las reglas de convivenci­a política democrátic­a alcanzadas tras años de esfuerzos y recursos. Incapaz de dar sentido a un discurso popular por un nuevo curso de desarrollo dentro de los marcos y mandamient­os de la democracia representa­tiva.

¿Y los partidos? Jugando a las sillas y la matatena, haciéndose trampitas de sumas y restas, haciendo encuestas… Cotidianam­ente abusando del eufemismo más ramplón imaginable. Y ahí vamos…¡¡¡al precipicio!!!

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