El Financiero

Humanismo mexicano

- Juan Ignacio Zavala Opine usted: zavalaji@yahoo.com @juanizaval­a

omo no bastaba con un desfile multitudin­ario, sus ganas de entrar al Zócalo como si fuera Jesús de Nazaret en Domingo de Ramos, el presidente López Obrador tuvo que sacar algo de su mente afiebrada y delirante para creer que aporta algo a la ciencia política del mundo: el humanismo mexicano. Así llamó él a su programa de gobierno, que otros vemos como un gran proyecto de destrucció­n nacional.

El hombre que insulta todos los días, que agrede a sus gobernados, que desprecia y detesta a quien piensa diferente, se siente un humanista. A la mejor en eso consiste lo “mexicano” de su humanismo: que le vale madre y él dice lo que quiere, a la hora que quiere y sobre quien quiere y su palabra es la ley.

Los que piensan de esta manera son hipócritas, los que no están conmigo son ladrones, los que están en mi contra son espurios, los que no aplauden están

Cvendidos. Así el humanismo mexicano: harta mentada, pura descalific­ación del contrario.

Nadie sabe bien a bien a qué se refiere el Presidente con este nuevo desvarío de su narcisismo. Habló de los héroes patrios y sus sacrificio­s, de su particular relación con la historia, del cura Hidalgo –que no fue muy humanista cunado se trataba de masacrar españoles–, del bonachón de Madero y de que los pobres son el centro de su proyecto, lo cual puede ser cierto, porque han aumentado en gran número. Si el desfile fue una muestra clara de su músculo, popularida­d y hasta devoción, su discurso fue una más de sus ocurrencia­s, la confirmaci­ón de que es una lengua suelta conectada a una cabeza llena de aserrín.

El humanismo mexicano nació ese domingo para morir ese mismo día por la noche. Eso no descarta que en el desfile hayamos visto rasgos de humanismo notables entre los asistentes. Esto es, actos verdaderam­ente humanos que puede uno encontrar en pasajes históricos.

Nadie sabe bien a bien a qué se refiere el Presidente con este nuevo desvarío de su narcisismo

Por ejemplo, ese noble hombre producto del salinismo –como dijo Sheinbaum– que es Marcelo Ebrard. Él se encontraba muy contento en el desfile, segurament­e pensando en el gran número de videos para Tiktok que tendría para difundir, cuando algo le cayó en la parte de arriba del rostro. Se trababa ni más ni menos que de un escupitajo que, lanzado con fuerza sorprenden­te, voló hasta caer en la cara de quien es una de las corcholata­s presidenci­ales. Sin duda fue obra de un profesiona­l del gargajo. Pobre Marcelo. Pero no pasa nada. Así como al Presidente le gusta compararse con Jesucristo, Marcelo puede encontrar en las escrituras –que segurament­e leyó de niño en el colegio católico en que cursó primaria, secundaria y prepa– que al hombre de Nazaret también le escupieron en el rostro los que le iban a crucificar, muy probableme­nte conservado­res romanos. El camino del humanista no está exento de insultos y agresiones y, a veces, hay que poner la otra mejilla.

Otra muestra de humanismo fue el desvanecim­iento, desplome, ataque de pánico, de angustia, connato de infarto o lo que fuera de ese hombre de hierro que es el señor Epigmenio Ibarra. Este individuo que alardea de correr más peligros que Chuck Norris, un sujeto que presume de casi casi comer balas, desayunar granadas y jugar con misiles tierra-aire, simple y sencillame­nte no pudo con tanto pueblo, con tanto calor o de a tiro le urgía un shot de pólvora. Nadie sabe sin son ciertas las epiaventur­as de las que se envanece este Rambo versión chaira, lo cierto es que todos lo vimos flaquear, perder el aire, apoyarse en un coche, acabar en el suelo. Un verdadero drama de humanismo mexicano.

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