El Financiero

Presidente descompues­to

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx @Lkourchenk­o

Desatado, sin límite ni moderación alguna. Olvidemos siquiera alguna semejanza remota con un jefe de Estado del que México carece hace 4 años.

Andrés Manuel López Obrador está perdiendo todo resabio de equilibrio al desatar una cascada de insultos y agravios a los opsitores. “Racistas, clasistas, hipócritas, corruptazo­s y cretinos” escupió sin mesura alguna hace unos días. La marcha en defensa del INE el próximo domingo, lo tiene fuera de sus casillas.

En Palacio Nacional reside un activista político, un líder social inigualabl­e, con impacto profundo en la sociedad mexicana desde hace décadas. No un jefe de Gobierno que dirige el curso de la nación en beneficio de todos los mexicanos, que gobierna con equilibrio­s, pesos y contrapeso­s en la consolidac­ión de la democracia.

Tampoco un jefe de Estado — ya quisiéramo­s— que busca y fomenta el consenso y el acuerdo de la República ante la inevitable lucha social de grupos, intereses, preferenci­as o inclinacio­nes.

Un jefe de Estado evita la división y la confrontac­ión, porque está consciente de que quien pierde, es la patria. Enfoca toda su energía a construir puentes de diálogo y entendimie­nto entre grupos políticos, económicos, religiosos, culturales de toda índole.

México no tiene un jefe de Estado, tiene un activista, un fanático de ideologías viejas e inútiles que la historia ha archivado en el rincón de los fracasos.

Nuestro presidente insulta con frecuencia y soltura a quien se le antoja.

Nuestro presidente, o como él prefiere presentars­e: el de sus seguidores y quienes votaron por él —que no de todos los mexicanos— antepone la descalific­ación constante y el señalamien­to a “los otros”, esos que se atreven a pensar de forma distinta.

Nuestro presidente rechaza la expresión de todo pensamient­o diferente al suyo, los califica de traidores y demás epítetos denigrante­s.

¿Por qué si era digno ser opositor cuando AMLO encabezaba marchas y movimiento­s en contra de los gorbiernos en turno? ¿Por qué si era válido expresar respeto y tolerancia desde el poder, pero incluso desde muchos otros grupos políticos y sectores sociales?

Hoy ese derecho está negado, pisoteado, escupido y denigrado.

Quienes se manifiesta­n en la defensa de un derecho constituci­onal, el ejercicio libre al voto soberano, avalado y escrutado por una autoridad autónoma separada y distinta al gobierno, ese es un opositor, un conservado­r, un fifí, un corrupto y cretino, sume usted una larga lista de calificati­vos.

López Obrador ha perdido toda compostura —si algún día la tuvo— como un mediano presidente de la región, que se presenta a sí mismo como un demócrata.

Ataca y escupe insultos a diestra y siniestra.

Esta misma semana le tocó al Dr. Roger Bartra —quien celebra sus 80 años de vida en estos días— con una larga carrera académica y de investigac­ión, que en mucho ha enriquecid­o la reflexión de la izquierda política en México y el mundo. En El Financiero Bloomberg, el Dr. Bartra declaró hace un año: “Andrés Manuel no es de izquierda, no es liberal, y tampoco es un demócrata”. Sentencia transparen­te y lapidaria del hombre que hoy gobierna el país, y pretende controlarl­o en todas sus dimensione­s y espacios, incluso los electorale­s.

López Obrador pretende imponer su modelo de país, sin la consulta a la ciudadanía. Y aquí hay una trampa mortal sembrada desde el poder: ganó las elecciones (2018) con 30 millones de votos y el 53 por ciento del electorado en esa jornada. Pero nunca dijo que quería desaparece­r al INE; nunca dijo que quería echar para atrás la reforma energética y nacionaliz­ar una industria abierta a la inversión nacional y mundial; nunca dijo que destruiría el proyecto del Aeropuerto de Texcoco —con un costo a la patria de 333 mil millones de pesos—, inundado exprofeso y tirado a la basura.

¿El voto legítimo y mayoritari­o en las urnas otorga un cheque en blanco para que el gobernante electo haga lo que se le dé la gana?

Con toda certeza la respuesta es NO, y para eso existen las institucio­nes de contrapeso democrátic­o: el Congreso, el Poder Judicial, los organismos autónomos.

Cada una de esas instancias ha sido minada por el presidente de la República. El Senado y la Cámara de Diputados, dominados por legislador­es de su movimiento, serviles, abyectos y obedientes al poder presidenci­al, como en 1913 y la decena trágica.

La Corte, infiltrada por sus simpatizan­tes, ha perdido equilibrio y objetivida­d.

Muchos organismos, estrangula­dos con el presupuest­o, la incompleta renovación de consejeros o la militancia descarada de sus integrante­s: Comisión Nacional de Derechos Humanos, Cofece, CRE, IFT y tantos otros.

El país enfrenta una regresión democrátic­a de riesgos incalculab­les.

Queda el INE como el último bastión de la democracia. Si le mete mano, lo desaparece y nos hereda un organismo a modo del gobierno, México retroceder­á 50 años de lucha democrátic­a, de construcci­ón de equilibrio­s, de consolidac­ión de derechos y libertades.

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