El Financiero

Un fenómeno curioso

- Macario Schettino Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Se publicó ayer el dato de inflación, que fue un poco menor en la versión amplia, pero siguió creciendo en la subyacente, que es la relevante para cualquier estimación. Como usted sabe, esta medida de inflación quita el comportami­ento de los precios más volátiles, o cuyo movimiento no responde al mercado: frutas y verduras, energético­s y tarifas de gobierno. Por esa razón, seguir lo que ocurre con la inflación subyacente es un mejor indicador de si la economía está teniendo problemas por exceso de demanda, falta de oferta o cambios en las expectativ­as.

Cuando la inflación crece, los precios dejan de tener una relación clara entre sí, y se genera confusión en los consumidor­es. Los precios no suben todos a la misma velocidad, y eso es lo que dificulta las decisiones, pero también provoca que grupos enteros de la población sufran. Suele pasar que el precio de los activos fijos (casas, edificios, maquinaria) se mueva mucho más rápido de lo que ocurre con el precio del trabajo, el salario. En los años 70 y 80, cuando la inflación fue de dos y tres dígitos, ocurrió el gran empobrecim­iento de los trabajador­es urbanos, el crecimient­o de la informalid­ad y la migración, y un deterioro general del capital humano, que seguimos arrastrand­o.

Para evitar que esto ocurra, las tasas de interés se elevan, frenando con ello el exceso de demanda y evitando que cambien las expectativ­as. Lo que no pueden hacer las tasas es mejorar la oferta, pero pocas cosas pueden hacerse en ese terreno en el corto plazo. En periodos amplios, invertir en capital físico y humano, mejorar la regulación e impulsar ciencia y tecnología ayudan mucho, pero nada de eso tiene resultados en pocos meses. Por eso, aunque duele, hay que aguantar tasas más altas, y el impacto que ellas tienen en un menor consumo.

En Estados Unidos, la Reserva Federal ha elevado muy rápidament­e su tasa, y todo indica que piensan seguirlo haciendo, aunque a un ritmo menor. Tal vez incremento­s de medio punto en un par de ocasiones, o incluso de un cuarto de punto, para alcanzar un máximo de entre 5 y 5.5% hacia el verano, y después una reducción muy paulatina. El Banco de México ha replicado exactament­e lo que hace la

Fed, y nos han dicho con toda claridad que eso seguirán haciendo. Con un margen de seis puntos, nuestra tasa seguirá el camino que la Fed indique.

Esto significa algo interesant­e: no tenemos una política monetaria autónoma. En las condicione­s actuales (políticas y económicas) creo que es una buena idea, pero tiene una implicació­n adicional. De acuerdo con el trilema de la economía internacio­nal, uno sólo puede tener dos de las siguientes tres cosas: tipo de cambio fijo, flujo internacio­nal de capitales y política monetaria autónoma. Entre 1946 y 1971, el sistema de Bretton Woods nos daba tipo de cambio fijo y política monetaria autónoma a cambio de que no hubiese flujo de capitales entre países. Después, este flujo se liberó, obligando a todos a moverse a tipos de cambio flexibles. Nosotros no quisimos hacerlo rápido, y por eso las devaluacio­nes de 1976, 1982, 1987 y 1995. Desde entonces ya tenemos tipo de cambio flexible.

O no. El anuncio del Banco de México de que seguirá a la Fed implica que no tenemos política monetaria autónoma, pero seguimos teniendo flujo libre de capitales, de manera que, en los hechos, no tenemos tipo de cambio flexible.

Por eso el dólar se estacionó ligerament­e abajo de los 20 pesos, y ahí seguirá. Gracias a la depreciaci­ón ocurrida en 2015 y 2016, está en buen nivel. Si nada especial ocurre, no habrá movimiento relevante. Lo especial puede ser un conflicto al interior del T-MEC, el arranque de las campañas en Estados Unidos o un deterioro marcado en la política nacional. Las tres cosas, creo, las veremos en las próximas semanas. Las platicamos.

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