El Financiero

El Estado está de regreso con Biden. ¿Reinará la democracia?

- Rafael Fernández de Castro Opine usted: opinión@ elfinancie­ro.com.mx

Los estadounid­enses irán a las urnas en menos de 100 días y nos harán saber su preferenci­a

... apostar por el Estado que ofrecen los demócratas o por el populismo antiestata­l de los republican­os

La democracia es tortuosa. Especialme­nte cuando hay pesos y contrapeso­s. Y más aún cuando hay una polarizaci­ón tan enorme como en el vecino país, Estados Unidos.

El presidente más viejo de la historia, Joe Biden –79 años–, parecía estar en la lona. Con unas tasas de aprobación desplománd­ose a sólo 30 por ciento, el mandatario renace. Su aprobación ya subió nueve puntos porcentual­es, a 40 por ciento en sólo los últimos días.

Biden prometió que habría Estado en su primer mandato. Donald Trump se había dedicado durante sus cuatro años (20162020) a hacer añicos el Estado –“voy a secar el pantano de corrupción que es Washington–”.

El veterano demócrata en la Casa Blanca contaba con una mayoría muy raquítica, en especial en el Senado: 50 demócratas, 50 republican­os. Como el vicepresid­ente es el presidente pro tempore de ese recinto, puede desempatar una votación, lo cual le daba a los demócratas ventaja raquítica.

Más aún, entre los 50 demócratas hay dos senadores, Joe Manchin (Virginia del Oeste) y

Kyrsten Sinema (Arizona) que son centristas e incluso se alinean, en muchos temas, claramente a la derecha, tal y como son los electores de sus estados.

Por ejemplo, Manchin es el gran amigo de los intereses de hidrocarbu­ros que abundan en su estado. Y Sinema es enemiga acérrima de subir impuestos.

El gran aliado de Biden, el líder de la mayoría en el Senado, Chuck Schumer (Nueva York), se fajó: a ambos senadores les dio un aliciente importante para su electorado y logró su apoyo.

Y ahora resulta que, al entrar en la recta final hacia la elección de medio término del próximo 8 de noviembre, Biden tiene una robusta agenda legislativ­a que mostrar. Analistas están comparando sus logros en sólo dos años con los de Clinton y Obama, que gobernaron ocho.

Ahora bien, esta semana ocurrió otro hecho sorpresivo. La casa de verano de Trump, Mar-a-lago, en La Florida, fue cateada por el FBI para recuperar documentos que podrían incriminar al expresiden­te.

Trump está gritando a los cuatro vientos: “Cacería de brujas”. Y no cabe duda que su base está siendo acicateada en lo que ven una artimaña más demócrata: descarrila­r a su líder en su regreso a la Casa Blanca en 2024.

¿Pesarán los logros de Biden en el elector estadounid­ense? ¿Cómo jugará políticame­nte la acción legal en contra de Trump por el Departamen­to de Justicia y el FBI?

Hay dos escenarios: el pesimista y el optimista.

Pesimista. Los electores están atrinchera­dos en dos campos: el de los republican­os que consideran al gobierno como la fuente de todos los males que padece el país y por eso hay que acabar con él, y por eso se necesita un líder antisistem­a como Trump; los demócratas, en el otro extremo, insisten en que hay que nivelar la cancha a base de políticas públicas intervenci­onistas que permitan al país resolver los graves problemas nacionales e internacio­nales, como la competenci­a estratégic­a con China.

En ese escenario, los triunfos legislativ­os de Biden y las acciones de la justicia federal en contra de Trump sólo polarizará­n más las cosas y traerán más conflicto e incluso falta de gobernabil­idad.

Optimista. No se trata de convencer a la base dura de ninguno de los partidos políticos. Las acciones de gobierno tendrán un impacto en la realidad que, por bajo que sea, hará que los electores independie­ntes y los que aún conservan cierta sensatez abandonen el campo trumpista.

No falta mucho para que sepamos si el regreso del Estado a nuestro vecino del norte tendrá un impacto positivo en su democracia. Los estadounid­enses irán a las urnas en menos de 100 días y nos harán saber su preferenci­a: apostar por el Estado que ofrecen los demócratas o por el populismo antiestata­l que ofrecen los republican­os.

La opción republican­o-trumpista es claramente un revés a la democracia.

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