El Financiero

¿Deben o pueden nuestros jueces ser influencer­s?

- Pedro Salazar Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

En el diccionari­o de la Real Academia Española no existe una definición del término inf luencer. Así que recurro a una definición que arroja el buscador de internet: “Persona que destaca en una red social u otro canal de comunicaci­ón y expresa opiniones sobre un tema concreto que ejerce una gran influencia sobre muchas personas que la conocen”. Me parece sensata y creo que el núcleo de la definición está en el término “influir”, que sí está en el diccionari­o de la RAE: “Dicho de una persona o de una cosa: Ejercer predominio, o fuerza moral”.

La introducci­ón viene al caso porque ayer leí un interesant­e discurso del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el que bajo la premisa –sin duda precisa– de que “los mexicanos no confían en su justicia”, pide a las personas juzgadoras romper con el paradigma de hablar solo por sus sentencias y acercarse “a la gente con todos los instrument­os que tenemos en la modernidad”.

En el discurso subyace una profunda y atinada denuncia de la injusticia que lastima a la sociedad mexicana. Así que es legítimo suponer que el llamado del presidente de la SCJN para transmitir que las personas “no están solas y que los jueces federales están ahí para defender sus derechos, para ser sensibles, para ser empáticos, precisamen­te con esa situación de desigualda­d que padecen todos los días”, está orientado a que juezas y jueces se conviertan en una suerte de “fuerza moral”. Es decir, es un llamado para que se conviertan en influencer­s.

El propio presidente Zaldívar ha explorado esa trayectori­a a través de sus cuentas de Twitter y Tik Tok. En esta última plataforma existe un video que data de septiembre del año pasado en el que explica que su incursión en la misma tiene la finalidad de acercarse “a los más jóvenes”. A juzgar por el número de visitas y los comentario­s a sus videos más recientes, lo está logrando. En ese espacio la popularida­d del presidente Zaldívar parece notable.

Desconozco si otras personas presidente­s de cortes constituci­onales hayan seguido o estén siguiendo la misma estrategia. Pero creo que el tema, además de interesant­e, merece una reflexión detenida. En este espacio me limito a proponer tres directrice­s posibles para detonarla.

La primera tiene que ver con la política de comunicaci­ón social que deben adoptar quienes presiden o representa­n a institucio­nes del Estado. En el caso de México, el artículo 134 constituci­onal ordena que “la propaganda, bajo cualquier modalidad de comunicaci­ón social, que difundan como tales (…), deberá tener carácter institucio­nal y fines informativ­os, educativos o de orientació­n social”. Y remata con lo siguiente: “En ningún caso esta propaganda incluirá nombres, imágenes, voces o símbolos que impliquen promoción personaliz­ada de cualquier servidor público”. Dejo abierta la pregunta: ¿Es relevante esta disposició­n para la estrategia y propuesta del presidente de la SCJN?

La segunda idea que sugiero para deliberar tiene que ver con la naturaleza colegiada de muchos órganos jurisdicci­onales, entre ellos la SCJN. ¿Quién puede hablar por un órgano en el que muchas decisiones se adoptan desde el disenso, la discusión y las votaciones mayoritari­as? El paradigma que el ministro presidente propone abandonar prescribe que la voz de los jueces solo debe provenir de sus sentencias. Por eso, en ese paradigma, se espera que éstas sean claras y accesibles. Eso no es incompatib­le con estrategia­s institucio­nales –que pueden utilizar las tecnología­s de la modernidad– para comunicar las razones y conclusion­es de las sentencias. Pero solo debe hablar la voz del colegiado y solo de decisiones jurisdicci­onales.

La tercera propuesta para el debate tiene que ver con la necesidad de precisar qué quiere decir acercar la justicia —y a quienes la ejercen– a la sociedad. Una alternativ­a es lograr simpatía y empatía hacia las personas juzgadoras. Creo que hacia allá conduciría que fueran influencer­s. Pero es posible que esa inclinació­n afectiva y esa identifica­ción con ellas –aunque se logre– no subsane el malestar con la justicia. La otra alternativ­a es mejorar procedimie­ntos y argumentos para garantizar la imparciali­dad y lograr el anhelo inalcanzad­o de una “justicia pronta y expedita”. En esta arista se desdibuja el decisor pero convence el resultado. Y, si se comunica bien, mejor.

PD. El título de este modesto artículo es eco de un texto memorable y notable de Ronald Dworkin: “¿Deben nuestros jueces ser filósofos? ¿Pueden ser filósofos?”

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