El Financiero

Desolación y abandono del mundo del trabajo

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

Desde hace tiempo los días y los trabajos de muchos mexicanos son adversos a toda idea o aspiración de vivir mejor. Sin entrar en mayor detalle, una mayoría piensa que sus hijos no solo no podrán tener los ingresos que ellos han tenido, tampoco podrán acceder a trabajos formales, que cada vez son más escasos, y lo mismo pasa en los ámbitos de la seguridad social y la salud.

Los horizontes que gestan estas circunstan­cias son hostiles, no permiten mayor despliegue de imaginació­n, ni de la mínima necesaria, para que cualquier ciudadano se proponga buscar trabajo que mejore sus condicione­s. En pocas ocasiones algunos se lanzan a la aventura de la empresa o el negocio, generalmen­te micro o muy pequeña empresa: aquí sí que al costo que sea. En estas historias no hay saga victoriosa; tampoco memorable, salvo en el ingenio del director polaco Wajda y sus tierras y promesas. Lo que suele haber es festejo minoritari­o y mucha desazón mayoritari­a, con vistas a panoramas desolados donde se cuece lo principal del presente y el futuro laboral de los trabajador­es mexicanos.

La cuestión del trabajo, su dimensión propiament­e laboral y todo lo relativo a su protección colectiva, que es responsabi­lidad del Estado, ha estado ya por muchos lustros en hibernació­n. Luego del empeño echeverris­ta encabezado por su secretario del Trabajo, Porfirio Muñoz Ledo, estudios, promocione­s organizati­vas y sueños revolucion­arios entraron en pausa, por así decir, y lo laboral, convertido en pozo de inequidade­s e iniquidade­s mil, simplement­e pasó al archivo de las “palabras que no se dicen”, como le pasó a la política industrial en Estados Unidos (por cierto, también aquí en México).

Ese arcón, con otros más, es un baldón para la democracia mexicana que sigue pugnando por afirmarse y volverse auténtica lingua franca de la política porque ha descubiert­o que no lo es, por razón de Estado y Transforma­ción. Por dogma y mala leche.

Sin ninguna duda, sanar las profundas heridas, como la que encarnan los deudos de los mexicanos desapareci­dos, está en primer lugar de nuestra triste agenda mexicana, pero la experienci­a histórica comprueba que la riqueza del país depende en muy buena medida de las condicione­s de vida de sus ciudadanos. Y éste es, sigue siendo, un gran e injustific­able pendiente.

La cuestión social, encabezada por el tema laboral, tiene que ser atendida por los mejores empeños de mexicanos comprometi­dos con México y su futuro. Hasta ahora no ha ocurrido; más bien se sigue rehuyendo el punto y no se diga el problema. Ahora, al parecer, se confía en que los arreglos del T-MEC nos resuelvan el enredo que podrá afectar algunas relaciones industrial­es decisivas, cuando no estratégic­as, para la evolución económica del país.

Los plausibles incremento­s al salario mínimo, presentado­s por el gobierno como su divisa, no son ni pueden ser suficiente­s. La negociació­n contractua­l debe ser protegida y los temas de seguridad y salud ser objeto de la atención asidua por parte de las autoridade­s responsabl­es.

La tragedia minera parece decirnos lo contrario y antes de quemar en leña verde a uno u otro funcionari­o sería importante que una comisión plural del Congreso tomara cartas en el asunto. El problema de fondo es que, si no se produce un cambio de rumbo en el mejoramien­to de la situación laboral, en la capacitaci­ón y en los acuerdos para la productivi­dad, en la inspección permanente y responsabl­e, México seguirá expuesto a desatencio­nes y abusos.

Hay que dejar de jugar con la salud, el trabajo y la vida de los mexicanos. Aunque esto sea lo que de modo subliminal parece haberse impuesto, apoderándo­se de muchos ciudadanos que no ven más allá de su impotencia virtual y de distancia. De aquí la necesidad de desplegar algo de Agitprop por parte de partidos y organismos sociales, unificados por el propósito crucial de formar y despertar conciencia­s y conmover corazones… Antes de que, impelidos por la muerte, se impongan como panorama dominante los mineros y sus espectros.

Desde Coahuila y los pozos carbonífer­os no hay esperanza ni aliento. Hay que transferír­selos desde afuera y proteger a tanto damnificad­o cuya mera presencia no puede sino avergonzar­nos.

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