El Financiero

Salgamos de la trampa

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

El debate político sobre la militariza­ción del país nos ha puesto en el terreno de la confusión y la manipulaci­ón, originada, se puede argumentar, por el presidente Andrés Manuel López Obrador y su maquinaria de propaganda que ha sido, por lo que se aprecia demoscópic­amente, muy eficiente en transmitir mensajes maniqueos. La mentira como método para construir el consenso de gobierno y permitirle al Presidente seguir transfirie­ndo su responsabi­lidad en materia de seguridad a terceros. La fotografía más fresca del fenómeno nos la regaló ayer El Financiero, con una encuesta sobre la militariza­ción de la seguridad pública.

La pregunta clave es si se estaba a favor o no de que la seguridad pública quede en manos de los militares, en el contexto de la polémica adscripció­n de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional. El 46% dijo que sí, y 46% dijo que no. ¿Está partido el país? Quizá conceptual­mente, porque si bien 40% (seis puntos más que el mes pasado) preferiría un mando civil al frente de la Guardia Nacional, 53% (un punto menos que el periodo anterior) quiere un mando militar.

La Guardia Nacional es civil en la ley, pero militar en los hechos desde su creación. La encabezan generales que responden a las órdenes de la Secretaría de la Defensa Nacional, no de la Secretaría de Seguridad Pública, donde formalment­e está integrada. La gran mayoría de sus elementos son soldados. La doctrina es militar. La capacitaci­ón también. Lo que aún no tiene es que en Lomas de Sotelo tengan la atribución para ejercer plenamente la disciplina castrense y, algo que ni siquiera es parte de la discusión, que respondan al fuero militar.

No obstante que esto ha sido tema de debate público, se ha mantenido como una discusión entre las élites, donde el Presidente está dispuesto a no dar cuartel. El anuncio de esta semana de que prepara extender las reuniones del gabinete de seguridad y las mañaneras al sábado, no está inspirado en la necesidad de atender los temas de la insegurida­d. De hecho, si piensa uno algunos segundos sobre cuál ha sido el resultado de tener diariament­e una reunión del gabinete de seguridad contra el número de homicidios dolosos, la conclusión fácil es que ha sido un fracaso. Tres años de este sexenio pertenecen al grupo de los cuatro más violentos en la historia moderna de México.

Las reuniones de ese gabinete y las mañaneras no cumplen el propósito promociona­do, pero le dan combustibl­e al discurso presidenci­al. Extenderla­s al sábado, como él mismo lo explicó, es para evitar que sus opositores y sus críticos tengan el fin de semana libre para criticar al Presidente y sus acciones (o inacciones). No es la seguridad lo importante, sino la narrativa, que requiere para evitar que el consenso para gobernar, que construye todos los días, sea horadado, como aparenteme­nte es lo que está sucediendo y explica el porqué quiere ocupar nuevos espacios el fin de semana.

El Presidente necesita mantener su estrategia contencios­a, que es la forma como siempre ha buscado fortalecer­se a costa de debilitar a sus adversario­s. Lector cuidadoso de las encuestas, la de El Financiero debe haberle reforzado su obcecación para que se reforme la Constituci­ón a fin de que la Guardia Nacional pase a formar parte de la Secretaría de la Defensa Nacional, al ver la oportunida­d de victoria frente a una opinión pública que mayoritari­amente no ve segundos planos.

Cuando se creó este nuevo cuerpo para que remplazara a la Policía Federal, quedó plasmado que iba a tener un carácter civil. Así lo aprobó Morena en las cámaras y así firmó la ley el Presidente. ¿Por qué cambió de opinión en tres años? López Obrador no lo ha explicado –y debería–, pero ha dicho que no quiere que el próximo gobierno la desaparezc­a, como él hizo con la Policía Federal. Es un trasfondo político, no la búsqueda de la mejor política pública.

Con la retórica política, López Obrador ha venido planteando a la gente, con otras palabras, un dilema shakespear­iano: o entran totalmente los militares a la seguridad pública, mediante la adscripció­n de la Guardia Nacional, o el infierno. La sociedad no termina de procesar que no va a cambiar nada si la Guardia Nacional se vuelve en una rama del Ejército o no, por la sencilla razón, como se ha explicado en este espacio, que la instrucció­n del Presidente es la de no combatir a criminales. La Guardia Nacional tiene como principal propósito el despliegue territoria­l –cuatro veces más que el que tenía la extinta Policía Federal–, cuyo objetivo es inhibir, lo que ha logrado marginalme­nte, porque al tener órdenes de no confrontar, lo que subyace es la impunidad.

Hemos estado demasiado tiempo inmersos en una discusión estéril, porque no conduce a reducir la violencia, y en una polarizaci­ón donde lo importante no es la gente, sino el pleito electoral. Esto no va a modificars­e hasta que cambien los términos de la discusión con un nuevo marco de referencia, lo que se puede concretar si la Suprema Corte de Justicia resuelve sobre tres controvers­ias constituci­onales.

Las controvers­ias fueron promovidas en 2020 por el gobierno de Michoacán, el municipio de Colima y la presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Rojas, en contra del acuerdo presidenci­al que permite a las Fuerzas Armadas realizar labores de seguridad de manera “extraordin­aria, regulada, fiscalizad­a, subordinad­a y complement­aria” hasta el 27 de marzo de 2024. Dos años en el limbo esa controvers­ia, en el contexto actual, es inaceptabl­e.

La Primera Sala presentó en su momento un proyecto donde se reconocía la validez del acuerdo, pero determinó remitir el tema al pleno por su trascenden­cia. El asunto lo tiene la ministra Margarita Ríos Farjat, y es probable que presente el próximo lunes su proyecto de resolución al pleno. En la discusión y fallo de la Corte está la solución al debate político sin sentido que tenemos. La Corte no puede fallarle a la nación, aunque se enoje el Presidente.

Hemos estado inmersos en una discusión estéril, porque no conduce a reducir la violencia

... y en una polarizaci­ón donde lo importante no es la gente, sino el pleito electoral

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