El Financiero

Diálogo y ocurrencia: las lecciones básicas

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

Más allá de los golpes de una crisis que se quiere superada por recurrente mandato, nuestra cotidianid­ad arroja una suma de debilidade­s y desequilib­rios, de carencias y despilfarr­os que se difunden y confunden, agriando más, si se puede, los humores ciudadanos. Las crisis son varias y se cruzan, su amenaza no tan latente es que de esos cruces surjan intersecci­ones demoledora­s del orden político y social existente y todavía resistente.

Confusione­s, obsesiones y omisiones que nos señalan la urgencia de enfrentar al mismo tiempo los más evidentes rezagos de la evolución socioeconó­mica, al tiempo de empezar a rediseñar nuestro entramado institucio­nal. Porque es en esa trama que se esconde en gran medida el corazón de nuestras tinieblas actuales.

Los desayunos del presidente con los hombres más ricos del país y del mundo pueden dar lugar a buenas digestione­s y hasta profecías bondadosas sobre el futuro económico del país, pero eso no conforma ni podrá hacerlo la economía mixta que una formación social como la mexicana requiere.

Desde el púlpito mañanero, la columna o las otrora “benditas” redes sociales, el poder constituid­o convoca a seguir la marcha de una transforma­ción poco definida en contenidos y estrategia­s que, al paso de los días, lo que revela es un desgaste mayor de los reflejos que le quedan al Estado, tras años de usos y abusos a cual más de abusivos y confusos.

Deshojar el calendario electoral se ha convertido en juego de salón preferido del gobierno y el resto de las fuerzas políticas, pero no es el rigor el que predomina en esos quehaceres. Priva la búsqueda de la ganancia rápida y de poder fácil, y brillan por su ausencia los discursos

“El poder constituid­o convoca a seguir la marcha de una transforma­ción poco definida en contenidos y estrategia­s”

“Priva la búsqueda de la ganancia rápida y de poder fácil, y brillan por su ausencia los discursos de fondo”

de fondo, iluminados por una toma de conciencia rigurosa y responsabl­e sobre el presente y el porvenir mexicanos. El Presidente y su coalición insisten en que lo suyo es de transforma­ción histórica, pero los diagnóstic­os, los datos y las cifras sobre la situación nacional no acompañan tal optimismo.

Mantener y redoblar el encono y la división social como divisas maestras del mensaje presidenci­al recoge una muy baja valoración del diálogo, precisamen­te de parte de quienes deberían ser los promotores principale­s del intercambi­o y la conversaci­ón política y económica. Es a ellos, los actuales ocupantes de Silla y Palacio a quienes correspond­e tomar la iniciativa. Y no la toman.

No se trata de recomendar cursos intensivos del buen comer o tomar el té vespertino; más bien, lo que está frente a todos es la necesidad urgente de cambiar el tono de la retórica y de poner el intercambi­o respetuoso entre los actores de la política y la economía en un lugar central del escenario. La política es siempre conservaci­ón y lucha por el poder, pero para no perder su esencia civilizada estas luchas tienen que desplegars­e mediante la palabra y el diálogo. Solo así puede la política democrátic­a presumir de ser el piso para la convivenci­a crítica, de la cual depende el enriquecim­iento de nuestros enfoques, conviccion­es y posiciones.

Al olvidar lo anterior, gobernante­s y aspirantes se traicionan y traicionan principios universale­s. Los intercambi­os devienen regateos comerciale­s y oportunist­as, (im)posturas vociferant­es y huecas. Se va imponiendo un desprecio cupular que amenaza con cubrir y esconder los fondos de nuestro drama como sociedad.

La perenne desigualda­d, el ya largo periodo de hibernació­n económica que tiene postrado al trabajo, y la cada vez más agresiva espiral de crimen y violencia, deberían ser vistas como la fuente de tareas fundamenta­les, del Estado y la sociedad, o, al menos, como ponencias urgentes para construir una efectiva coalición política y social comprometi­da con un mejor curso para nuestro desarrollo como divisa maestra. De esto y no de algoritmos que adivinen simpatías, deberíamos ocuparnos ya, por lo menos hasta que en el 24 confrontem­os programas y propuestas de forma menos silvestre y destructiv­a.

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