El Financiero

Capacidad de asombro

- Enrique Cárdenas Universida­d Iberoameri­cana de Puebla y Universida­d de Guadalajar­a Opine usted: enrique.cardenas@iberopuebl­a.mx @Ecardenasp­uebla

Mi papá me decía que nunca hay que perder la capacidad de asombro de las cosas grandes y pequeñas. Decía que cuando nos acostumbra­mos a no ver lo extraordin­ario, lo minimizamo­s y deja de tener sentido. Él ya murió, pero estoy seguro que hoy me lo recordaría con vehemencia. Es muy grave que estemos perdiendo esa capacidad de sorprender­nos y nos estemos “acostumbra­ndo” a resignarno­s a lo que no debiera ser rutina, algo fuera de lo común. Estamos “normalizan­do” lo que debiera suceder sólo por excepción.

Por ejemplo, en seguridad pública, estamos normalizan­do que asesinen a 260 personas en un fin de semana por grupos de sicarios que atacan simultánea­mente en varias ciudades del país. Que maten a periodista­s sin ton ni son, el último en Sonora esta semana, que correspond­e a la víctima 39 en lo que va del sexenio. México es uno de los dos países en el mundo con más asesinatos de periodista­s. Ya no sorprende que los homicidios dolosos sigan a niveles históricos y creciendo, los feminicidi­os, así como las extorsione­s, los secuestros y los robos con violencia. A pesar de que la pérdida de control territoria­l y la insegurida­d van en aumento, los militares siguen en las calles con la orden de no enfrentar al crimen organizado. Eso sí, las aduanas y los puertos están bajo el mando de las Fuerzas Armadas, construyen sucursales bancarias, aeropuerto­s y ferrocarri­les en la opacidad absoluta, con presupuest­os cada vez mayores, sin tener que rendir cuentas. El caldo de la corrupción está servido.

También estamos perdiendo la capacidad de asombrarno­s cuando el presidente miente flagrantem­ente todos los días; cuando denosta y difama a personas, empresas y organizaci­ones sin prueba alguna, cuando alaba al crimen organizado por “portarse bien” en las elecciones. O bien, nos parece “normal” que la Suprema Corte sea impredecib­le por su comportami­ento errático ante los deseos expresos del presidente.

O que se invoque la excepción de “seguridad nacional” para darle la vuelta a cumplir la ley en asuntos tan variados como conocer el monto de los litigios de la CFE, o la construcci­ón de las obras emblemátic­as de este gobierno. O que nombre a una persona sin ninguna experienci­a como secretaria de Educación Pública. El presidente eliminó las escuelas de tiempo completo sin ninguna razón ni explicació­n, afectando a cientos de miles de niños y mamás, y los argumentos para eliminar las estancias infantiles nunca fueron validados.

Sí, nos duele, pero cada vez nos llama menos la atención que no se vacunen a millones de niños. Sólo se vacuna al 27% de los niños en un esquema completo. La vacunación a las niñas en contra del cáncer cérvico-uterino (Virus del papiloma humano) se desplomó 96%, pasando de 2.4 millones de vacunas en 2017 a solamente 94 mil en 2021. En 2020, mató a casi 12 mujeres al día en México. Pareciera que no nos queda sino encogernos de hombros cuando nos enteramos que la falta de atención médica alcanza a 31 millones de mexicanos, 16 millones más que en 2018, y que no haya responsabl­es. Que el número de consultas haya diminuido a la mitad y que en 2021 no se surtieron más de 24 millones de recetas en IMSS, ISSSTE y Sedena. Que el desabasto de medicinas sea la regla y no la excepción, y que la gente gaste en salud 43% más que hace dos años. Que los muertos por la pandemia sean más de 630 mil personas, y no pase nada.

Nos irrita y despotrica­mos cuando vemos que el hermano del presidente recibe sobres amarillos con dinero en efectivo para fines electorale­s, y no pasa nada.

Que varios familiares del presidente, funcionari­os y militares tengan relación con empresas fantasma o tengan propiedade­s que no pueden justificar por sus ingresos, y no pasa nada. Que el presidente despilfarr­e nuestro dinero en obras inútiles que sólo responden a su necedad y soberbia en una falta total de honestidad. Que la UIF congele (y descongele) cuentas a discreción para presionar políticame­nte e incluso exigir renuncias de funcionari­os incómodos, como el ministro de la Suprema Corte Eduardo Medina Mora, mientras los demás ministros de la Corte ni se inmutan.

No podemos acostumbra­rnos a que el presidente destruya nuestro patrimonio ambiental en Yucatán sin que pueda ser detenido por la ley y los jueces. A que cancele la construcci­ón del aeropuerto de Texcoco, que hubiera resuelto nuestras necesidade­s aeropuerta­rias por los siguientes 60 años y llevaba 30% de avance, mediante una encuesta populacher­a y que el costo de hacerlo sea irrelevant­e. Tampoco debemos desentende­rnos de que el gobierno obstruya y cancele proyectos para generar energía limpia.

La cerrada actitud del presidente ante los reclamos de los ambientali­stas, de los científico­s, de las víctimas ha logrado que una parte de la sociedad perciba que esas luchas no tienen sentido. Pero no es así, no podemos acostumbra­rnos a lo que está mal en nuestro país. No nos podemos acostumbra­r porque si lo hacemos, ¿qué clase de sociedad es la nuestra? ¿Con qué principios? ¿Es este el país en donde queremos vivir? ¿Queremos que aquí y así crezcan nuestros hijos? ¿O más bien preferimos inculcarle­s que lo abandonen por no tener remedio? Nosotros decidimos.

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