El Financiero

La marcha: quién le habla a quién

- Salvador Camarena Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

En la marcha de Ciudad de México del domingo, miles de participan­tes no se detuvieron en el templete, no esperaron el discurso ni –cuando fue el caso de que llegaron después de terminado el parlamento de José Woldenberg– lamentaron perdérselo; la protesta no tenía, en pocas palabras, como culmen juntarse en un mitin en contra de la pretensión lopezobrad­orista de cambiar las reglas electorale­s y algunas de la representa­ción.

Esta marcha se distingue de otras en que su centro neurálgico no estuvo en el que fue marcado por los organizado­res como el final de la parada. El Monumento a la Revolución era sólo un punto del trayecto. Sí, a partir de ahí se dispersaro­n, cambiaron el ritmo de su caminar y multiplica­ron las rutas de una protesta que formalment­e terminaba en un monumento a hombres tan poco democrátic­os como Plutarco Elías Calles, pero los que marcharon nunca tuvieron como objetivo hacer una concentrac­ión para “oír” a alguien.

Ellas y ellos querían, sobre todas las cosas, ser el mensaje, no escuchar uno. Manifestar una postura, no esperar una proclama. Que se viera su protesta, junto con la de miles y miles más, no endosar ésta en torno a una persona –u organizaci­ón– que los representa­ra, encabezara, dirigiera, expresara.

A este contingent­e lo une el hartazgo y el temor. La causa del primero tiene nombre y apellido, el otro es más difuso –se llama fin del INE, pero también se le nombra con escenarios de catástrofe para la democracia–.

A saber si una mejor disposició­n del templete (con pantallas por todo el perímetro de la Plaza de la República, con sonido en 360 grados, con bocinas en las calles adyacentes, etcétera) hubiera generado una concentrac­ión final más convencion­al, más enardecida, más parecida a las del ingeniero Cárdenas, a las de Maquío o Fox. Por lo que vi, ni subsanando tan elementale­s fallas de organizaci­ón se hubiera logrado un resultado sustancial­mente distinto o mejor. Porque la marcha caminaba por otra vereda.

Esta marcha –siempre me refiero sólo a la que vi, en CDMX– empezó en muchas casas hace bastantes meses, y seguirá latente.

Esta vez fue una marcha por el no, para decir no a una reforma del gobierno de AMLO, para manifestar­le oposición al Presidente. Fue la materializ­ación de una resistenci­a que se ha rumiado de tiempo atrás, y que no veía ni ve en ningún otro actor la capacidad de articular, a nombre de la ciudadanía, ese rechazo.

Porque si bien es cierto que la gente respondió a la invitación de algunas organizaci­ones que han intentado conformar un bloque opositor a Andrés Manuel López Obrador, la verdad es que esas iniciativa­s, y sobre todo los partidos formales, no habrían podido encabezar en forma alguna al contingent­e: esto porque las dirigencia­s y las principale­s figuras partidista­s carecen de autoridad o ascendenci­a sobre la ciudadanía.

De forma que lo que se vio serpentear el domingo por el Paseo de la Reforma y calles aledañas es una nada menor argamasa cuya forma duradera no se sabe cuál será, dado que al menos en esta manifestac­ión no se buscaba líder, caudillo o siquiera candidato.

Son, ni qué dudarlo, una voluntad que quizás alguien pueda en el futuro próximo seducir o capturar, pero qué revelador que a menos de dos años de la elección federal las personas que participar­on manifieste­n por sí mismas su capacidad de protesta, y no necesariam­ente su desespero por ser instrument­alizados o representa­dos.

Fue una marcha donde el mensaje trascenden­te fue la participac­ión ciudadana en tanto masa viva y, por ahora, activa.

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