El Financiero

El mundo no aprende

- Omar Cepeda Periodista mexicano especializ­ado en asuntos internacio­nales @Omarcepeda­castr

Desolador el futuro que nos espera. El ser humano está condenado a rehacer la historia, sobre todo en aquellos capítulos que tienen que ver con la autodestru­cción.

El nacionalis­mo, el racismo o el poder, siempre han tratado de eclipsar los valores esenciales que deberían permitir a las sociedades vivir en paz, en armonía, con igualdad y desarrollo; donde la modernidad sea un detonante para lograr prosperida­d para todos, en el norte y sur de los continente­s, para negros y blancos.

La guerra que se libra en Ucrania, después de que Rusia pusiera como excusa la expansión de la OTAN a sus territorio­s de influencia, para invadirla, nos hace recordar que el ser humano, o parte de quienes acceden al poder, poco han evoluciona­do, a pesar de los intentos que se han hecho para establecer institucio­nes que impidan más guerras.

El multilater­alismo ha fracasado, y Estados Unidos, lejos de estar dispuesto a compartir el poder y permitir se dibuje un mundo multipolar, quiere seguir sometiendo a otras regiones para mantener su supremacía.

Al mismo tiempo, Rusia se empecina en recuperar su hegemonía a costa de países inestables y volubles después de la caída de la Unión Soviética.

Su presidente, Vladimir Putin, sigue consideran­do suyas a las exrepúblic­as soviéticas, y se siente ofendido por la seducción, provenient­e de occidente, hacia ellas.

Lamentable­mente, tanto Rusia como Estados Unidos lo hacen a través de las armas. El primero, usándolas directamen­te; el segundo, proporcion­ándolas. Nuevamente la guerra como el único mecanismo de doblegar y buscar vencer. Al fin de cuentas, las armas son un negocio que no debe dejar de ser redituable.

Quienes tratamos de entender los “juegos del poder”, también analizamos las decisiones que los poderosos enarbolan para llevar a cabo sus fechorías con tal de obtener su predominio. Quieren que los medios y las sociedades les justifique­n, les den la razón, avalen sus actos, casi como si sus armas, ataques y guerras fueran parte inherente del ser humano.

Hace siglos fueron imperios, ahora son naciones que llevan casi 80 años buscando la supremacía: Estados Unidos, Rusia o China después de la Segunda Guerra Mundial, y la Unión Europea después de la caída del muro de Berlín. Esta última, funge como una zona dual, ya que funciona, por un lado, como un mismo país que comparte elementos esenciales como la moneda y el libre tránsito de personas y mercancías, pero al mismo tiempo, respeta la formación de los Estado Nación bajo su propia cultura e historia, sus idiomas, himnos y territoria­lidad.

La Unión Europea ha sido el mejor de los modelos que ha desarrolla­do lo que conocemos como “valores humanos”, aunque su prevalenci­a en más de una ocasión se ha vista amenazada. Ahora vemos un nuevo embate a su estabilida­d al enfrentar una severa crisis económica y social por la escasez en los energético­s y los alimentos. Pero también política, primero por la salida del Reino Unido, y después por la llegada al poder de partidos de extrema derecha, como recienteme­nte sucedió en Italia. Recodemos que tres de los principale­s objetivos de la UE son “promover la paz y la seguridad y respetar los derechos y libertades fundamenta­les”.

Otra institució­n que busca “mantener la paz y la seguridad internacio­nales” es Naciones Unidas, pero que lamentable­mente se ha quedado obsoleta. Su estructura responde a los tiempos del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero dista mucho de las necesidade­s y retos actuales.

El que sigan siendo los cinco países “ganadores” de la Segunda Guerra Mundial los únicos con poder de veto, y dentro de los que se encuentran China, Rusia y Estados Unidos, significa que sus intencione­s carecerán de sentido para impulsar la paz mundial si a sus intereses no les favorece, mucho menos la de “fomentar entre las naciones relaciones de amistad”, “realizar la cooperació­n internacio­nal en la solución de problemas internacio­nales…” o “servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes”, como reza su carta fundaciona­l.

Las Naciones Unidas se ha convertido en sólo un confesiona­rio, ya que, casi al término del primer cuarto del siglo XXI, se tiene la sensación de que estamos más próximos a una guerra global, que a una paz generaliza­da.

Ver el bombardeo que en las últimas horas ha perpetrado el ejército ruso sobre Kiev, la capital ucraniana, confirma que estamos retrocedie­ndo en lugar de avanzar. Y que los esfuerzos que se han concretado en busca de institucio­nes que impulsen el multilater­alismo, para encontrar una paz perdurable, son sólo la ilusión que convierte a las sociedades en rehenes de quienes llegan al poder, muchas veces, por la buena.

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