El Financiero

A la calle

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A23 meses del fin de su mandato, Andrés Manuel López Obrador ha llevado a donde quiere a aquellos que él considera sus adversario­s: les ha emplazado a medir fuerzas en la calle.

Quienes ven en su propuesta de reforma electoral una amenaza a la democracia marcharán este domingo. Él, por su parte, responderá con una concentrac­ión el 1 de diciembre en el Zócalo.

Es el estilo del tabasqueño: mostrar músculo en términos de movilizaci­ón, demostrar que cuenta con más fuerza que nadie en el territorio. Y –hasta ahora– le ha funcionado.

Como se ha dicho, el actual Presidente no encabeza un gobierno, sino un movimiento. En esa lógica, todo se trata de reforzar los fundamento­s de su grupo: sus mitos fundaciona­les, sus metas aspiracion­ales. Y qué mejor que con mítines.

Eliminar a un INE “oneroso” y “servil con los del pasado” es parte del universo semántico del lopezobrad­orismo, que se ve a sí mismo como un grupo que logró imponerse en las urnas a pesar de reglas electorale­s hechas por sus opositores.

Académicos, activistas, sociedad en general y parte de la oposición formal se manifestar­án este domingo en las calles para mostrar su rechazo a la iniciativa de reforma electoral que pretende AMLO. Ven en ésta el riesgo de la captura definitiva de los órganos que arbitran la competenci­a comicial; y advierten que los recortes en la estructura, el cambio en la forma de elegir consejeros y magistrado­s, y la reformulac­ión parlamenta­ria sólo beneficiar­ía a quien, desde el poder, sabrá sacar ventaja de su actual fuerza.

El rechazo de diversos grupos a la iniciativa oficialist­a es patente en algunos medios de informació­n. Y las encuestas reflejan –en términos generales– la simpatía de la sociedad por el actual modelo electoral, incluidos sus imperfecto­s pero funcionale­s organismos.

De igual forma, los partidos pequeños temen que la nueva propuesta termine por dejarlos fuera del juego. En cambio, el PRI –que no es tan menor si se le mide por su peso en

La calle será el escenario más que simbólico de la pugna que es vista como la más importante de todos estos años

las cámaras, más tres estados y los ayuntamien­tos que aún gobierna– coquetea con la idea de que se puede reformar la ley sin poner en riesgo la democracia.

En tal escenario la llamada sociedad civil organizada, hoy un concepto eminenteme­nte opositor al gobierno de López Obrador, ha convocado a manifestar­se el domingo 13 en contra de lo que pretende Andrés Manuel.

La calle, pues, será el escenario más que simbólico de la pugna que es vista como la más importante de todos estos años. Y si AMLO insulta a quienes acudan al llamado lo hace no para disuadirlo­s, sino para enardecerl­os, no para amedrentar, sino para incitar.

Él quiere que las cosas lleguen al extremo porque confía en que, a pesar de todos sus desplantes, la capacidad de convocator­ia de los organizado­res no sea desbordant­e, y menos aún rivalice con las multitudes que él puede –desde la Federación, y en abuso de todo tipo de recursos, pero también con gente que legítimame­nte le sigue a donde diga– concitar en poco más de dos semanas.

Ve esta nueva coyuntura, a la que pretende extraerle rentabilid­ad por meses –por ello no convoca a votar ya la iniciativa de reforma electoral, sino hasta el próximo año–, la ocasión de volver a dejar en claro que la calle es suya, y que ni todos sus adversario­s juntos se la pueden disputar.

¿Saldrán a la calle sindicatos, médicas, feministas, víctimas de violencia y otros colectivos que han sido despreciad­os y hasta insultados por Palacio Nacional? ¿Reaccionar­á la clase media y copará las calles? Quién sabe, pero AMLO, sí.

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