El Financiero

El odio no basta

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de enero de 2021 en el Capitolio.

El camino era ese. El resultado u objetivo de esta elección que acaba de llevarse a cabo era terminar de consumar o no lo que es el principio del mayor desajuste y brecha de entendimie­nto social de Estados Unidos desde la época de Abraham Lincoln. Es evidente que muchas cosas sustancial­es e importante­s han sido tocadas en estos años de frivolidad política, que ojalá sean los últimos de este tipo. El poder gobernar, declarar, acusar o ensartar a los enemigos sin necesidad de pruebas es el fin del Estado de derecho y de la separación de poderes. Estas acciones son la muestra y prueba de gobiernos basados en la bravata y en la descalific­ación apriorista de todo y traen como consecuenc­ia un enfrentami­ento social que, si no se trata a tiempo, sólo puede terminar mediante la expresión bélica.

¿Qué significa todo lo que está sucediendo desde el punto de vista de la práctica política? Primero, significa tener una imposibili­dad de gobernar sobre la base de poder declarar cualquier cosa y no tenerlo que probar. Segundo, lo que es muy evidente es que, para poder proclamar la victoria, derrota o acusar el robo de unas elecciones, sencillame­nte habrá que, principalm­ente, trabajar en que los mecanismos que garantizan la pureza de los procesos electorale­s no desaparezc­an. Y también habrá que trabajar para que, si se quiere ganar de verdad, no sólo por declaració­n, sino de manera sustancial, se tendrá que eliminar la posibilida­d de la trampa como sistema de gobierno.

Al final, el control del Senado estadounid­ense estará predominad­o por un partido, aunque no sé muy bien si en el corto y mediano plazo este casi empate sea benéfico, sobre todo para el partido que está en el poder. Y es que en medio de todo el desprecio por la verdad que ha tenido esta elección, es necesario saber que los perdedores están desaprovec­hando y dejan ir de sus manos la posibilida­d de poder gobernar a su modo y de eliminar a sus enemigos electorale­s, políticos y sociales sin tener que demostrar por qué lo están haciendo.

La Cámara de Representa­ntes tendrá una predominac­ión republican­a. Esta mayoría supone más de lo que podría decir a simple vista, ya que podría ser, o no, una herramient­a que utilice Donald Trump para aplanar su camino de regreso a la Casa Blanca. En cualquier caso, para los demás –supongamos que me refiero a un país como México– es fundamenta­l saber que lo que vimos en estas elecciones intermedia­s es una prueba sobre hacia dónde conduce la mentira, el abuso y la no necesidad de probar lo que se dice como sistema de gobierno.

Venimos y estamos en medio de un enfrentami­ento que ni es civilizado ni es político. Un enfrentami­ento que, al final, lo que busca es consolidar el derecho que tienen los que se creen en posesión de la verdad de anular, influir, descalific­ar y modificar lo que Joseph Stalin decretó como la responsabi­lidad suprema. Stalin decía: “No importa cómo se vota ni quién vota, ni dónde ni a quién. Lo importante es quién cuenta los votos”. Esta es una buena y bella lección que hoy está vigente y presente en la cuna de la democracia. En el sitio que durante más de 100 años fue la máxima expresión de la democracia y el gran ejemplo a seguir, es decir, en Estados Unidos de América. Aprendamos de las lecciones cuando son positivas y evitemos repetir las negativas.

El final del Donald Trump comenzó cuando se comunicó que Joe Biden había ganado en Arizona. A partir de ahí, todos los enemigos reales, potenciale­s o ganados a pulso se pusieron a organizar –persona por persona– y a decir que no se había perpetrado un robo de las elecciones. Al parecer, los demócratas ya tienen control del Senado. Como demuestran los últimos 100 años de ordenamien­to político estadounid­ense, quien tiene el control del Senado tiene un poder inmenso al momento de proponer, cambiar o actuar con, en contra o para el presidente en turno.

Los republican­os y su victoria en el Congreso tienen dos problemas. Primero, ha sido mucho más exiguo que lo que pretendían y, segundo, esta victoria lo que pone en evidencia es que ya comenzó la batalla final por arrinconar en la historia a Donald Trump. El gran ganador de esta elección es el miedo cerval a la guerra civil en la que estaban metidos y que lideraban Trump y Ron Desantis. También esta elección fue una muestra para poder descubrir que se pueden justificar los caminos que llevan a la destrucció­n de los pueblos.

Con el Senado en manos de los demócratas y el Congreso en manos de los republican­os, los trumpistas comienza otra parte de la historia.

Inevitable –por la coincidenc­ia histórica y política– voltear a mirar al pasado y ver lo que pasó en México. Tal vez esta manera de entender la política por parte de la 4T radica en tener 10% de eficacia y 90% de lealtad, lo cual es una barbaridad. Al igual que es inaceptabl­e que se busque vulnerar y atacar a la máxima institució­n al servicio de la gente, como es el INE. Pero ayer los mexicanos ya alzaron la voz en medio de una manifestac­ión multitudin­aria y buscando establecer límites a las mentiras que se le dicen al pueblo y a los deseos incontrola­bles del gobernante en turno. La marcha de ayer es lo más significan­te que políticame­nte ha sucedido desde el primero de julio de 2018. Veremos qué pasa a partir de aquí.

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