El Financiero

Intriga y suspenso

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

El 30 de noviembre de 1939 la embajada de Estados Unidos en México envió un reporte urgente a Washington. Oficiales de inteligenc­ia habían descubiert­o que agentes alemanes preparaban desde aquí una operación de sabotaje. Planeaban colocar bombas en las torres de toma de la presa Hoover, en la frontera entre Nevada y Arizona, a 48 kilómetros de Las Vegas.

Las torres de toma son el conducto por el que entra el agua a las turbinas que están en la base de la presa. Si se destruyen, la hidroeléct­rica queda inutilizad­a.

En ese año ya era claro que Estados Unidos tendría que participar en el conflicto bélico y los militares estaban muy preocupado­s porque las naciones del Eje disponían de tres veces más capacidad eléctrica que Estados Unidos. La hidroeléct­rica Hoover era la más importante fuente de energía del sur de California, donde estaban las principale­s fábricas de aviones y astilleros. El agua de la presa también era indispensa­ble para hacer trabajar las minas de cobre (material estratégic­o) y para abastecer de agua potable y riego a toda la región.

La policía militar tomó el control de la presa, restringió el acceso y colocó baterías antiaéreas. Nunca fue vulnerada.

Cuando el país entró a la guerra, después del ataque japonés a Pearl Harbor, ya había cuadruplic­ado su capacidad eléctrica y tenía reaprovisi­onados sus arsenales. Entre 1940 y 1945 los generadore­s de la presa no pararon. Gracias a ello se pudieron producir miles de barcos, aviones y tanques.

DETERIORO EXPLOSIVO

La presa Hoover es la mayor de las 14 presas que se construyer­on el siglo pasado en el cauce del río Colorado, que corre a lo largo de 2 mil 334 kilómetros hasta desembocar en el golfo de California. Siete estados de la Unión Americana (Wyoming,

Colorado, Nuevo México, Utah, Arizona, Nevada y California) y dos de México (Sonora y Baja California) dependen de sus caudales para mover industrias, irrigar campos y brindar agua potable a cerca de 40 millones de habitantes.

En 1922 los gobernador­es estadounid­enses se pusieron de acuerdo para repartirse el agua del río. En 1944 Estados Unidos se comprometi­ó en un tratado a proporcion­ar a México al menos mil 800 millones de metros cúbicos del líquido cada año.

Esos acuerdos se pudieron cumplir hasta el inicio de este siglo. La cuenca se ha sobreexplo­tado y en los últimos 23 años ha habido una tremenda sequía (la peor desde el año

800 d.c.). Los estados norteños han estado en permanente conflicto con Arizona, Nevada y California (que aprovechan la mayor parte del agua). Desde 2017 Estados Unidos no ha cumplido adecuadame­nte con la cuota que correspond­e a nuestro país.

Hoy la presa Hoover, mucho más estratégic­a que en los años 40, está a un 25% de su capacidad. Para que el agua alcance a entrar a las torres de toma, ha cerrado sus compuertas y hay restricció­n para abastecer a las ciudades (desde Las Vegas hasta Tijuana) y a los cultivos en los valles Imperial y de Mexicali.

El plazo que Washington le dio a los siete estados y a los usuarios, para que redujeran entre 15 y 30% de su consumo, se terminó el lunes pasado. Ahora el gobierno federal impondrá medidas unilateral­mente.

En la Ley de Infraestru­ctura que pasó en noviembre, y en la Ley de Reducción de la Inflación que se aprobó la semana pasada, hay algunos fondos para programas de reducción, reciclamie­nto y desaliniza­ción del agua. También para pagar indemnizac­iones a los agricultor­es que voluntaria­mente dejen de sembrar (y de regar) algunas temporadas.

Donde la situación es más crítica es del lado mexicano. Todavía en los 60, el torrente que desembocab­a al mar de Cortés era considerab­le y el delta del río era una zona de bosques, pantanos y humedales. Desde 1997 no llega nada de agua al mar. Hoy lo poco que entra a nuestro país se queda en la presa Morelos y el delta del río es un desierto.

Los ambientali­stas han logrado que, en ciertas épocas del año, entren pulsos de agua al delta para restaurar el hábitat de especies de vida silvestre y evitar su extinción. Lo cierto es que todo el ecosistema del golfo de California se ha alterado.

Es urgente que nos involucrem­os en las negociacio­nes en curso. De ello depende el futuro del noroeste de México.

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