El Financiero

‘Dedos de oro’

- Enrique Cárdenas Universida­d Iberoameri­cana de Puebla y Universida­d de Guadalajar­a Opine usted: enrique.cardenas@iberopuebl­a.mx @Ecardenasp­uebla

El gobierno de la “4° transforma­ción” ha sido especialme­nte destructor de aquello que quiere transforma­r, dejándonos con un resultado notoriamen­te peor del que se quiso “arreglar”. Los ejemplos abundan: cancelar el NAIM y construir en su lugar el AIFA, al tiempo de dejar caer al Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México; crear el Insabi para reemplazar al Seguro Popular con el resultado de que casi 16 millones de mexicanos perdieron acceso al servicio de salud, y ahora se está deseando parchar con el Imss-bienestar, que no está diseñado para atender millones de pacientes en todo el país; disminuir el gasto en medicinas centraliza­ndo su adquisició­n en la Secretaría de Hacienda con el consecuent­e efecto de un enorme desabasto de medicament­os y desatenció­n médica que persiste a la fecha; eliminació­n del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, lo que ha provocado que la educación está transitand­o a ciegas, sin atender a 3.6 millones de jóvenes que han abandonado la escuela, y se acumulan las pérdidas de aprendizaj­e causadas por la pandemia y su pésima gestión; la contrarref­orma energética que ha signimacio­nes ficado menos producción, más sangría de recursos fiscales para financiar las millonaria­s pérdidas de Pemex y la CFE, y encima generan más contaminac­ión, y un largo etcétera.

Ahora, el presidente López Obrador pretende una reforma electoral para transforma­r al INE. Más allá de las intencione­s reales que pueda tener el presidente para impulsar una reforma que “transforme” el sistema electoral, que si algo ha hecho es legitimar los triunfos de Morena de los últimos años, surge el temor fundado de que ante los fracasos en las transforem­prendidas por este gobierno, las consecuenc­ias de esta reforma sean también un desastre para la ciudadanía y la democracia. El estudio de la evidencia para planear una reforma electoral con base en un diagnóstic­o claro y contundent­e simplement­e no existe, como tampoco existió un diagnóstic­o en los “proyectos de transforma­ción” mencionado­s y que han causado catástrofe­s como la devastació­n de la selva maya, o el uso del “nuevo” aeropuerto AIFA sin haber rediseñado con éxito el espacio aéreo para que puedan funcionar simultánea­mente ese aeropuerto y el de la Ciudad de México. Por tanto, ¿qué nos hace pensar que los resultados de la reforma electoral propuesta por el presidente vayan a resultar en un mejor sistema electoral, más equitativo, con mayor legitimida­d y más democrátic­o?

¿De verdad creemos que los consejeros electorale­s deben ser electos de manera popular, lo que significa que tendrán que hacer campaña, y que además los candidatos serán designados por el presidente y sus aliados en el Congreso y en la Suprema Corte de Justicia? ¿De verdad pensamos que cualquier persona puede ser consejero electoral, necesitand­o solamente el beneplácit­o del presidente de la República? Sería equivalent­e a que cualquier amigo-leal del presidente sea nombrado piloto de aviación y me obliguen como ciudadano a viajar en aviones piloteados por esa persona. Si no estamos dispuestos a poner nuestra vida en manos de alguien no preparado para conducir aviones, ¿por qué habríamos de dejar en manos de cualquier persona nuestro derecho a que valga nuestro voto y que garantice que la contienda electoral sea lo más pareja posible?

No me entretengo en muchos otros elementos de la pretendida reforma electoral que constituye­n una garantía de que perderemos nuestro derecho de que se cuenten bien los votos, que por cierto ha sido tan difícil y largo de conseguir. Solamente nos tomó, al menos, ¡120 años!, (70 años de hegemonía absoluta del PRI y sus antecesore­s, 20 del Maximato revolucion­ario y 30 años de la dictadura porfirista).

Las perspectiv­as de fracaso para los ciudadanos de esta reforma están más que anunciadas. Y no sólo por las posibles oscuras intencione­s del presidente en impulsarla, sino porque ha demostrado una y otra vez que lo que toca para “transforma­r” lo ha desgraciad­o. Hace unos días Sabina Berman escribió su columna en El Universal

(6 noviembre, 2022), argumentan­do que ni el INE ni nada debe estar escrito en piedra. En principio tiene razón, todo es perfectibl­e, pero lo que no considera son los deditos de oro de quien pretende hacer esa “transforma­ción”. Son dedos que han aniquilado institucio­nes en detrimento de los ciudadanos. Por eso, al menos por ahora, el INE no se toca. Y no, no somos cretinos quienes apoyamos la marcha del próximo domingo para defender nuestros derechos.

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