El Financiero

Feminicidi­os y control de daños

- Eduardo Guerrero Gutiérrez @laloguerre­ro

En México, como en muchos otros países, la violencia de género se ha convertido en uno de los fenómenos que más repudio genera. Cada mes son asesinadas en todo el país alrededor de 250 mujeres. De estos asesinatos, una cuarta parte se investiga como feminicidi­os. Sin embargo, los criterios para clasificar­los como tales son a todas luces inconsiste­ntes entre las entidades federativa­s. En 2021 algunos estados, como Sinaloa y Durango, clasificar­on la totalidad de los asesinatos de mujeres como feminicidi­os. En contraste, sólo 21 de los 349 asesinatos de mujeres registrado­s en Baja California (apenas 6 por ciento) se investigar­on como feminicidi­os.

Hasta ahora, la lógica noticiosa ha sido que, de los cientos de asesinatos de mujeres y feminicidi­os que ocurren cada año, un pequeño número de casos concentra prácticame­nte la totalidad de la atención de los medios de comunicaci­ón. Casos como el de Debanhi Escobar, y en los últimos días el de Ariadna Fernanda López, han recibido una gran cobertura en la prensa nacional. También tenemos otros casos que han tenido importante­s repercusio­nes en el estado donde ocurren, como el feminicidi­o de

Valentina, presuntame­nte cometido por un estudiante de la Universida­d Autónoma de Querétaro, que detonó un paro de actividade­s de un mes en dicha universida­d.

No me cabe duda que una de las cosas que hoy en día más preocupa a los gobernador­es, a los fiscales, a los secretario­s de Seguridad Pública, a los rectores de las universida­des –y junto con ellos un largo etcétera de funcionari­os– es que en sus ámbitos de responsabi­lidad se registre uno de estos feminicidi­o de “alto impacto” mediático. Las autoridade­s saben que, si les llega a tocar uno de estos casos, quedará al descubiert­o la gran vulnerabil­idad que padecen las mujeres y, sobre todo, las enormes limitacion­es que todavía prevalecen en lo que concierne a las capacidade­s para atender a las víctimas, para investigar y para hacer justicia.

Los feminicidi­os de alto impacto mediático han visibiliza­do la violencia contra las mujeres que, desafortun­adamente, todavía es generaliza­da en muchos ámbitos laborales, escolares y domésticos. Sin embargo, también es importante subrayar que se trata de casos esporádico­s e impredecib­les, que, en buena medida, se difunden en virtud de la determinac­ión de los colectivos feministas, así como de los familiares y amigos de las víctimas.

Me temo que, en respuesta a esta dinámica, varias autoridade­s han entrado en una lógica de control de daños, que no abona a la solución de fondo del problema. Esto es lo que vimos la semana pasada, en el penoso intercambi­o de acusacione­s mutuas entre autoridade­s capitalina­s y la Fiscalía General del Estado de Morelos en torno al caso de Ariadna Fernanda (la joven que fue vista con vida por última vez en la CDMX, pero cuyo cuerpo fue abandonado en la carretera a Tepoztlán).

Por un lado, es indispensa­ble que las fiscalías construyan mejores capacidade­s para investigar con seriedad todos los feminicidi­os. La cobertura que reciben los feminicidi­os de alto impacto mediático al menos sirve para tener una discusión sobre los avances y las deficienci­as del sistema de procuració­n de justicia para realizar investigac­iones con perspectiv­a de género. En este sentido, un primer paso es que, en los hechos, se sigan de manera consistent­e criterios para identifica­r aquellos asesinatos de mujeres que, de acuerdo con los indicios disponible­s, se cometieron en razón del género de las víctimas. Es un primer paso que está lejos de cumplirse a cabalidad.

Por otro lado, también es indispensa­ble una atención integral a la violencia de género. Algo que no lograremos si sólo examinamos la forma como las fiscalías procesan un puñado de casos con alta cobertura mediática. En la mayor parte de los feminicidi­os los agresores son personas del círculo inmediato de las víctimas, sus maestros o vecinos, sus compañeros de trabajo, sus “amigos”, sus parejas y familiares. La violencia letal contra las mujeres, cuando es cometida por hombres cercanos o conocidos de las víctimas, suele ir precedida de hostigamie­nto y agresiones de menor alcance.

Incentivar la denuncia y la intervenci­ón eficaz ante estas agresiones, que son casi cotidianas, es la verdadera clave para combatir la violencia de género de manera integral, incluyendo los feminicidi­os. Por lo tanto, necesitamo­s voltear a ver otras aristas del fenómeno, no sólo las pifias del ministerio público al momento de integrar una carpeta de investigac­ión por feminicidi­o.

Al respecto, es central la labor que desempeñan las unidades de género de las corporacio­nes policiales, que ahí donde existen pueden apoyar cada semana a decenas o cientos de mujeres en situación de vulnerabil­idad. También es central las medidas que toman las autoridade­s escolares y las áreas de recursos humanos de las empresas, para investigar y sancionar los casos de hostigamie­nto. Si no complement­amos la lógica de control de daños con medidas de prevención, las tragedias se seguirán acumulando.

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