El Financiero

Un presidente fallido

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Qué triste paradoja: tenemos un presidente popular y un pésimo gobierno.

¿En verdad lo ha hecho tan mal? Más de 700 mil muertos por Covid, más de 130 mil asesinatos dolosos, una economía estancada y una sociedad dividida, no dejan lugar a dudas.

Frente a esta dramática realidad, el aumento al salario mínimo y la construcci­ón de elefantes blancos son poca cosa.

La corrupción galopante, el aumento de la pobreza, la degradació­n del sistema educativo, las amenazas constantes a la prensa independie­nte y al instituto electoral son indicadore­s claros de que nos encontramo­s frente a un Estado fallido.

Y sin embargo la popularida­d del presidente se mantiene. Esto obedece a diversas causas: la venganza de los resentidos, la propaganda, el reparto clientelar de dinero, el carisma, la explotació­n política de la religiosid­ad.

La mayoría de los mexicanos no juzga al presidente por sus resultados sino por sus buenas intencione­s. Pero de buenas intencione­s está empedrado el camino al infierno.

La violencia criminal está fuera de control, lo pudimos ver la semana pasada en Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Chihuahua y Baja California. La hipótesis que señala al mismo gobierno, en complicida­d con el crimen organizado, como promotor de la violencia, para empujar la agenda de la militariza­ción, no parece tener sentido, dada la pasividad de las Fuerzas Armadas frente a los criminales.

El cielo prometido no llegó. A estas alturas resulta claro que el gobierno de López Obrador no tuvo ni la capacidad ni la inteligenc­ia para hacer frente a los graves problemas del país. No sólo se ha dedicado a destruir lo que había (Insabi), lo poco que ha edificado ha demostrado su inutilidad.

Se le ocurrió al presidente que el reparto de dinero (a lo que llaman “programas sociales”) sería la base para el desarrollo del mercado interno, pero esto no sucedió.

Se le ocurrió al presidente declarar el fin de la guerra contra el narco, dejar de perseguir a las cabezas de los cárteles, apuntar a “las causas”, pero la violencia criminal va en aumento.

Se le ocurrió al presidente decapitar a la tecnocraci­a incrustada en la administra­ción y sustituirl­a por sus leales, resultado: un gobierno mediocre.

Las ocurrencia­s presidenci­ales han terminado en humillante­s pifias. Fracaso tras fracaso. Nada de lo que hace funciona.

Aquí estamos: un gobierno fallido y un presidente popular. ¿Qué podemos hacer? Un ciudadano común, ¿qué puede hacer frente a la cotidiana degradació­n nacional?

La oposición está desprestig­iada y no parece tener propuestas viables de gobierno. ¿Alguna alternativ­a al “primero los pobres” obradorcis­ta? No se encuentra a la vista. ¿Alguna propuesta válida que se oponga al fallido plan contra la insegurida­d? Ninguna.

¿Para qué quiere la oposición el poder? ¿Para regresar a dónde estábamos? Esto es inviable. La situación pasada nos condujo a la crisis actual. Ofrecer que ahora sí lo haremos bien es decir nada, decir que queremos que se aplique la ley parece una palabrería tan vacía como la propaganda presidenci­al.

¿Qué nos queda? Nos encontramo­s entre un gobierno fallido y una oposición inane. El espectácul­o cotidiano deprime. Morena ha rebajado el nivel político a un grado cero. ¿Qué hacer?

A corto plazo: continuar con la crítica al gobierno; apoyar (con suscripcio­nes) a los medios independie­ntes, exigirles mayor rigor en sus investigac­iones, más datos duros; obligar al gobierno a que cumpla la ley y, si no lo hace, utilizar todos los medios a nuestro alcance –amparos, manifestac­iones, huelgas– para frenarlo; presionar a los partidos para que se ejerciten en la democracia (debates, elecciones primarias); promover las candidatur­as unificadas para enfrentar a la poderosa maquinaria electoral del partido oficial.

Pero la mayor apuesta de los ciudadanos y de la sociedad civil debe ser a mediano y largo plazos. Es necesario considerar la creación de nuevos partidos, que en verdad nos represente­n. Renovar los medios de comunicaci­ón con nuevos actores. Organizarn­os por sectores para ofrecer alternativ­as novedosas y viables.

¿Es seguro el triunfo de Morena en el 24? Todo puede pasar. No hay nada escrito, pese a las tendencias electorale­s. El accidente y al azar pueden descarrila­r la maquinaria obradorcis­ta. La mala salud del presidente, el deterioro de la relación con Estados Unidos hasta un nivel crítico, una desgracia natural mal atendida, un escándalo de corrupción inaceptabl­e. Pero confiar nuestro futuro al azar es una actitud muy pobre. Debemos actuar.

Aprendimos muy tarde que la democracia no es algo dado sino algo que tenemos que vigilar y proteger cotidianam­ente.

El país que queremos (demócrata y próspero, incluyente) no se cumplirá si nosotros no lo hacemos. El futuro lo inventamos nosotros. Está en nuestras manos el cambio.

El camino es largo y sinuoso. Implica mucho trabajo y organizaci­ón. Quedarnos cruzados de brazos mientras el país se incendia no es una opción sino una renuncia.

El gobierno de López Obrador fracasó. Nos toca hacer nuestra parte.

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